- Nota: A fin de contextualizar nuestra traducción de las Anotaciones a Bacon, que publicaremos aquí en breve, me ha parecido conveniente reproducir algunos fragmentos de mi Tesis, relativos, en primer lugar, a la crítica general de Blake a la tríada Bacon, Locke, Newton; en segundo, de manera pormenorizada, al propio Bacon; y en tercero, en fin, a sus epígonos del Literary Club. A fin de no sobrecargar la lectura, iremos introduciendo los diversos fragmentos por separado. Respecto al título, no es sino un pequeño homenaje al inolvidable personaje de Guillermo (William), creado por la escritora Richmal Crompton, que recuerdo como paradigma rebelde de mi infancia.
“Los modelos y guías de la filosofía y la ciencia eran los tres villanos: Bacon, Locke y Newton. Sin embargo, los tres estaban indisolublemente unidos a los teólogos de un cristianismo servil: todos se arrodillaban ante Urizen, el Dios de este mundo. Blake, en otras palabras, estableció una analogía precisa entre la visión de un universo mecanicista y la religión concebida como un código moral. Ambas concepciones proclamaban lo universal a expensas de lo particular, ya fuera un momento concreto del tiempo, singular e irreductible, el matiz y color de una planta, o la vida de un hombre particular. Urizen, en efecto, es el dios de la reducción, que reduce todo a términos cuantitativos"
Czeslav Milosz, The Land of Ulro
La elección de la
“tríada” Bacon, Newton y Locke como simbolo de la conexión entre mecanicismo,
mercantilismo y ley moral no fue en modo alguna azarosa por parte de Blake. En
primer lugar, los tres fueron, en palabras de Basil Willey, las figuras claves
de “ese fenómeno peculiarmente inglés, la sagrada alianza entre ciencia y
religión”, encarnado por “la apostólica sucesión de físicos-teólogos ingleses
que va de Bacon, a través de Boyle, Locke y Newton, hasta Joseph Priestley”[i];
una “sagrada alianza”, dicho sea de paso, que socava por completo la tesis,
cara a los críticos trascendentalistas, de que Blake atacó a estos autores porque rechazaba
su “materialismo”, pues de hecho compartían un ferviente teísmo
antitrinitarista, y el sistema newtoniano, por mucho que el positivismo
decimonónico lo reinterpretara como un modelo autosuficiente, postulaba
expresamente la existencia de un Dios creador omnipotente y trascendente,
garante del mantenimiento de las leyes inmutables del Universo e incompatible
con la Divina Humanidad blakeana. Los tres pensadores ocuparon asimismo cargos
políticos relevantes vinculados a la oligarquía terrateniente, defendieron con
ardor los principios de la jerarquización natural de la sociedad y, en el caso
de Bacon y Locke, fueron precursores reconocidos de la doctrina del libre
comercio sobre la que se sustentarían el capitalismo industrial y la expansión
colonial. Si nos atenemos a la sucesión cronológica apuntada por Willey,
de hecho, encontramos en su origen al Canciller del Reino Francis Bacon,
reputado demoledor de “ídolos”, pero generalmente menos recordado como ardiente
defensor de la desigualdad social y de un incipiente imperialismo. Pues bien,
entre los escasos libros conservados de la biblioteca blakeana se encuentra una edición
de la obra de Bacon Essays Moral, Economical and Political[ii],
con anotaciones a lápiz del propio Blake, que he tenido la fortuna de consultar
en la Cambridge University Library. Estas Annotations to Bacon aparecen
reproducidas en la edición de Erdman[iii]
junto a párrafos seleccionados del texto original, pero la consulta directa del
ejemplar permite observar que dicha “selección” no hace plena justicia a la
crítica de Blake, cuyas notas abarcan a menudo toda una página. Baste señalar,
por el momento, dos párrafos del texto de Bacon, pertenecientes al ensayo On
the true greatness of Kingdoms and States, que se encuentran en páginas
anotadas extensamente por Blake y muestran claramente la concepción
imperialista y belicosa que aquél poseía de la política: “Pero lo más
importante para alcanzar el imperio y la grandeza es, por encima de todo, que
una nación profese el ejercicio de las armas como su principal honor, estudio y
ocupación”[iv];
“Una guerra civil es, desde luego, como el ardor de la fiebre, pero una guerra
exterior es como el calor proporcionado por el ejercicio, y sirve para mantener
saludable el cuerpo”[v].
