(Nota: El presente texto, que contó con la generosa colaboración de Philip Pullman, fue publicado por primera vez en 2007 en la página web Sitio de Ciencia Ficción -https://www.ciencia-ficcion.com/opinion/op00206.htm- en cinco capítulos.)
La República del
Cielo. Milton, Blake y universos paralelos en La materia oscura de
Philip Pullman.
Francisco Gimeno Suances
A mi hija Sara.
Agradecimientos: Quisiera expresar aquí mi gratitud a Francisco
José Suñer Iglesias, tanto por la publicación y esplendida edición de este
ensayo en el Sitio de Ciencia-Ficción, como por haberlo seleccionado para su
presentación al Primer Premio Internacional de las Editoriales Electrónicas.
Gratitud extensiva, claro está, al jurado de dicho certamen por su generoso reconocimiento con
una mención de honor a los méritos que en mi texto hayan podido encontrar.
La versión aquí incluida se ajusta a la presentada al I PIEE. No he
considerado conveniente, por tanto, “actualizar” sus datos ni introducir nuevas
remisiones o notas, alusivas, por ejemplo, a la versión fílmica de la primera
parte de la Trilogía. Cabe apuntar, si acaso, que el lector interesado en una
argumentación más exhaustiva de las opiniones vertidas en estas páginas sobre
William Blake y John Milton puede consultar en la Biblioteca Virtual
Cervantes, de acceso público y gratuito,
la edición digital de mi Tesis Doctoral “Imaginación, deseo y libertad en
William Blake” (http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=26505).
El presente texto constituye una
reelaboración y ampliación de la conferencia “La República del Cielo. Huella de
Milton y Blake en La materia oscura
de Philip Pullman.”, que tuve la oportunidad de pronunciar –con escasa audiencia
y menor repercusión, a decir verdad- en la Ibercón de Vigo y el Fórum
Fantástico de Lisboa de 2005. De alguna manera, pues, este trabajo pretende
paliar mi deuda y expresar mi reconocimiento a Philip Pullman, no sólo gran
escritor sino persona extraordinariamente sencilla y cordial, por su amable
respuesta a algunas cuestiones que le planteé por medio del correo electrónico,
y por el generoso envío de su conferencia del 25 de octubre de 2005 en Londres,
en calidad de presidente honorario de la Blake Society, sobre “Blake’s Dark
Materials”. Espero que, en la medida de mis posibilidades, pueda así contribuir
a un mayor conocimiento de La materia
oscura en nuestro país.
1. En tierras fronterizas: recepción y polémica.
“Es cierto –dijo mecánicamente el hombre, sin
quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de
invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de
irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.”
Augusto Monterroso, El Paraíso imperfecto.
La trilogía His Dark Materials de Philip Pullman, compuesta por las novelas Luces del Norte (Northern Lights,
1995), La daga (The Subtle Knife,
1997) y El catalejo lacado (The Amber Spyglass, 2000), toma su
título de un verso de Paraíso perdido
de John Milton –obra de la que se erige como deliberada contrafigura- y se ha
traducido en España de forma un tanto libérrima como La materia oscura.
Rodeada desde su aparición por un aura
de polémica, bien por sus presuntos ataques al cristianismo –extensibles en
realidad a cualquier forma de teocracia o de totalitarismo dogmático-, bien por
el posicionamiento radical de Pullman contra la globalización capitalista o por
sus críticas a ilustres predecesores como Tolkien y C.S. Lewis, lo cierto es
que la ambición temática de La materia
oscura, aunada al despliegue imaginativo de su compleja trama, han logrado
conciliar su enorme popularidad entre el público juvenil y adulto con el
reconocimiento general de la crítica literaria. Muestra de lo primero son su
elevado número de ventas (más de ocho millones de ejemplares en todo el mundo,
aproximadamente la décima parte de las ventas de Harry Potter), la creación de
diversas versiones radiofónicas y teatrales -amén de la inevitable trilogía
cinematográfica, cuya primera parte se encuentra en pleno rodaje[1]-, sus
numerosos galardones en el ámbito de la “young-adult literature”, y, en fin, su
elección por la encuesta de la BBC “Big Read”, efectuada en el año 2003 entre
750.000 votantes, como la tercera obra más apreciada de la literatura
británica, sólo por detrás del Señor de
los anillos y Orgullo y prejuicio
de Jane Austen. Por lo que respecta al reconocimiento crítico, la obtención del
Premio Whitbread al mejor libro británico del año en 2001 por El catalejo lacado, hito que supuso la
primera concesión de este galardón a una obra incluida dentro del campo de la
literatura juvenil, desató una auténtica fiebre pullmaniana en los medios
literarios anglosajones y dio pie a la proliferación tanto de estudios
divulgativos de la más diversa especie como de tesis doctorales y sesudos
análisis académicos sobre His Dark
Materials que celebraban, o denostaban, su supuesta “apoteosis de la
intertextualidad”. Una recepción a
todas luces inusitada para un libro “de género”, pero que ha tenido
escasa repercusión en nuestro país, donde, pese a haber recibido los elogios de
autores tan reconocidos como Andrés Ibáñez y José María Guelbenzu (“no ha
aparecido, que yo sepa, fabulación más interesante desde La historia
interminable, de Michael Ende”)[2], la
trilogía, editada por Ediciones B y Círculo de Lectores, ha conocido un
moderado éxito de ventas y pasado en general bastante inadvertida. Mi
propósito, pues, no es otro que ofrecer, sin pretensión alguna de
exhaustividad, un análisis crítico tanto de los factores implicados en el
“fenómeno Pullman” como del calado literario de His Dark Materials, obra que, pese a la insistencia de su autor en
considerarse ante todo un “narrador de historias”, ha abierto sin duda nuevos
campos a los géneros de la fantasía y la literatura juvenil, ampliando
extraordinariamente su ámbito temático mediante su audaz inversión del
imaginario jerárquico de Paraíso perdido.
Una inversión inspirada directamente, digámoslo ya a fin de justificar el
título de este trabajo, en la obra de William Blake.
Aunque resultaría imposible, y quizá
contraproducente, intentar resumir aquí la compleja trama de la novela,
señalaremos que a grandes rasgos cabe sintetizarla mediante la imbricación de
tres grandes líneas temáticas estrechamente interrelacionadas. En primer lugar,
el marco general aportado por el UNIVERSO IMPLICADO, vasto entramado de
infinitos universos paralelos, donde del “Polvo” o materia oscura, una vez que
ésta alcanza su propia consciencia, surgen todos los demás seres conscientes, y
cuyas partículas, gracias al “enredo” (entangling)
cuántico, poseen alguna forma de pensamiento común que permite a ese Polvo
comunicar mensajes a los personajes de los diversos mundos, mediante artilugios
como el aletiómetro de la precoz Lyra -en el singular “mundo de Lyra”, donde
cada persona posee un “daimonion” zoomórfico indisociable de su propio yo-, o
el I Ching y el ordenador de la física Mary Malone en el nuestro. En segundo
lugar, el hilo narrativo estructurado en torno a la rebelión contra la
Autoridad dogmática, el falso Dios de las religiones monoteístas sobre el que
se ha sustentado históricamente la alianza Iglesia-Estado, llevada a cabo por
un ejercito “multiversal” comandado por la ambigua figura del padre de Lyra, Lord
Asriel. Esta rebelión, sin embargo, sólo alcanzará sus fines gracias al
esfuerzo y sacrificio de dos jóvenes de once y doce años respectivamente, Lyra
y Will, procedentes de distintos mundos y ayudados en su empeño por infinidad
de personajes variopintos –los giptanos, los osos y las brujas del Norte, los
ángeles rebeldes, los diminutos gallivespianos, etc-; tras descubrir el amor,
ambos habrán de renunciar a él en aras de un bien mayor, la liberación y fusión
con el universo de las almas de la humanidad, atrapadas en un siniestro Hades o
“mundo de los muertos”. Por último, como eje de la novela que permite
“focalizar” las dos líneas anteriores, una profunda reflexión, trenzada en
torno a la historia de Lyra y Will, sobre la naturaleza humana y el tránsito de
Inocencia a Sabiduría/Experiencia: es decir, según ha señalado Pullman, aquel
tránsito que constituye “la historia central de nuestras vidas”.
Este breve esbozo, insistamos, apenas
si puede dar una pálida idea de la enorme variedad de fuentes y temas imbricados
en el devenir narrativo de la obra. Si en una primera lectura resulta patente
la huella de “la tradición folclórica, los mitos de la Antigua Grecia, la
Biblia, Dante, John Milton, William Blake… y la teoría de supercuerdas surgida
del desarrollo de la física cuántica”[3], el
“lector avisado” (‘the astute’), en palabras del prestigioso crítico del Washington Post Michael Dirda,
descubrirá además en ella ecos y alusiones, entre otras cosas, a “la Cábala
judía, la doctrina gnóstica, la controversia sobre la <muerte de Dios>, Perelandra, los libros de Oz, El anillo de los Nibelungos de Wagner,
los viajes de Eneas, Ulises y Dante al inframundo, la leyenda del Grial y el
Rey Pescador, Peter Pan, la panteísta Oda
a la inmortalidad de Wordsworth, la doctrina del Dios oculto y las
especulaciones en torno a la pluralidad de universos, la ética situacionista
–sólo las acciones, no las personas, son buenas o malas-, el fin de los
milagros, La guerra de las galaxias,
la evangelización colonialista, la doctrina de las simpatías del siglo XVII, la
mitología popular en torno a los jesuitas como maestros de la realpolitik, los superhéroes del cómic e
incluso la primera novela para adultos de Pullman, Galatea. Los fans de la ciencia ficción y la fantasía encontrarán
además resonancias de los libros de Terramar de Ursula K. Le Guin, los relatos
de espada y brujería de Fritz Leiber sobre Fafhrd y el Ratonero Gris, o las
elegantes narraciones sobre la Tierra Moribunda de Jack Vance”[4]. Tal
despliegue de alusiones cultas y populares exige inevitablemente su
articulación dentro de una sofisticada arquitectura narrativa, cuyos ambiciosos
propósitos la crítica académica, encarnada por Lauren Shohet en su ensayo “Reading
Dark Materials”, ha descrito en términos un tanto anonadantes: “la trilogía
despliega para su lectura los cuatro niveles propios de las alegorías del
Renacimiento: narrativo (la historia de Lyra y Will); simbólico (al explorar la
relación entre Lyra y Will como modelo de las relaciones entre arte/narrativa
[‘the Lyric’] y deseo/acción [‘the Will’]); moral (indagando en la naturaleza
de las personas y comunidades de los distintos mundos descritos en cada
novela); y ‘anagógico’ o apocalíptico (la batalla entre fuerzas sobrenaturales
opuestas, que implica resolver el problema de la muerte)”[5].
Afirmación esta última, digámoslo de paso, cuando menos osada, ya que Pullman
ha negado reiteradamente que en su obra aparezca elemento sobrenatural
alguno. Bajo los limitados poderes de
personajes como “las brujas de Laponia” o las profecías aparentemente mágicas
del aletiómetro subyacería siempre una explicación científica, más o menos
especulativa, derivada de la propia noción cuántica respecto a la alteración de
las leyes físicas en los distintos universos, aspectos analizados con notable
claridad por John y Mary Gribbin en The
Science of Phillip Pullman´s His Dark Materials (Hodder, Londres, 2003)
-traducido en nuestro país bajo el equívoco título de Los misterios de La materia oscura (Ediciones B, Byblos, 2005)-.
Reducida a la mera enumeración de sus
fuentes, en cualquier caso, esta “apoteosis de la intertextualidad” podría
espantar a cualquier lector (fuere o no avisado), temeroso de encontrarse ante
una “apoteosis de la fatuidad”. Gracias sin embargo a su extraordinaria imaginación
y pulso narrativo, Pullman consigue integrar tan diversos materiales –que más
tarde intentaremos situar en su debido contexto- dentro de una historia
fascinante y perfectamente accesible a quien carezca de instinto alegórico,
jamás haya leído a Milton y Blake, nada sepa de la Cábala, la ética
situacionista o los misterios de la mecánica cuántica, y ni siquiera, lo que no
deja de ser una lástima, haya acompañado a Cugel el Astuto y Rhialto el
Prodigioso en sus vagabundeos por la Tierra Moribunda. Lo realmente sugerente
de la obra, como señala el novelista Michael Chabon, no es su acopio de
referencias, sino su decidido propósito de situarse en “las tierras
fronterizas… donde todo misterio reside, en los márgenes entre la vida y la
muerte, la infancia y la madurez, la física newtoniana y la cuántica, la
literatura <seria> y <de género>”. A esta decidida “confrontación
con el misterio… de la que las historias más auténticas han obtenido siempre su
fuerza”[6] se
debe, sin duda, que His Dark Materials,
anagógica o no, haya logrado tan excepcional acogida entre el público juvenil.
Y nada mejor para resumir los motivos de este recibimiento que las palabras de
una joven admiradora de Pullman, mi alumna de 4º de ESO Giovanna Buceta, cuyo
comentario reproduzco sin comentarios:
“Para mi forma de ver el mundo, “La Materia Oscura” es
uno de los mejores libros que he leído.
Es un libro que sabe combinar las aventuras, la
curiosidad de los niños por descubrir el mundo, las tretas que hacen para
descubrirlo, y todo esto incrementado por la crítica a la sociedad y la
iglesia.
Este libro, creo, hace pensar a quien lo lee si es cierto
lo que nos inculcan nuestros mayores, muestra la visión de la vida como un
camino que no lleva al cielo ni al infierno, sino a un foso común, demostrando
así que todos somos iguales, seamos buenos o malos, mejores o peores... Además
de la crítica a la Iglesia al decir que Dios sólo fue Dios al principio de los
tiempos, pero que fue sustituido y encerrado, careciendo así de todo poder.”
Las palabras de Giovanna –cuyo sentido
de la maravilla envidio con artrítica añoranza- nos permiten enlazar con otro
elemento contextual que realza la singularidad de esta trilogía: los
encarnizados ataques dirigidos contra ella por buena parte de los círculos conservadores
y religiosos del Reino Unido. El toque a rebato de esta campaña fue, en 1999,
un artículo del Catholic Herald donde
se afirmaba que la obra de Pullman debía ser rechazada por los padres
cristianos, pues sus temas: “que los padres son el enemigo, que Dios es un
fraude, y que no existe cielo alguno más allá de la leve expiración de las
partículas atómicas” constituían, según su culta autora, “el material de que
están hechos las pesadillas infantiles”; y se sugería, de forma supuestamente
jocosa, “que los fundamentalistas que atacaban a Rowling podían encontrar cosas
más merecedoras del fuego que los libros de Harry Potter”.[7] La
hoguera atizada por tan macabra “humorada” iría creciendo a la par que el
reconocimiento de la trilogía. En enero de 2002, pocos días después de
anunciarse el resultado del Premio Whitbread, el crítico Peter Hitchens publicó
en The Mail on Sunday un artículo
donde describía a Pullman como “el autor más peligroso de Inglaterra”[8], y a
lo largo de los años siguientes la emisión de una versión radiofónica por la
BBC y el “blasfemo” estreno de su versión teatral en Navidades de 2003 dieron
pie a nuevos ataques, entre cuyas líneas se percibe con claridad la nostalgia
de la censura: desde las amenazas recibidas por parte de su editor
estadounidense a la no por pintoresca menos siniestra imputación de egoísmo al
autor por equiparar “al Dios dador de vida con el oscuro Señor Sauron y el
malvado mago Voldemort”, en un tiempo en el que “los jóvenes, sean cuales
fueren su religión o sus creencias, han contemplado la fragilidad de la vida
después del 11 de septiembre, y necesitan de todos los recursos espirituales
para hacer frente al futuro”[9].
Afirmación que no sé si calificar de cínica o autista –por no emplear epítetos
poco cristianos- en un mundo donde cientos de miles de niños mueren cada año
por causa de la hambruna o las guerras. Esta polémica,
que se verá sin duda recrudecida tras el estreno de la versión cinematográfica,
no refleja al cabo otra cosa que la guerra sorda emprendida por las fuerzas
neoconservadoras contra la libertad de expresión: una batalla que, mientras la
versión creacionista del diseño inteligente lucha por imponerse en las
universidades estadounidenses frente a la teoría neodarwinista de la evolución,
parece haber elegido las aulas escolares y la literatura juvenil “heterodoxa”,
simbolizada por Pullman, como un campo de batalla decisivo. Muestra de
ello fueron los virulentos ataques lanzados contra el arzobispo de Canterbury,
Rowan Williams, cuando, en marzo de 2004[10], sugirió en un comunicado
público la conveniencia de incluir en el currículo de los estudiantes mayores
de 15 años el conocimiento del llamado “ateísmo de protesta”, mediante el
estudio de “la temática mítica de la rebelión contra Dios en las obras literarias
de Shelley, Blake y Pullman”. De manera inmediata The Times publicó un editorial acusando
a Williams de “hacerse el moderno”, y poco después Rupert Kaye, presidente de
la Asociación de Profesores Cristianos, que a raíz de la versión teatral había
afirmado su deseo de “ver La materia
oscura prohibida en todas las escuelas primarias de Inglaterra...”, se
reafirmó en que la novela constituía un caso de herejia y blasfemia[11]. El
sustrato político subyacente a toda la polémica asoma sin disfraces su patita en
otro apocalíptico escrito de Peter Hitchens. El supuesto “narrador de
historias” Pullman no es, se nos dice, otra cosa que un fundamentalista del
ateísmo y el caos social, empeñado en arruinar la idílica imagen de Inglaterra
descrita en las Crónicas de Narnia de
C.S. Lewis, y corromper la mente juvenil con un ideario que, traduzco
literalmente, “podría perfectamente haber sido extraído de las páginas de The Guardian, o de las conversaciones
políticamente correctas mantenidas en la sala de profesores de un millar de
escuelas públicas. Entre los buenos de esta trilogía figuran gitanos, un
príncipe africano, un ángel homosexual, y una monja renegada que abandona su fe
pero obedece las órdenes de otro ángel (de orientación sexual desconocida) que
le habla por medio de una pantalla de ordenador. Los malvados se encuentran
siempre entre los religiosos, los respetables y los bien nacidos. Uno de esos
malvados es descubierto en su opulenta mansión, y Pullman describe el hecho
enfáticamente: <Todo lo que Will contemplaba hablaba de riqueza y poder, del
tipo de superioridad informal que muchos
miembros de la clase alta inglesa consideran todavía su derecho.>”[12]. A
primera vista, la verdad, ni esta frase ni la reivindicación de africanos
(políticamente correcto a su manera, Hitchens omite con evidente pesar el
término “negro”), gitanos u homosexuales implican una incitación inmediata al
caos social; y, dado que la lectura de la obra no ha provocado por ahora olas
de nihilismo y violencia revolucionaria entre sus innumerables lectores
adolescentes, cabe preguntarse por qué La
materia oscura continúa despertando críticas tan desmesuradas entre “los
religiosos, los respetables y los bien nacidos”. Cuestión que intentaremos
responder en los siguientes apartados.
2. Milton y el Dios celoso.
“Ejecutaré en ti la sentencia, así se desahogará del todo mi ira, saciaré mi
furor y me vengaré… Di al país de Israel,
así dice Jehová: Aquí estoy yo contra ti: sacaré mi espada de la vaina y
exterminaré de ti al justo y al impío.”
Libro
de Ezequiel
“Pues el Señor tu Dios
es un fuego abrasador, un dios celoso.”
Deuteronomio
La controversia atizada por La materia oscura se ha visto influida, sin
duda, por la belicosa imagen pública de su autor. Hombre de firmes convicciones
progresistas, en sus conferencias y artículos de prensa, además de lanzar
feroces críticas contra los inklings Lewis y Tolkien, Pullman no ha tenido recato
en afirmar, por ejemplo, que Margaret Thatcher “fue responsable de un error de
consecuencias devastadoras, al permitir que los imperativos del mercado
invadieran campos ajenos, como la educación, y se convirtieran en una
influencia maligna... Mrs. Thatcher nos inoculó una dosis casi letal –aún puede
revelarse como letal a largo plazo- de veneno moral, de forma que ser
británicos ya no es algo por lo que podamos sentirnos orgullosos”[13];
que, si el nazismo, la Unión Sovietica de Stalin y el Irán de Jomeini
compartieron, entre otros rasgos totalitarios, la negación del ejercicio
democrático de la lectura, la América de Bush marcha por el mismo camino; o, en
fin, en el
editorial publicado en septiembre de 2005 dentro de su página web, que los
auténticos “malvados” en el proceso de calentamiento global del planeta no son
otros que las corporations multinacionales.
El furor desopilado de la campaña contra La materia oscura, por tanto, responde a raíces antiguas y
profundas: las mismas denunciadas por William Blake hace más de dos siglos
cuando señaló que “religión y política
son una misma cosa”[14],
germinadas hoy golosa y globalmente en el humus
del librecomercio capitalista – en buena medida, según señalara Walter
Benjamin, un nuevo dogma religioso cuyo Dios se mantiene celosamente oculto-. Y
si la beligerancia de Pullman puede haber añadido acritud al debate, lo cierto
es que éste resultaba a todas luces inevitable dada la acerba crítica de la
trilogía contra toda autoridad dogmática y religión institucional, que
resumiremos por el momento mediante la recensión de tres pasajes especialmente
significativos de El catalejo lacado.
En primer lugar, uno de los finales más insólitos y abiertos jamás ofrecidos
por la literatura juvenil, cuando Lyra Belacqua, llamada Lengua de Plata, al
ser interrogada por su daimonion Pantalaimon acerca de “qué es lo que debemos
construir”, responde con un tajante: “la República del Cielo”[15]. En
segundo, la exposición subversiva y humanista ofrecida por el libro de esa
República del Cielo, definida por el ínclito “príncipe africano” (negro tenía
que ser) como “un mundo donde no existan reinos, ni reyes, ni obispos ni
sacerdotes. El Reino de los Cielos se ha llamado así desde que la Autoridad se
impuso sobre el resto de los ángeles. Nosotros lo rechazamos. Este mundo es
distinto. Nuestro propósito es ser ciudadanos libres de la República del Cielo”[16]. Por
último, la afirmación explícita de que tal República sólo podrá gestarse una
vez culminada la rebelión multiversal contra el primer ángel, nacido del Polvo
o “materia oscura” cuando “la materia comenzó a entenderse a sí misma”: “el
Anciano de los Días”… “la Autoridad, Dios, el Señor, Yahvé, El, Adonai, el Rey,
el Padre, el Todopoderoso”. Un Todopoderoso que no duda en mentir y
autoproclamarse Creador tanto de su propia materia matriz como de todos los
demás seres conscientes, pero que en realidad no ha creado sino el tiránico
Reino de los Cielos y un “campo de prisioneros” al que ha llamado “el mundo de
los muertos”[17].
El Dios de que se nos habla en estos pasajes no es otro que el Dios
colérico, celoso y vengativo del Antiguo Testamento, contemplado a la luz de la revisión
arquetípica de su figura llevada a cabo por John Milton en Paraíso Perdido (1677), ambiguo poema épico omnipresente en la
literatura anglosajona, cuyo “paisaje y atmósfera”, ha reiterado Pullman,
constituyeron el punto de partida de su obra. Si nos atenemos a la lectura
“ortodoxa” de la obra, parecería
indiscutible que Milton reelabora en Paradise
Lost la visión teocéntrica bíblica y dantesca sobre tres principios
básicos. Primero, la reafirmación de la omnipotencia y trascendencia divinas,
cuyo velado acento en la doctrina de la predestinación resulta manifiesta en
las palabras del Padre a Cristo ante la asamblea de los “espíritus electos y benditos”:
“el hombre no se perderá completo, quien quiera vivirá,/ no por quererlo él,
sino por Gracia en mí/ otorgada libremente; (...) algunos he escogido para
Gracia peculiar,/ electos sobre el resto: tal
mi voluntad.”[18]. Segundo, su descripción de
la creación del universo por ese Dios o arquitecto supremo en términos afines a
las entonces nacientes concepciones mecanicistas: “Asió el compás de oro,
preparado/ en el taller eterno del Señor, con que circunscribir/ el universo y
todo lo creado:/ un pie centro girando el otro alrededor/ por la profundidad
oscura y vasta,/ y dijo: ‘llega tú hasta aquí, aquí tus límites,/ sea ésta tu
circunferencia justa, ¡oh Mundo!’/ Así creó Dios el cielo, así la tierra”[19].Tercero,
como corolario de lo anterior, la sujeción de la pasión y el deseo a la razón:
“A tu consorte/..... lo eminente que en su compañía halles/ atractivo,
racional, humano, ámalo por siempre,/ pues
amándolo haces bien, no así con la pasión/ que no es el verdadero amor.../ Es
la escala por la que subir al amor celeste,/ no caer en el amor carnal”[20].
Surge así la imposición al hombre del temor al “árbol del conocimiento
prohibido” (el blakeano “árbol del
misterio”) y el rechazo de la impura y perturbadora sexualidad, el “mortal
pecado original” que desató sobre la humanidad funestas consecuencias. Lo que Paraíso Perdido nos enseña desde esta
perspectiva, por tanto, es que la aceptación racional de la trascendencia
divina y de sus inescrutables designios, junto al rechazo del cuerpo y las
pasiones, constituyen no sólo “la única escala” que puede conducir a la
salvación celestial (preestablecida por esos mismos designios), sino la única
forma de mantener el orden y paz terrenales y evitar el estallido entre los
hombres de “ira, odio, recelo, desconfianza, sospecha, discordia”.
La obra de Pullman constituye un denodado intento por demoler todas estas
concepciones, empeño en el que fue precedido, según él mismo ha señalado en su
introducción a Paraíso Perdido, por
William Blake, “el más grande de todos los intérpretes de Milton (...) que en El matrimonio del Cielo y el Infierno
escribió lo que es probablemente, el más perceptivo, y desde luego el más
sucinto, comentario crítico del Paraíso
Perdido: <la razón por la que Milton escribió maniatado cuando
trataba de los Ángeles y Dios, y en libertad cuando lo hacía sobre los Diablos
y el Infierno, se debe a que era un verdadero Poeta y pertenecía, sin saberlo,
al bando del Diablo>”[21]. La
frase de Blake hace plena justicia a la complejidad del poema de Milton, pues
ya desde principios del siglo XVIII autores como John Dryden mostraron sus
reticencias al poema por considerar que Satán adoptaba en él una preeminencia
heroica sobre el propio Adán, y que la figura de Dios padre quedaba por el
contrario un tanto desdibujada. Tal consideración, exaltada y asumida por el
romanticismo, permitiría a críticos posteriores elaborar la que cabe llamar
“interpretación heterodoxa radical” del poema, según la cual la obra
constituiría una especie de roman à clef,
bajo cuya aparente ortodoxia subyacen deliberadamente
no pocas sugerencias subversivas. Esta interpretación, cuyos pros y contras
aparecen expuestos con ameno rigor en la introducción de Bel Atreides a su
versión de Paraíso Perdido, se funda
sobre todo en dos argumentos, uno de ellos estrictamente interno al poema –la
mencionada aureola rebelde y cuasinihilista de Satán-, y otro contextual,
basado en las contradicciones existentes entre las convicciones republicanas de
Milton y su epopeya cristiana: “¿es posible que a Milton, el Milton
monarcómaco, enemigo del trono, el cetro y la corona a los que considera
atentados contra el libre desarrollo del individuo, contra la dignidad humana
incluso, una verdadera forma de idolatría... el Milton paladín de la República
cromwelliana, su aliado, defensor y propagandista contra los doctrinarios
continentales del antiguo régimen… es posible que a ese Milton le complaciese
la imagen de Dios como rey guerrero?”[22].
No podemos entrar aquí en un análisis más detallado de esta cuestión,
por lo demás condenada (¿predestinada?) a permanecer inconclusa hasta el fin de
los tiempos –ya entendamos por tal la extinción de la presuntamente reflexiva
especie humana, el triunfo de la entropía o el Día del Juicio donde Pullman y
tantos otros conoceremos lo que vale la cólera del buen Dios-. A caballo de las
dos interpretaciones mencionadas, en cualquier caso, uno se inclina a
considerar las tensiones inherentes al poema como fruto de la lucha interna
experimentada en su proceso creativo por el propio Milton, incapaz en
términos dramáticos de conciliar la búsqueda de la libertad individual con
su creencia racional en la sujeción del hombre a un inaccesible poder superior.
Así, según palabras de Christopher Hill,
el contraste entre la visión beatífica e intelectual del Dios Todopoderoso y la
extraña fuerza que, a despecho de su condena por el autor, resplandece en el
prometeico Satán, sería fruto del desasosiego emocional del poeta ante la
derrota republicana y la Restauración inglesa de 1660: “Si, entre otras cosas, el
personaje de Satán alude a alguna de las formas en que la Buena y Antigua Causa
se había equivocado, cabe esperar que contenga una buena parte del propio
Milton, quien reconocía que tampoco carecía de responsabilidad en su fracaso.
El intelecto de Milton le decía ahora que debía someterse a la voluntad de
Dios, aunque sólo fuera porque el Padre es omnipotente; pero su aceptación de
los acontecimientos de 1655-60 era muy reticente. Satán, el campo de batalla de
Milton en su contienda consigo mismo, veía a Dios como un mero poder
arbitrario, y se rebelaba contra ello; el cristiano, y Milton lo sabía, debe
aceptarlo. Ahora bien, ¿cómo podía un individuo libre y racional aceptar lo que
Dios había hecho a sus servidores en Inglaterra? Si lo contemplamos así, Milton
expresó por medio de Satán a (a quien desaprobaba) la insatisfacción de sus
propios sentimientos hacia el Padre (a quien intelectualmente aceptaba)”[23].
Fueran cuales fuesen las inescrutables motivaciones íntimas de Milton,
lo que nos interesa señalar aquí es que Pullman, dentro de la corriente crítica que considera que el verdadero héroe de Paraíso Perdido no es otro que Satán, se
inscribe claramente en esta “vía media” según la cual Milton fue, digamos,
“traicionado por su inconsciente”. Por tanto, siguiendo la estela blakeana, ha
afirmado en repetidas ocasiones
considerarse también perteneciente al partido del Diablo, pero en su
caso con plena consciencia de ello[24]; y
su demolición del Pantocrátor omnipotente de Milton deriva directamente, en
este aspecto, de la transmutación radical a la que el imaginario ideológico
miltoniano fue sometido por Blake. Un pequeño ejemplo iconográfico nos
permitirá comprender mejor esta vinculación. El Dios de Milton es una figura
majestuosa y lejana, que desde su trono “rodeado de nubes” imparte “su
providente arbitrio”; esta imagen es desmontada (deconstruida, si se prefiere)
con cáustica ironía por Blake en un breve poema manuscrito, “A Papinadie” (“To Nobodaddy”), donde
esas mismas nubes ejemplifican la hipocresía y el enfermizo misterio
característicos, en opinión de Blake, de
las religiones monoteístas: “¿Por qué eres silente e invisible,/ Padre de
los celos?/ ¿Por qué entre nubes te ocultas/ de los ojos que te buscan?”[25]; y
este proceso “deconstructivo” alcanza plena rotundidad en las páginas de El Catalejo Lacado, donde Dios, recluido
en una misteriosa Montaña Nublada cuyo emplazamiento permanece oculto, no es en
sus últimos días sino un títere manejado por aquéllos que quieren perpetuar el
Reino en beneficio propio, a quienes se enfrentan todas aquellas fuerzas que en
su poema Milton alineaba en el “eje del mal”, desde los ángeles rebeldes a las
brujas de Laponia. Convertido en un
anciano decrépito, “ligero como el papel, carente de voluntad, aterrorizado y
lloroso como un niño”, el antiguo tirano experimentará su muerte, disuelto en
el viento, como una liberación: ”la última impresión que Will y Lyra se
llevaron de él fueron sus ojos, pestañeando de asombro, y un suspiro de
cansancio y profundo alivio”[26]. Es
hora, pues, como nos dirá Lyra, de comenzar a construir la República del Cielo.
La radicalidad de estas propuestas en
un libro de temática juvenil resultará menos insólita a medida que expongamos las
vinculaciones de la obra de Pullman con la fecunda tradición disidente y
radical del pensamiento inglés, y en particular con el pugnaz esfuerzo de
William Blake por eliminar la figura del Dios trascendente en favor de la
imagen inmanente de la Divina Humanidad Universal. Heinrich von Kleist, Milton
y Blake son los únicos autores cuya influencia Pullman reconoce expresamente en
los agradecimientos finales de su trilogía: pero si en el caso de los dos
primeros la “deuda de gratitud” se circunscribe a dos obras concretas, Paraíso perdido y el portentoso ensayo Sobre el teatro de marionetas, en lo
relativo al tercero se extiende al conjunto de “las obras de William Blake”,
autor cuyo magisterio Pullman, presidente honorario de la Blake Society de
Londres, ha reconocido en repetidas ocasiones: “Me ha influido en gran medida. Su
trabajo ha sido siempre muy importante para mí, y lo considero uno de los más
grandes escritores y artistas de todos los tiempos. Lo leo continuamente, y
siempre vuelve a asombrarme”. Más adelante tendremos oportunidad de calibrar la
admiración de Pullman por Blake citando algunos pasajes de su conferencia
“Blake’s Dark Materials”, ofrecida el 25 de octubre del 2005 a la Blake Society
de Londres, donde Pullman apuntaba, a modo de resumen de su visión de Blake,
“siete principios” esenciales que había integrado en su propia obra. Aun si
ignoráramos esta circunstancia, la lectura de La materia oscura bastaría para poner de manifiesto que la visión
de la naturaleza humana ofrecida por Pullman tiene su más claro precedente en
los poemas de Blake. Dado que el pensamiento de este poeta, grabador y pintor
británico no es a mi juicio bien conocido en España, donde su interpretación se
ha visto lastrada por los prejuicios de la “escuela espiritualista” anglosajona
hasta presentarlo como un místico alejado del mundanal ruido, realizaremos aquí
un breve excurso sobre los rasgos fundamentales de esas “obras de William
Blake”, intentando en todo momento destacar sus afinidades esenciales con
Pullman.
3. Blake y Pullman: la rebelión contra la Autoridad.
“Si un radical es un pensador que confronta y
repudia las asunciones de la clase dominante de su sociedad sobre la base de
sus propias asunciones revolucionarias, y si un poeta radical es aquél cuya
obra, en su imaginería y estructura al igual que en su temática, se halla
conformada por la confrontación y el repudio, entonces Blake fue en todo
momento un poeta radical.”
Mark Schorer, William Blake: The Politics of
Vision,
“Vidente de este cielo, pues no hay otro,
señor de
tu sendero.”
Unamuno,
“Al volver a escuchar a William Blake”
De manera esquemática resulta posible
dividir la obra literaria de Blake en dos grandes etapas, fruto natural de una
evolución orgánica cuyas propuestas expresivas se irían tornando cada vez más
radicales. La primera, hasta 1795, estaría marcada por el desarrollo de dos
líneas convergentes, que constituyen formas diversas de afrontar un mismo
objetivo: el desvelamiento de las raíces ideológicas de la opresión. Por un
lado, la elaboración de colecciones de piezas breves, bien líricas como las Canciones de Inocencia y de Experiencia, o
en prosa como el Matrimonio del Cielo y
el Infierno, consistentes fundamentalmente en textos donde el envolvente
juego de ironías y perspectivas del autor se remite de lo particular a lo
universal; por otro, la creación de extensos poemas narrativos, culminados con
el “ciclo profético de Lambeth”, donde las fuerzas históricas e ideológicas
“universales” se convierten en las protagonistas bajo cuyo devenir tumultuoso
cabe entrever las vidas individuales.
Tal separación no puede entenderse de
manera estricta, pues, por ejemplo, el ciclo profético de Lambeth reelabora a
menudo imágenes mostradas de manera más concisa en las Canciones, cuya supuesta “sencillez”, dicho sea de paso, sólo puede
sustentarse en el desconocimiento de la técnica perspectivista de Blake. La
incomprensión de este procedimiento “dramático”, que exige una lectura activa
capaz de desvelar el “subtexto” oculto bajo el poema, se halla en la base de
muchas de las malinterpretaciones dadas a su pensamiento, entre ellas la
supuesta oposición entre la “idílicas” canciones de Inocencia y las “amargas” canciones de
Experiencia. Intentaré ilustrar esta cuestión por medio de una pequeña
referencia a las dos versiones de “El
pequeño deshollinador”, que en Inocencia se inicia con el, se nos ha dicho,
“resignado” lamento del narrador:
“Cuando mi madre murió era yo muy
joven
y mi padre me vendió antes de que
mi lengua
apenas
pudiera gritar: limpia, limpia, limpia, limpia.
Así que vuestras chimeneas limpio y en hollín
duermo.”
La expresión blakeana “y mi padre me vendió” debe ser entendida
de manera literal, pues estos niños deshollinadores eran “comprados” a sus
padres, y al cabo de siete años, una vez finalizado su supuesto aprendizaje, se
encontraban sin oficio alguno. Demasiado crecidos para trepar por las
chimeneas, los años pasados entre el hollín habían destrozado su salud
(deformaciones de columna y extremidades, insuficiencia respiratoria, el
llamado “cáncer de deshollinador” en el escroto), por lo que su destino
habitual era el asilo parroquial y la muerte a temprana edad. El sarcasmo de
esta primera
estrofa del poema hubiera debido resultar evidente para cualquier lector de la
época, lo que, quizá por lo innovador de la ironía blakeana, no fue
desgraciadamente el caso entre sus escasos conocedores, al menos hasta su lectura por, quién si no,
Lewis Carroll[27]. Ahora bien, desde
nuestra perspectiva actual, sólo una lectura en verdad “inocente”
–pero por parte del crítico, no del autor- puede considerar ese sarcasmo
paliado por la descripción que el narrador efectúa luego del sueño de un
compañero de infortunio, el pequeño Tom, a quien le habían “afeitado la cabeza, de pelo rizo como el
lomo de un cordero”. Un sueño en el que miles de pequeños deshollinadores,
encerrados en ataúdes, son liberados por un “ángel”, que, tras permitirles lavarse, correr y jugar al sol “por un verde prado”, efectúa una promesa
al niño:
“Al
cabo, desnudos y blancos, abandonados sus sacos,
elévanse sobre las nubes y juegan con el viento.
Y el Ángel dijo a Tom que, si se portaba bien,
tendría a Dios por padre, y nunca le faltaría alegría.
Entonces Tom despertó; levantándonos en la oscuridad
con nuestros cepillos y sacos fuimos
a trabajar.
Aunque la mañana era fría, Tom estaba feliz y caliente.
Pues si todos cumplen con su deber, ningún daño han de de temer.”[28]
Todo el poema, cabe observar,
constituye una crítica demoledora de la manipulación social: el narrador y Tom
se sienten confortados por la protección divina, pero, encerrados en sus
ataúdes, ignoran que ese Dios que les confortará “si se portan bien” y “cumplen
con su deber” (es decir, si aceptan con resignación su jornada laboral de
16 horas diarias, su pobreza y su falta de futuro), no es sino una figura
ficticia, injusta y vengativa, creada para justificar una opresión social que
deben aceptar por mor de los designios divinos. Consideración que, por medio de
un lenguaje cuya proximidad con los
pasajes antes citados de Pullman resulta evidente, Blake se limitaría a
clarificar en la homónima canción de Experiencia, donde el mismo narrador
maldice a los padres que lo abandonaron mientras marchaban “a alabar a Dios, a su Sacerdote y su Rey,/
que erigen un cielo con nuestra miseria.”. Es importante comprender, por
tanto, que ni en Blake ni en Pullman existe contraposición alguna entre una
supuesta Inocencia “arcádica” y el mundo de Experiencia, sino la afirmación,
sobre la que volveremos más adelante, de que es necesario atravesar Experiencia
para, si conseguimos eludir las manipulaciones ideológicas que se ciernen sobre
nosotros y evitar la caída en la indiferencia, el egoísmo y el adocenamiento
(peligros representados por los “espectros” blakeanos y los “espantos” de
Pullman, que en el original inglés reciben el mismo nombre, Spectres), alcanzar la verdadera
Sabiduría y un sentido profundo de nuestra vinculación con el Universo. Pues,
en cita de Blake que Pullman reproduce
en el cap. 29 de El catalejo
lacado, “cada hombre esta en poder de
su Espectro/ hasta que llega la hora en que su humanidad despierta/ y arroja su
Espectro al lago”[29];
pero, mientras los hombres no sean capaces de liberarse de “las cadenas forjadas por su mente”, no
podrán tampoco resistirse a la imposición tiránica del famoso “evangelio de Urizen”:
“Sobre esta roca con fuerte mano afirmo
mi libro/ de bronce eterno, en soledad escrito. (...)/ Un solo mandato, una
alegría, un deseo,/ una maldición, un peso, una medida,/ un Rey, un Dios, una
Ley.”[30], versos blakeanos que
definen con sobria concisión la falaz doctrina de la Autoridad pullmaniana.
La segunda etapa de Blake vendría
representada por sus grandes profecías, la inacabada Los cuatro Zoas, Milton y
Jerusalén, que suponen un intento de
integrar las dos líneas precedentes mediante la interacción continua de lo
universal y lo particular, en el marco de una subversión radical de la
linealidad narrativa y del continuo espaciotemporal newtoniano, única forma de
liberar al hombre de “las cadenas
forjadas por su mente”. A efectos de comprensión de la obra de Pullman
–mucho más apegado a la ortodoxia narrativa-, quizá el aspecto más importante
de estas obras lo constituya el hecho, a menudo soslayado, de que el propósito perseguido por Blake no era
crear una supuesta mitología ultraterrena, sino, en el ámbito individual,
mostrar, mediante la figura de sus Zoas, Emanaciones y Espectros, los peligros
inherentes a la escisión de la psique humana, motivada por la imposición
religiosa del “mito de la Caída” (de
cuya consolidación consideraba a Milton el principal responsable) y el
consiguiente rechazo de la imaginación y del deseo; y, en el ámbito histórico,
desvelar los medios de manipulación ideológica mediante los cuales la “sagrada
Alianza” ha impuesto sus doctrinas sobre la humanidad, proceso que Blake
consideraba culminado en su tiempo por la deshumanización racionalista del
capitalismo industrial. Este intento blakeano de desvelar las profundidades de
la mente humana mediante el despliegue de sus figuras míticas nos permite
observar bajo nueva luz una de las observaciones más controvertidas de Pullman,
su afirmación de que La materia oscura
es “puro realismo”, explicada así por el autor en su página web: “Ese
comentario me trajo problemas con el mundo de la literatura fantástica. Lo que
quería decir es lo siguiente: que la historia que intentaba contar versaba
sobre personas reales, no seres inexistentes como elfos o hobbits. Lyra, Will y
los demás personajes son seres humanos como nosotros, y la historia trata de
una experiencia humana universal: la necesidad de crecer. Los personajes
fantásticos del relato aparecen por tanto como imágenes de los diversos
aspectos de la naturaleza humana, y no como algo ajeno o extraño a ella”. La
mitología blakeana y los personajes imaginados por Pullman persiguen así un
mismo fin: desvelar los aspectos ocultos de la realidad cotidiana, o, en
palabras del segundo, “emplear los elementos fantásticos para decir algo que yo
consideraba verdadero acerca de nosotros mismos y nuestras vidas”.
En Blake y en Pullman, por tanto,
encontramos una temática central similar: el rechazo de la figura del Dios
trascendente y omnipotente, cuya “mano invisible” (transmutada por Adam Smith en dogma mercantil de
la nueva religión capitalista) sustentaría la inmutabilidad del orden
natural y social; y una misma propuesta, la incitación a una “rebelión” que
libere a la humanidad de las cadenas forjadas por la mente, de igual manera
que, en el Milton de Blake, el autor
de Paraíso Perdido debe descender
desde la ficticia mansión celestial de su propio poema a la Tierra, “el verdadero centro donde la Eternidad
florece”, a fin de “limpiarse de todo
lo no humano”[31]. En Blake y Pullman,
asimismo, ese concepto de rebelión elude la incitación a la mera violencia
ciega –que no es al cabo sino una respuesta reactiva a la violencia urizénica,
y que tanto en las profecías blakeanas como en La materia oscura conduce siempre a la cansina repetición de los
errores precedentes-, para centrarse en una profunda reflexión acerca de la
necesidad de abordar la regeneración social mediante un replanteamiento radical
de las relaciones entre Inocencia y Experiencia, infancia y madurez. Una
actitud vital sintetizada por Pullman en la extraordinaria frase pronunciada al
recibir el premio Carnegie Medal –“lo que necesitamos no son listas de lo que
es correcto y lo que es erróneo, sino libros, tiempo y silencio”-, y sobre la
que basa los tres grandes principios de su República del Cielo: primero, “el
sentimiento de pertenencia, de formar parte de una historia verdadera y estar
ligado a las demás personas, incluso a las que partieron antes que nosotros; y
el sentimiento de estar vinculados al propio universo”; segundo, “el
sentimiento de que este mundo en el que vivimos es nuestro hogar, de que no hay
ningún otro lugar fuera de él”; y tercero, la convicción de que las promesas
efectuadas por el Reino de los Cielos, ficticias pero psicológicamente
necesarias para la felicidad humana, deben ser transferidas al ámbito inmanente
del ser humano mediante el establecimiento de una sociedad donde “seamos
ciudadanos libres e iguales, dotados –y este es el punto esencial- de
responsabilidades. La responsabilidad de hacer de este lugar una República del
Cielo, renunciando a vivir en una perpetua autoindulgencia para, mediante
nuestro esfuerzo, convertir este mundo en un lugar tan bueno cómo seamos
capaces de conseguir”[32]. La
misma actitud y las mismas convicciones que, por citar textos quizá más claros
que los de sus profecías finales, podemos encontrar en las lúcidas anotaciones marginales escritas
por Blake, apenas tres meses antes de su muerte, sobre las páginas del
Padrenuestro conservador del Dr. Thornton. El poeta, que cuarenta años antes ya
afirmara que “todo lo que vive es
sagrado”, reiteraba una vez más su convicción acerca del vínculo
indisociable entre hombre y naturaleza
-“Todo lo existente tiene tanto
derecho a la Vida Eterna como Dios, quien es el sirviente del Hombre”- y
mostraba el mismo igualitarismo y colectivismo políticos que en su juventud: “Danos este Día Eterno el pan que por
justicia nos pertenece, y aléjanos del dinero, las deudas o los impuestos, pues
todas las cosas sean comunes entre nosotros”[33]. El
Día Eterno blakeano y la República del Cielo pullmaniana comparten así, más
allá de su evidente parentesco léxico, un mismo espíritu reivindicativo: la
necesidad de trasponer las promesas espurias del Reino de los Cielos al devenir
cotidiano de los hombres, convirtiendo la falsa trascendencia en gozosa
inmanencia; y la convicción de que la “regeneración” efectiva de la humanidad
sólo será posible mediante una decidida reivindicación de nuestra verdadera
naturaleza.
4. Blake y Pullman: tránsito de Inocencia a Experiencia en el Universo
implicado.
“¡Todo lo existente es Humano, poderoso, sublime!”
William Blake, Jerusalem.
“Tenemos que volver a comer del Árbol de Conocimiento para recobrar el
estado de Inocencia... la gracia natural....ese es el último capítulo de la
historia del mundo”
Heinrich von Kleist, Sobre el teatro
de marionetas.
Desvelada en el apartado anterior la
vinculación ideológica entre Blake y Pullman y los rasgos esenciales de su
“rebelión contra la autoridad”, podemos ahora exponer algunos aspectos
concretos del pensamiento de Blake que han ayudado de manera precisa a
conformar las otras dos líneas temáticas integrantes de La materia oscura: el Universo o Multiverso implicado, y, como
auténtico núcleo de la historia, el tránsito de Inocencia a Experiencia, sin
cuyo logro toda rebelión devendría al cabo una nueva forma de totalitarismo.
Por lo que respecta a la Vasta
cosmovisión de un Multiverso “implicado” y conectado entre sí por la materia
consciente o Polvo, conviene señalar en primer lugar que, acorde al “puro
realismo” pretendido, Pullman ha cimentado su cosmovisión en los aspectos más
sugerentes y enigmáticos de la moderna física cuántica, explícitamente
detallada por Lord Asriel a Lyra en las páginas finales de Luces del Norte al contarle de dónde proviene la existencia de los
“innumerables miles de millones de mundos paralelos... Este mundo, como otro
universo cualquiera, es resultado de la posibilidad. Tomemos el ejemplo de una
moneda: la arrojamos y el resultado puede ser cara o cruz. Antes de que toque
el suelo ignoramos de que lado caerá. Si el lado es cara, significa que la
posibilidad de que sea cruz ha quedado eliminada... Sin embargo, en otro mundo
podría ser cruz. Cuando ocurre tal cosa, los dos mundos se separan... En
realidad, estos fallos de lo posible ocurren al nivel de las partículas
elementales, pero se producen de la misma manera: en un momento determinado son
posibles varias cosas, un momento después ocurre una sola y las restantes dejan
de ser posibles... salvo que hayan surgido otros mundos donde podrían serlo”.
Gran parte del extraordinario atractivo de La
materia oscura radica precisamente en la maestría con que Pullman describe
los viajes de Lyra y Will –un muchacho de 12 años procedente de “nuestro
mundo”, al que Lyra conocerá en el segundo volumen- a través de esos mundos que
su talento descriptivo y la vívida caracterización de cada ambiente torna plenamente
creíbles. Todos estos mundos, de hecho, se hallan conectados por lo que la
moderna física denomina “enredo cuántico” (quantic
entanglement), descrito como “vinculación cuántica”, con alguna que otra
imprecisión en la traducción, en el capítulo 14 de El catalejo lacado[34].
A partir de aquí, Pullman desarrolla
la idea del Universo implicado, en alguna medida autoconsciente, donde todas
las partículas de “la materia oscura”, el Polvo o Dust, se hallan “enredadas”
entre sí. Esta extraordinaria trama, tejida sobre la base de una “verdad”
científica –el enredo cuántico-; una “especulación” imposible por ahora de
someter a falsación empírica –la existencia de universos paralelos-; y una
creación puramente imaginativa –la atribución de consciencia a la “materia
oscura” bajo el nombre de Polvo: “el Polvo se derramaba de forma incesante: sus
billones de partículas semejaban estrellas de todas las galaxias del cielo, y
cada una de ellas constituía un fragmento de pensamiento consciente”-, supone un
logro narrativo atribuible en exclusiva a Pullman. Lo cierto es, sin embargo,
que la noción de un universo “vivo” y consciente puede remontarse a Blake,
quien empleó en varias ocasiones la misma noción de “Dust”, Polvo, para
expresar su creencia no sólo en que “todo lo que vive es sagrado”, sino en
que incluso las partículas aparentemente inanimadas son capaces de sentir gozo
y alegría. La mejor muestra de ello es el prefacio de Europa donde, atrapado por el poeta un trasgo burlón, cuando aquél
pregunta “qué es el mundo material, y si esta muerto, ” el trasgo responde: “escribiré un libro acerca de pétalos de
flores,/si me alimentas con pensamientos de amor, y de vez en cuando me
ofreces/ una copa de espumosas fantasías poéticas. Así, cuando esté
ebrio,/cantaré para ti con este dulce laúd, y te mostraré pleno de vida/ el
mundo, donde cada partícula de polvo exhala gozo”[35];
expresiones similares pueden encontrarse en poemas tardíos, como el extraordinario
“Augurios de Inocencia”, donde se
invoca al hombre a contemplar “el
infinito en la palma de la mano/ y un mundo en un grano de arena”[36]; y,
por supuesto, en las profecías finales, donde se reitera que “ni un cabello, ni una partícula de polvo,
desaparecen jamás”[37]. No
es extraño, por tanto, que entre los siete principios que en su conferencia
Pullman afirmó haber ‘aprendido’ de Blake, los cuatro primeros respondan
plenamente a esta gozosa exaltación del universo consciente, y a una visión de
Blake radicalmente alejada de todo misticismo ascético: “este mundo físico, la
materia de que estamos hechos, es amoroso por naturaleza. La materia se
regocija en la materia....; de la materia enamorada surgen cosas que no son
materia;... la consciencia que brota de la materia demuestra que la consciencia
es una propiedad habitual del mundo físico, mucho más difundida de lo que los
seres humanos creen; .....la experiencia corporal subyace, sustenta, alimenta,
inspira y llena de gozo la experiencia mental” [38].
Dentro de este
contexto que podríamos llamar “cosmogónico”, resulta mucho más sencillo
comprender el desarrollo de la que considerábamos “segunda línea temática” de La materia oscura: la Rebelión contra la
Autoridad, escenificada por medio de innumerables personajes, cotidianos o
míticos, de los distintos universos. Pues, según señalará Pullman al enumerar
sus tres últimos “principios” blakeanos, “el verdadero objeto de nuestro
estudio y nuestro trabajo es la naturaleza humana y su relación con el universo”.
Por lo tanto, para recuperar el sentido de la verdadera naturaleza hemos de
eliminar la imposición dogmática simbolizada en esta trilogía por la Autoridad
y sus acólitos (entre ellos, ciertamente, el Magisterio Eclesiástico y sus
distintas instituciones, que domina el “mundo de Lyra”; pero también, por
ejemplo, la confederación humana que oprime en su universo a los
gallivespianos); y si para hacer al lector más consciente de ello es preciso
apelar a los símbolos imaginativos mas arraigados en el lector, “ghosts,
demons, spirits, gods, demigods y nymphs”, debemos hacerlo sin dudar, siempre
que, reitera Pullman, seamos capaces, como Blake, de hacer a ese lector
consciente de que “todas las deidades
residen en el pecho humano”. Es fundamental observar, a este respecto, que,
si en la profecía final de Blake, Jerusalén,
el “día Eterno” sólo comienza a vislumbrarse mediante la aceptación madura de
la Imaginación y el Deseo como elementos irrenunciables de la naturaleza
humana, en La materia oscura no es
tampoco el ingente aparato bélico alzado por Lord Asriel el que logra la
derrota de la Autoridad, sino tres acciones sucesivas llevadas a cabo por Will y
Lyra: un acto de imaginación, al lograr que las arpías guardianas del mundo de
ultratumba acepten liberar las almas de los muertos para que vuelvan a
fusionarse con el “gozoso universo”, siempre que la joven pareja les relate
“historias verdaderas”; un acto de deseo, cuando, bajo la sombra de un árbol en
el mundo de los Mulefa, aceptan su amor y su carnalidad, comiendo
simbólicamente del “fruto prohibido”; y, por último, un acto de extraordinaria
madurez, cuando ambos renuncian deliberadamente a su amor, conscientes de que
ninguno puede vivir en el universo del otro y de que sólo una puerta puede
quedar abierta entre los mundos, aquella
que comunica el mundo de los muertos con la liberación.
A este respecto, la
visión de Pullman acerca de la Inocencia o gracia natural coincide en cierta
medida con el pasaje de Kleist que encabeza este apartado. Mas, si bien comparte
la idea de que debemos volver a comer del Árbol Prohibido, considera que no hemos
de buscar la Inocencia perdida, sino una Inocencia “superior”, experimentada y
realista, según explica Xaphania a Lyra cuando ésta le pregunta por qué es ya
incapaz de leer el aletiómetro: “lo leías en virtud de una gracia especial que
recuperarás si te aplicas en ello… Pero cuando recobres esa gracia, después de
toda una vida de reflexión y esfuerzo, tus lecturas serán más precisas porque
se basarán en una comprensión consciente. La gracia adquirida de este modo es
más profunda y rica que la que posees de forma natural, y después de haberla
adquirido ya no te abandonará nunca.”[39] Una
idea, por lo demás, que Pullman ha
remitido en diversas ocasiones a Blake -“Blake llamaba a estos dos polos del
espectro humano Inocencia y Experiencia, yo los llamo inocencia y sabiduría,
pues la experiencia es lo que necesitas para llegar a alcanzar la sabiduría”-,
y que puede encontrarse bajo diversas formulaciones en la obra del poeta londinense:
-“Inocencia desorganizada, una Imposibilidad.
La Inocencia habita con la Sabiduría, nunca con la
Ignorancia.”[40]
“El entendimiento o pensamiento no es algo
connatural al hombre, sino que se adquiere por medio del sufrimiento y el
dolor, es decir, la Experiencia”[41]
“¿Cuál es el precio de la Experiencia? ¿Se compra con una canción,
o la sabiduría con una danza por las calles? No, se adquiere a cambio
de todo lo que un hombre posee, su casa, su esposa, sus hijos.
La Sabiduría se vende en el mercado desierto al que nadie acude
y en los campos agostados donde el campesino ara en vano…” [42]
La
inocencia, pues, tanto en Blake como en Pullman, es una potencialidad original,
innata, poseída por el niño, pero insuficiente en sí misma. Sólo atravesando el
mundo de Experiencia llegaremos a alcanzar una verdadera Sabiduría, una
“Inocencia organizada”: mas, como ya señalara Blake, al atravesar Experiencia
el ser humano se encuentra ante dos posibilidades.
La
primera de ellas es caer en el desierto de Ulro, el ámbito representado en la
obra de Pullman por los espantos (Spectres) que devoran la conciencia de los
adultos y los arrojan a la indiferencia o al frío cálculo de pérdidas y
ganancias. Un mundo, dicho sea de paso, cuyos principios los moradores de Ulro
intentan “imprimir” en las mentes adolescentes por medio de una educación
represiva, lo que explica que poeta y novelista compartan una visión
radicalmente negativa de la reducción del aprendizaje al mero ejercicio
memorístico o la transmisión de manidos clichés acerca de la ortodoxia cívica
del momento. Modelos pedagógicos, si cabe llamarlos así, cuya inevitable deriva
hacia la castración de los sentimientos y la pérdida de la capacidad crítica
aparecía ya magistralmente expuesta en
el primer poema narrativo de Blake, Tiriel:
“Apenas surge el niño del seno materno,
su padre espera dispuesto a moldear la cabeza infantil (…),/ toma una vara para
estimular los indolentes sentidos,/ y con azotes aleja cualquier juvenil
fantasía del hombre recién nacido./ El padre hace entonces caminar al debil
infante en su dolor,/ obligado a contar sus pasos sobre la arena./Y cuando el
zángano culmina su reptante desarrollo/ forzado a la repugnante plegaria, a
humillar el espíritu inmortal,/ en su redor aparecen zarzamoras que todo lo
envenenan.”
Si, por algún motivo,
esos niños/adolescentes logran escapar a tales modelos educativos (según
muestran los ejemplos, en absoluto casuales, de de Lyra y Will), la experiencia
podrá llegar a constituir para ellos un tránsito, doloroso pero necesario,
hacia la segunda vía, Generación: la consciencia activa de que, por doloroso
que resulte en ocasiones aceptar la mortalidad física y la pérdida de los que
amamos, y por contradictoria que pueda resultarnos la naturaleza humana, éste
es nuestro único mundo (que en Blake encierra un universo imaginativo en
incesante recreación); y que sólo si aceptamos la vida con la consciencia clara
de que “nadie vive para sí solo”, podremos conseguir su Re-generación. Pues, y
he aquí el séptimo principio que Pullman afirma haber aprendido de Blake: “la
labor que realizamos es infinitamente valiosa de realizar: <la Eternidad ama los frutos del tiempo>”.
V. República del Cielo, república de viento.
“Todas las historias enseñan, lo pretenda o no el
narrador.
Enseñan el mundo que creamos, y la moral según la cual
vivimos. Lo que necesitamos no son listas de lo que es correcto y lo que es
erróneo, de lo que debe o no debe hacerse, sino libros, tiempo y silencio. No debes se olvida pronto, érase una vez nos acompaña siempre”.
Philip Pullman
“…nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
Lo que se ignora es sólo lo seguro;
este mundo, república de viento,
que tiene por monarca un accidente.”
Gabriel
Bocángel
En los apartados precedentes hemos tratado de
mostrar los objetivos y rasgos fundamentales de La materia oscura a la luz de su relación con el conjunto de la
tradición literaria y, en particular, de su interacción dialéctica con la obra
de Milton y Blake. El propio Pullman, no obstante, ha afirmado que, durante la
redacción de su trilogía, “Milton permanecía a mi lado como guía, y también
Blake; sin embargo, me sentía libre de dejarlos atrás en cualquier momento si
notaba que tiraban con demasiada insistencia de mi manga para hacerme seguir su
propio camino. Guiaban, pero no dirigían.”[43]. Por
otra parte, según ya apuntamos, la trilogía es perfectamente accesible a quien
jamás haya leído a Milton o Blake. Por tanto, quizá sea conveniente finalizar
este trabajo con un breve análisis de la obra (inevitablemente subjetivo, lo
que no deja de ser una redundancia) “en sus propios términos”, es decir, en
función del objetivo explícito con el que Pullman la concibió: “la historia que pretendía contar versaba
sobre personas reales, no seres inexistentes como elfos o hobbits. Lyra, Will y
los demás personajes son seres humanos como nosotros, y la historia trata de
una experiencia humana universal: la necesidad de crecer…. emplear los
elementos fantásticos para decir algo que yo consideraba verdadero acerca de
nosotros mismos y nuestras vidas”.
Paradójicamente, la mención a los
elfos y hobbits del pasaje anterior nos obliga a iniciar este pretendido
análisis de Pullman “en sus propios términos” considerando, siquiera
brevemente, hasta qué punto la obra de Pullman se halla o no condicionada por
su deseo de subvertir los modelos impuestos en la literatura juvenil y
fantástica por Tolkien y C. S. Lewis –pues quizá ningún joven admirador de La materia oscura sepa demasiado, si
algo sabe, acerca de Blake y Milton, pero casi con toda seguridad, cual “lector
avezado”, habrá devorado El señor de los anillos, y probablemente
visto la versión fílmica de El león, la
bruja y el armario-. En primer lugar, cabe señalar que, a fin de cuentas,
siempre que se intenta renovar un género se hace “contra” alguien, y a este
respecto el propio Blake en sus Canciones
y Lewis Carroll en Alicia tomaron
como blanco de sus sátiras las colecciones infantiles de autores como Isaac
Watts, Leticia Barbauld e incluso, pese a su supuesta condición progresista,
las no menos moralizantes Original
Stories de Mary Wollstonecraft –juzgadas por Geoffrey Summerfield en su
estudio sobre la literatura infantil inglesa del siglo XVIII como poseedoras de
“firmes derechos a ser considerado el más siniestro, desagradable y
sobreprotector libro para niños jamás publicado”[44], o
el bastante atroz Emilio de Rousseau:
“Sobre las razones anteriormente expuestas, estimo que por los medios que he
propuesto y otros semejantes, puede alargarse por lo menos hasta los veinte
años la ignorancia de deseos y la pureza de los sentidos; tan cierto es esto
que, entre los germanos, un joven que perdía su virginidad antes de esa edad quedaba
difamado, y los autores atribuyen con razón a la continencia de esos pueblos
durante su juventud el vigor de sus constitución y la multitud de sus hijos.
(…) el padre de Montaigne, hombre no menos escrupuloso y verdadero que fuerte y
bien constituido, juraba haberse casado virgen a los treinta y tres años, y
puede verse en los escritos del hijo el vigor y la alegría que conservaba el
padre con más de sesenta años (…). Emilio ha permanecido hasta ahora, gracias a
mis cuidados, en su primitiva inocencia, y veo esa feliz época a punto de
terminar. Rodeado de peligros cada vez mayores (…) a la primera ocasión, que no
tardará en nacer, seguirá el ciego instinto de sus sentidos: puede apostarse
mil contra uno a que se perderá”[45].
No puede extrañarnos, pues, que, aun
reconociendo su fascinación inicial ante El
Señor de los anillos –“un libro tremendamente emocionante, con una maestría
narrativa que me dejó sin aliento”-, Pullman se rebelara ante aquel mundo
heroico, asexuado y “armoniosamente jerárquico” cuyo devenir pretende, según el
propio Tolkien (aunque la gran mayoría de sus lectores, poco dados a la
anagogía, apenas nos enteremos de ello), transmitirnos vicariamente la
experiencia de la “eucatástrofe, el <final feliz> que atestigua la
intervención de la gracia divina en el mundo”; y aún más comprensible resulta
su indignación ante esa apología de la castidad y la muerte liberadora que, a
modo de preludio a la sublime entrada en el más allá, las Crónicas de Narnia pretenden
imprimir indeleblemente en las mentes infantiles. No creo, sin embargo, que
ello deba llevar a juzgar La materia
oscura como una mera “Challenge to Tolkien and Lewis”, ni una deliberada
“anti-Narnia” (según el por lo demás ilustrativo y excelente artículo de Burton
Hatlen del que están extraídas las citas anteriores[46]),
sobre todo si para justificar tal afirmación se nos remite a la diferente
interpretación por Pullman y Lewis de una fuente anterior, el ubicuo Paraíso Perdido. De hecho, la trilogía
de Pullman no incluye referencia o alusión alguna a Tolkien y Lewis, y aun
cuando es evidente que su visión de la realidad repudia los valores de ambos inklings, si el autor no hubiera
expresado de manera reiterada en otros ámbitos su hostilidad hacia ellos esta
cuestión hubiera resultado mucho menos relevante y controvertida para los
estudiosos de La materia oscura.[47]
No cabe descartar, en cualquier caso,
que guiado por su propósito de renovar la temática de la literatura juvenil imprimiéndole
un sello humanista y secular, Pullman se sintiera impelido a elaborar una obra
cuando menos tan ambiciosa como el omnipresente Señor de los anillos; y es asimismo probable que algunos de los
rasgos menos atractivos de la narración, en particular su exceso de
didacticismo, la a mi juicio innecesaria y reiterativa evocación del mundo de
los mulefa, y ciertas referencias simbólicas algo chirriantes –Lyra como la
nueva Eva, Mary Malone cual subversiva tentadora, etc.-, tengan su origen en
algo parecido a esa “ansiedad de la influencia” que tan libérrimamente emplea
Harold Bloom para analizar cualquier obra literaria que le pase por delante
(todas ellas, por supuesto, gnósticas).
Más allá, en cualquier caso, de tales
ansiedades y otros “occasional flaws” de la historia (por ejemplo, el poco
matizado contraste entre la uniforme maldad de los miembros del Magisterio y la
deliberada ambigüedad moral con que se describe a Lord Asriel y miss Coulter), “la trilogía Dark Materials”, subraya Michael Dirda
en su artículo del Post, “es una oda
a la alegría de vivir en un mundo material, un himno a la carne, a la
exuberancia, al aquí y ahora, al librepensamiento, a la imaginación y los
sentimientos, a la nobleza de espíritu”. Will y Lyra son, en efecto, personajes
carnales y falibles, que en su tránsito de Inocencia a Experiencia conocen
vivencias terribles: la muerte del pequeño Roger a manos del padre de Lyra, el
asesinato cometido por Will en defensa de su madre, la pérdida de amigos como
Lee Scoresby, etc., periplo vital que les enseña a valorar la igualdad básica
entre los hombres y les dota de una fortaleza anímica que, al cabo, les permitirá arrostrar el sacrificio de separarse
para siempre a cambio de permitir la reunión con el Universo de las almas
liberadas. Todas estas peripecias, según apuntábamos, sirven además de foco
para, por un lado, mostrarnos, la necesidad de rebelarse contra una sociedad
injusta y “teocrática”, en el amplio sentido que Pullman da a este término –“la
tendencia de los seres humanos a arrogarse el poder para sí mismos en nombre de
algo que no puede ser cuestionado, y a justificar sus actos en nombre de
absolutos: la verdad absoluta; el bien absoluto; el mal absoluto; el odio
absoluto; o estás con nosotros, o estás contra nosotros”[48]; y,
por otro, sumergirnos de manera cuasipanteísta en el Universo Implicado, cuya
enigmática fascinación, más allá de las doctas y acaso reiterativas alusiones a
los misterios de la física cuántica o la consciencia del Polvo, se hace patente
en pasajes como el pronunciado por la reina bruja Ruta Skadi durante su vuelo
para reunirse con el ejército de Lord Asriel: “Le producían regocijo su sangre
y su carne, la tosca corteza de pino cuyo contacto notaba en la piel, el
palpitar de su corazón y la vida en todos sus sentidos, y el hambre que
experimentaba entonces, la dulce presencia de su daimonion azor, la tierra que
se extendía allá abajo y todos los seres vivos, tanto animales como plantas; se
henchía de alegría al pensar que estaba hecha de la misma sustancia que ellos y
que cuando muriera su cuerpo alimentaría otras vidas, al igual que ella se
había nutrido de otros seres”.
Desde luego, para quien, como el que
suscribe, haya pasado buena parte de sus
noches, con fervorosa
incoherencia , alternando su angustia metafísica ante la nada con el encendido
de la lamparilla de noche a fin de comprobar que ningún vampiro o engendro
sanguinario acechaba en los oscuros rincones de la alcoba, pasajes como el
arriba citado no pueden por menos que servir de lenitivo, sobre todo si, no lo
olvidemos, provienen de una ambigua meiga voladora. Es cierto que, en algún
momento, cabría desear un poco más de utopía, incluso desenfreno, en la
historia, y que, blakeano cual uno es, no le gusta nada eso de que al llegar a
cierta edad los daimonion adquieran forma fija, ni que el multiverso imaginado
por Pullman sea incapaz de contener el amor de Lyra y Will, pues “Si alguien
pudiera desear lo que es incapaz de poseer, la desesperación sería su eterno
sino...Al ser Infinito el deseo del Hombre, la posesión es infinita, y él mismo
infinito.”[49]
Ahora bien, si recordamos que el objeto de este
apartado es valorar la obra de Pullman “en sus propios términos”, parece cuando
menos injusto juzgarlo no ya sólo según “lo que uno querría que pasara”, sino a
la luz de la obra de otro autor, por mucha admiración que Pullman sienta hacia
él. Blake, al cabo, anticipó casi un siglo la convicción nietzscheana de que “no vamos a desembarazarnos de Dios, porque
continuamos creyendo en la gramática”, y en consecuencia elaboró una obra
de aplastante complejidad que subvertía la esencia misma del lenguaje. Así, aun cuando resultara, en palabras de Unamuno,
un “vidente de este cielo/ pues no hay otro”, no dejaba de ser, en muchos
aspectos, un visionario, decidido partidario de la exigencia de la utopía. Su
práctica artística constituyó en este sentido un fiel reflejo de su
reivindicación de la pasión como elemento consustancial a la naturaleza humana,
de manera que si el hombre es Imaginación y Deseo, el Día Eterno debe
concebirse como un proceso igualmente inestable y abierto a incesantes
expansiones. No caben, pues, “formas fijas” en esa expansión, ni merecen la
pena multiversos incapaces de comprender en sus pliegues la infinitud del
deseo, pues somos nosotros quienes hemos de forjar una eternidad dinámica, en
perpetua expansión, donde los hombres se entreguen a un “diálogo de formas visionarias”, abierto siempre a “nuevas expansiones,/ creando
Espacio, creando Tiempo, acordes a las Divinas maravillas/ de la Imaginación
Humana”[50]
Pullman, por el
contrario, no es, ni pretende serlo, un visionario, e incluso deja entrever
cierto pesimismo existencial al considerar que el propio “Dust”, y por tanto
cualquier tipo de consciencia universal, desaparecerá antes o después en aras
de la entropía: república del cielo, república de viento, por el azar
gobernada. Su propósito, pues, es más inmediato: devolver a este mundo una
igualdad basada en el diálogo y los principios básicos de la racionalidad
humana. Un empeño que, si consideramos
el acontecer histórico de la especie, no deja de poseer considerables
dosis de audacia. La naturaleza humana no es inmutable, pero nuestra herencia
asusta: Saúl cumplió la orden divina de exterminar a los amalecitas, incluidos
mujeres y niños, pero perdió el favor divino por perdonar al rey Agag... y a su
ganado; algo más tarde, allá por el siglo IX a.C., los asirios perfeccionaban
el terror como instrumento bélico, dejando tras sí ejemplarizantes pirámides de
cráneos frente a los desolados restos de aquellas ciudades que no habían pagado
los tributos; en el año 1014, el emperador bizantino Basilio II Bulgaróctonos,
irritado con los 15000 presos búlgaros que habían intentado conquistar sus
tierras, decidió escarmentarlos y enviarlos de vuelta a casa mediante el eficaz
procedimiento de cegar a todos exceptuando uno de cada cien, aquél que debía
servir de guía a la mísera cadena humana; en 1795, ante la mirada desesperada
de Blake, sir Edmund Burke anunciaba
el “deus abscondito” del industrialismo condenando todo intento de socavar el
orden jerárquico de la sociedad mediante la educación y sustento de los pobres
por constituir “una ruptura de de las
leyes del comercio, que son las leyes de la naturaleza, y por tanto las leyes
de Dios”. Ahora bien, se dirá, Burke era un reaccionario, y aquellos eran
otros tiempos, antes de que la razón ilustrada –moderna, dialogante,
coherente-, y el progreso tecnológico prometieran traer la felicidad a toda la
humanidad. No parece, en fin,
contemplando el capitalismo
de mercado y las admoniciones religiosas de uno y otro signo imperantes en
nuestros días, que sea necesario extenderse sobre la historia del siglo XX para
sacar conclusiones respecto al cumplimiento de tales promesas. Elaborar, pues,
en el ámbito de la literatura juvenil, una vasta cosmovisión, “llena de ruido y
de furia”, pero también de confianza en la razón humana, donde unos niños, como
bien me recordó mi alumna Giovanna, son capaces de renunciar a lo que más
desean por amor a la vida toda -por amor, paradójicamente, a los muertos que
fueron sus ancestros-, no deja de resultar, en muchos aspectos, un empeño digno
de considerarse utópico, sobradamente subversivo como para que su autor pueda
haber sido considerado “el más peligroso de Inglaterra”.
Y a fin de cuentas, ¿quién sabe si en
otro multiverso, protomultiverso o envés del espejo, Lyra y Will, una niña de
once años y un niño de doce, no se entregan ardorosamente el uno al otro y,
olvidados de todo lo que no sea su pasión, gestan así, cabalgando sobre la
energía oscura, la anhelada república del cielo por el viento mecida? En todo
caso, esa sería otra historia, que supongo alguien contará algún día. Porque,
afortunadamente, el Universo y la vida son muy extraños, y de mayores –niñas y
niños de las eras futuras, no hagáis caso a vuestros padres- seguiremos sin entenderlos.
A fin de aligerar las notas, se han suprimido los textos
originales en inglés –todos ellos, excepto cuando se haga mención expresa de lo
contrario, traducidos por el autor-. Siempre que me ha sido posible encontrar
el texto citado en Internet, he introducido la referencia para facilitar su
consulta. En cuanto a los textos de Blake, que grababa tanto la letra como las
ilustraciones de sus Libros Iluminados y variaba a menudo la paginación en
sucesivas reimpresiones –baste señalar que, entre los ejemplares conservados,
pueden encontrarse 18 ordenaciones distintas de Songs of Innocence and of Experience-, he seguido la edición de
David V. Erdman The Complete Poetry and Prose of William Blake (Anchor Books, Doubleday, Nueva York,
1988), indicando al final de cada pasaje su paginación. Ediciones digitales de
este texto pueden encontrarse en Blake Digital Text Project: http://virtual.park.uga.edu/~wblake/home1.html., y el extraordinario The
William Blake Archive: http://www.blakearchive.org.
[1] Curiosamente –o no tanto
tratándose de Pullman-, el film viene precedido de nuevas controversias debido
a la supuesta abjuración de sus principios por el novelista, quien habría
permitido que en el guión la Autoridad divina y el Magisterio eclesiástico
fueran sustituidos respectivamente sólo
por algún tipo de entidad suprema, sin referencias religiosas específicas, y
por un estado totalitario. Tal discusión queda fuera del campo de este
artículo, máxime cuando el guión no se ha dado aún a conocer. Información
exhaustiva sobre la película, producida al igual que El señor de los anillos por New Line y protagonizada entre otros
por Nicole Kidman y Daniel Craig, puede encontrarse en la completísima página
web BridgeToTheStars, His Dark Materials fansite (http://www.bridgetothestars.net).
[2] El País, Babelia, 16 agosto 2003. En un artículo publicado este
mismo año (”Los últimos serán los primeros”, Qué Leer, enero 2007), Emili Teixidor se quejaba de “la ausencia
total en los suplementos literarios de los periódicos de cualquier
referencia a la literatura infantil y
juvenil”, y en concreto de que “la ya
clásica trilogía de Philip Pullman La
materia oscura”, alabada en el extranjero por “muchas revistas literarias
de prestigio”, no haya recibido entre nosotros “ni una sola línea” excepto en
publicaciones dedicadas expresamente a la literatura de género. Aunque coincido con el fondo del artículo,
quisiera mencionar como excepción, además del texto de Guelbenzu, la magnífica
crítica de Andrés Ibáñez “Los materiales oscuros de la ficción infantil” (Revista de libros, Abril, 2001. Nº 52),
que califica a la obra de “interminablemente luminosa” y “clásico ineludible de
la literatura juvenil (quiero decir, de la Literatura con mayúsculas)”, aunque
se ve lastrada a mi juicio por conceder excesiva importancia a los elementos
gnósticos del libro, cuya decidida aceptación del “aquí y ahora” del mundo
material es, como el propio Pullman ha señalado, incompatible con el
gnosticismo (v. también nota 10). Por lo demás, si bien es cierto que en el
mundo anglosajón existe una mayor atención académica a la literatura “de
género”, las palabras de Michael Chabon que reproducimos en la nota 6, o,
digamos, la lamentable postergación crítica del talento de J. G. Ballard, quizá
el mayor escritor inglés vivo, hasta que publicó dentro del “mainstream” El imperio del sol (galardonado con los
premios Guardian Fiction y
James Tait Black Memorial y nominado para el Booker), revelan que la situación
de estas literaturas fuera de nuestro país no es tampoco halagüeña.
[3] Tucker, Nicholas: Darkness Visible: Inside the World of Philip
Pullman, Wizard Books, Cambridge, 2003; pg. 89.
[4] Dirda, Michael: “The Amber
Spyglass”, Washington Post, 29 de
octubre de 2000. http://www.washingtonpost.com/ac2/wp-dyn
[5] Shohet, Lauren: “Reading Dark
Materials”, incluido en Lenz, Millicent y Carole Scott (eds): His Dark Materials Illuminated: Critical Essays on Philip Pullman's Trilogy, Wayne State University Press, 2005; pg. 23.
[6] Chabon, Michael: “Dust & Daemons”, The New York Review of Books, Volumen 51, nº 5 , 25 de marzo. Incluido asimismo en la colección de
ensayos Navigating the Golden Compass:
Religion, Science and Daemonology in Philip Pullman's His Dark Materials,
ed. Glenn Yeffeth, Benbella Books,
Dallas, 2005. Dado que en su
versión digital el artículo es de pago, no puedo resistirme a reproducir aquí para los lectores los dos párrafos
subsiguientes, que constituyen una decidida reivindicación de la literatura de
género, en particular de la juvenil y fantástica, similar a la realizada por
Pullman en reiteradas ocasiones: <Like a
house on the borderlands, epic fantasy is haunted: by a sense of lost purity
and grandeur, deep wisdom that has been forgotten, Arcadia spoilt, the debased
or diminished stature of modern humankind; by a sense that the world, to borrow
a term from John Clute, the Canadian-born British critic of fantasy and science
fiction, has "thinned." This sense of thinning—of there having passed
a Golden Age, a Dreamtime, when animals spoke, magic worked, children honored
their parents, and fish leapt filleted into the skillet—has haunted the telling
of stories from the beginning. The words "Once upon a time" are in
part a kind of magic formula for invoking the ache of this primordial
nostalgia.
But serious literature, so called, regularly
traffics in the same wistful stuff. One encounters the unassuageable ache of
the imagined past, for example, at a more or less implicit level, in American
writers from Cooper and Hawthorne through Faulkner and Chandler, right down to
Steven Millhauser and Jonathan Franzen. Epic fantasy distills and abstracts the
idea of thinning—maps it, so to speak; but at its best the genre is no
less serious or literary than any other. Yet epic fantasies, whether explicitly
written for children or not, tend to get sequestered in their own section of
the bookstore or library, clearly labeled to protect the unsuspecting reader of
naturalistic fiction from making an awkward mistake.>
[7] Tomamos la cita de la recensión
realizada por su propia autora, Leonie Caldecott, en un artículo posterior,
donde acusaba de manipuladores a Pullman y sus acólitos por malinterpretar lo
que sólo era una defensa de Rowling, y, de paso, se lamentaba de la concesión
del tercer puesto a His Dark Materials
en la encuesta The Big Read : “Phillip
Pulman, The Big Read and the big
lie”, The Catholic Herald,
26-12-2003.
[8] Hitchens, Peter: “This is the
most dangerous author in Britain.” The Mail on Sunday, 27-2- 2002.
http://home.wlv.ac.uk/~bu1895/hitchens.htm
[9] Caldecott , Leonie: “Paradise Denied. Philip Pullman & the Uses & Abuses of Enchantment”, Touchstone Magazine, 2003.
http://www.touchstonemag.com/docs/issues/16.8docs/16-8pg42.html
[10] Una versión reducida de los
principios expuestos en este comunicado (“Belief, unbelief and religious
education”, 8 de marzo de 2004) puede encontrarse en el artículo escrito por el
propio Williams en The Guardian, (10
de marzo de 2004), “A near-miraculous
triumph”, comentando la versión dramática de His Dark Materials representada por el
National Theatre: “A modern French Christian writer spoke about
"purification by atheism" - meaning faith needed to be reminded
regularly of the gods in which it should not believe. I think Pullman and
Wright do this very effectively for the believer. I hope too that for the
non-believing spectator, the question may somehow be raised of what exactly the
God is in whom they don't believe.” No deja de ser curioso, por otra parte, que
en este mismo artículo Williams señale la discrepancia básica entre Pullman y
el gnosticismo que –como en el caso de Blake- parece haber escapado a tantos
críticos: “Like some of the Gnostic writers of the second century, Pullman
turns the story upside down - the rebels are the heroes. Unlike them, though,
this is all done to reaffirm the glory of the flesh, the actuality of here and
now.”
“A near-miraculous triumph'”
http://arts.guardian.co.uk/features/story/0,,1165873,00.html
“Belief,
unbelief and religious education” http://www.archbishopofcanterbury.org/sermons_speeches/2004/040308a.html)
[11] Association of Christian
Teachers Responds to Archbishop of Canterbury's speech on 'Belief, unbelief and
religious education'; http://www.christian-teachers.org.uk/newscomment/33.
[12] The Spectator, 18-1- 2003.
[13] The Telegraph, 25-1-2004.
[14] Jerusalem, lámina 57; Erdman, 207.
[15] El catalejo lacado, cap. 38.
[16] Ibíd., cap. 16.
[17] Ibíd, cap. 2.
[18] Milton, John: El Paraíso perdido, edición de Bel
Atreides, Círculo de Lectores/Galaxia
Gutenberg, Barcelona, 2005: Libro III, 173-184, pg. 167.
[19]
Ibíd.; Libro VII, 224-32, pg. 383.
[20] Ibíd., Libro VIII, 586-593, pg.
441.
[21] Introducción de Philip Pullman a
Paradise Lost, Oxford University Press, 2005.
[22] Bel Atreides, Introducción
a op. cit., pgs. 9-10. Las tesis de
la interpretación ortodoxa son
defendidas por Pujals en la Introducción a su propia traducción (El Paraíso perdido, edición de Esteban
Pujals, Cátedra, 1998): bajo la “supervisora sublimidad de Dios… el propósito
principal del poema, su asunto culminante, es la caída del hombre. Por
supuesto, este tema implica el rescate del hombre por Jesús, que es lo que
viene a dar trascendencia a la aventura humana… Es preciso advertir de antemano
que el hecho de considerar a Satán como el héroe del poema es una exageración
de Blake, y una errónea interpretación de la fantasía romántica en su aspecto
contestatario exaltador de la rebelía y el desorden” (pg. 40). Una buena
síntesis del devenir histórico de las diferentes interpretaciones de Paraíso Perdido, así como un análisis de
su muy diferente lectura por C.S. Lewis y Pullman, puede encontrarse en Hatlen, Burton: “Pullman’s
His Dark Materials, a Challenge to the Fantasies of J. R. R. Tolkien
and C. S. Lewis, with an Epilogue on Pullman’s Neo-Romantic Reading of Paradise
Lost”,
incluido en Lenz y Scott, op. cit.
[23] Hill, Christopher: Milton and the English Revolution,
Viking Press, Nueva York; pg. 367.
[24] Bertodano, Helena de: “I am of
the Devil's party”, 29-01-2002
http://www.telegraph.co.uk/arts/main.jhtml?xml=/arts/2002/01/29/bopull27.xml&page=1
[25] “To Nobodaddy”, 1-8, Notebook; Erdman, 471.
[26] El catalejo lacado, cap. 31.
[27] Uno de los primeros admiradores de Blake y que, como él, sometió a
despiadada parodia los populares y moralistas “poemas infantiles” de Isaac
Watts. En Lewis Carroll: A Biography (Random House, Nueva York, 1996),
Morton N. Cohen ha dedicado especial atención al influjo de Blake sobre la
visión de la infancia desarrollada por Carrol (Charles Dodgson), quien poseyó
tanto las obras de Blake como la biografía de Gilchrist, y en fecha tan
temprana como 1863 encargó una impresión personal de Songs of Innocence
a fin de distribuirla entre sus amistades. Según Cohen, Dogdson “admiró a
Blake, coincidió con sus ideas y lo evocó en su obra; y comprendemos mejor a
Charles si lo reconocemos así. Al igual que Blake, rehusó moralizar la
infancia, y la reverenció en todas sus manifestaciones” (pg. 162). No puedo
dejar de señalar que otro corrosivo cultivador de la literatura e ilustración
infantil, Maurice Sendak, es el mayor coleccionista privado de la obra gráfica
de Blake.
[28] Canciones de
Inocencia y de Experiencia, Inocencia,
lámina 12; Erdman, 10.
[29] Jerusalem, lámina 37; Erdman, 184.
[31] Milton, lamina 41; Erdman, 142.
[32] Roberts,
Susan: “A dark agenda?” http://www.surefish.co.uk/culture/features/pullman_interview.htm
[33]Ann.
Thornton’s The Lord's
Prayer, Newly Translated, 3; Erdman, 669.
[34] Una
traducción a mi juicio más precisa de este pasaje podría ser la siguiente:
“…algo llamado enredo cuántico (‘quantum entanglement’. Significa que pueden
existir dos partículas que posean únicamente propiedades en común, de modo que
lo que le ocurre a una le sucede al mismo tiempo a la otra. Pues bien, en
nuestro mundo existe el medio de tomar una magnetita (‘lodestone’) común y
corriente y enredar (‘entangling’) todas sus partículas, para después dividirla
en dos con el fin de que ambas partes resuenen al mismo tiempo.” Nota: debo señalar, ya en 2023, que la traducción canónica actual de "entanglement" es "entrelazamiento"
[35] Erdman, 60.
[36] “Augurios de Inocencia”, Pickering Manuscript; Erdman, 490.
[37] Jerusalem,
lámina, 14; Erdman, 158
[38] Comunicación personal del autor,
al igual que las restantes citas de la mencionada conferencia.
[39] El catalejo lacado, capítulo 37.
[40] Anotación en el manuscrito de Los cuatro Zoas: Erdman, 838.
[41] Ann. Swedenborg; Erdman, 602.
[42] Los cuatro Zoas, noche II; Erdman, 325.
[43] The Guardian, 18-2- 2002.
[44] Summerfield, Geoffrey: Fantasy
and Reason: Children's Literature in the Eighteenth Century,
University of Georgia
Press, Athens, 1984; pg. 229.
[45] Rousseau, Jean Jacques: Emilio, o de la educación; Alianza
Editorial, Madrid, 2002, pgs. 470-475.
[46] Hatlen, Burton: “Pullman’s His
Dark Materials, a Challenge to the Fantasies of J. R. R. Tolkien and C. S.
Lewis, with an Epilogue on Pullman’s Neo-Romantic Reading of Paradise Lost”, incluido en Lenz y
Scott, op. cit.
[47] Véase, a este respecto, Pullman, Philip: "The Darkside of Narnia”, The Guardian, 1 de octubre de 1998. Por lo que respecta
a sus críticas sobre Tolkien, si bien en buena medida justificadas
–personalmente siempre he considerado La comunidad del anillo muy
superior a los restantes y más heroicos volúmenes de la trilogía-, creo que
Pullman no valora adecuadamente ciertos rasgos resaltados por Edward
James en su conferencia “Medievalism in Fantasy” en el Fórum Fantástico de
Lisboa de 2005, cuya síntesis tomo de mi propia crónica de aquel evento: “Especialmente interesantes me parecieron sus observaciones
sobre El señor de los anillos, pues,
sin negar su conservadurismo moral, señaló varios aspectos de esta obra, a
menudo poco considerados, que la elevan extraordinariamente sobre sus
imitadores: en particular, la circunstancia de que la ‘quest’ de Frodo busca destruir un objeto de poder, en tanto
que en la fantasía moderna, especialmente la estadounidense, sus protagonistas
aspiran a obtener un objeto de poder
–hecho, como apuntó James, cuando menos siniestro…-. Muy perspicaces fueron
asimismo sus apuntes sobre el realismo psicológico en la descripción de los
personajes, en particular los hobbits, y la astucia de Tolkien al confrontar
subrepticiamente, sobre todo en El hobbit,
una figura a todas luces medieval, Gandalf, con un personaje amante de los viajes
y la investigación, ese ‘hombre moderno’ llamado Bilbo Baggins.” (Sitio de
Ciencia Ficción)
[48] “Miss Goddard’s Grave”,
conferencia pronunciada en la Universidad de East Anglia.
[49] There is no Natural Religion, Erdman, 2.
[50] Jerusalem, 98, 12, 14-15,
y 24-31; Erdman, 257-8