Por lo que respecta a Newton, Blake no sólo poseía plena consciencia de las
implicaciones teístas de la física newtoniana
–por lo demás bien conocidas en la época, según atestiguaremos
documentalmente en el Capítulo V-, sino también de su labor como inspector y
posteriomente director (1699) de la Casa de la Moneda, cargos en cuyo ejercicio
organizó la regularización de la nueva moneda acuñada y fue responsable directo
de la ejecución de diversos falsificadores en el patíbulo de Tyburn Tree, uno
de los lugares simbólicos citados repetidamente por Blake como encarnación de
la opresión política: “la muerte en la horca era el castigo para los
falsificadores de moneda. El inspector de la Casa de la Moneda Newton
proporcionó en más de una ocasión las pruebas necesarias para la condena”[vi]. En
cuanto a Locke, cuyo Essay afirmaba sin ambages la
existencia de “un Ser eterno, omnipotente y ommnisciente” -que Blake
identificaría expresamente con el vengativo Dios mosaico y el “Pantocrátor de Newton”, tejedor de “la Trama de Locke”[vii]-,
sabemos por el propio artista que éste leyó ya en su juventud sus escritos
epistemológicos, pedagógicos y políticos. Y por lo que respecta al discutible
liberalismo lockeano, que tendremos ocasión de analizar con detalle, nos
limitaremos por ahora a constatar que, desde luego, no se manifestó en su
actividad pública como consejero del Board of Trade, caracterizada por su
draconiana propuesta de endurecimiento de las condiciones de la Poor Law (Ley de Pobres), sus
admoniciones contra cualquier intento de disminuir el interés o aumentar los
impuestos a los grandes propietarios so pena de detener “las ruedas del
comercio” y, en fin, acorde a los principios establecidos en su Segundo
Tratado sobre el Gobierno Civil (1690) -“hay en el mundo tierra
suficiente para abastecer al doble de sus habitantes, si la invención del
dinero y el tácito consentimiento de asignarle a la tierra un valor no hubiese
dado lugar al hecho de posesionarse de extensiones de tierra más grandes de lo
necesarias, y a tener derecho a ellas”[viii]-,
una defensa a ultranza de los privilegios de la clase oligárquica, sintetizada
en las palabras de su más reputado biógrafo,
Maurice Cranston: para Locke “los trabajadores estaban excluidos de las
plenas responsabilidades y privilegios de la sociedad política (…). Es absurdo
que se hable de Locke, como a menudo se hace, como un filósofo de la
democracia”[ix].
La vinculación de
estos pensadores a la ideología dominante de la época, que desde nuestra
perspectiva actual puede resultar atenuada por su vinculación posterior a la
modernidad ilustrada, era pues patente en la Inglaterra de la época, y fue
claramente percibida por Blake, quien estableció sin duda una relación
directa entre el teísmo trascendente y las tesis empiristas de la “tríada”
Bacon-Newton-Locke, sus actuaciones públicas y su defensa de doctrinas que él
consideraba denigrantes, como el origen divino de la desigualdad social, el
incipiente capitalismo industrial y la licitud de la guerra imperialista. En
cualquier caso, según tendremos ocasión de exponer, Blake experimentaba por
estos autores, cuya figura rescataría en la regeneración visionaria final de Jerusalem,
un respeto que negaba a sus contemporáneos Edmund Burke, Samuel Johnson y
Joshua Reynolds, miembros fundadores del elitista Literary Club, a quienes
consideraba apenas unos hipócritas epígonos de aquellos. Si Blake centró sus
críticas en Bacon, Newton y Locke fue por considerar que su obra, y de manera
muy particular las seductoras metáforas newtonianas, constituían, por una
parte, la poderosa versión contemporánea del dualismo teocéntrico que, durante
los “seis mil años” transcurridos
desde la supuesta Creación –según la cronología histórica establecida por el
obispo Usher y corroborada por el propio Newton en The Chronology of Ancient Kingdom
Amended (1728)-, habían dado pie a todas las formas de opresión social,
y por otra la base del entramado religioso, ideológico y político sobre el que
continuaba sustentándose a fines del siglo XVIII la doctrina de la
jerarquización social. Pues si, como
Blake hará afirmar a Urizen (cuyo nombre es probable acrónimo de “your reason” y “horizon”), encarnación
de la razón excluyente y del “sueño
simple de Newton”, las leyes inmutables de la Naturaleza y su Divino
creador aseguraban que “todo futuro se
encuentre atado en su vasta cadena”[x], las
consecuencias políticas implícitas en esta visión nos remiten de inmediato a
Edmund Burke, quien, al considerar que
“el contrato particular de cualquier Estado no es sino una cláusula del gran
contrato primigenio de la sociedad eterna,
que vincula las más altas y bajas naturalezas, el mundo visible y el
invisible (…), cada uno en su lugar establecido”[xi],
exigía asimismo la inmutabilidad de la “perdurable cadena” de un contrato
social cuyo origen se remontaba a Dios, “instaurador, creador y protector de la
sociedad civil”[xii] y debía extenderse, por
el bien de la Nación, “a los vivos, a los muertos, y a aquéllos que aún no han
nacido”[xiii]. La mano invisible de la Providencia Divina sostenía así la inviolabilidad
del orden social establecido, y confería un sustento trascendente tanto a la
jerarquización natural como a la conversión progresiva del hombre en mercancía
por el capitalismo industrial, cuya asunción de las metáforas del orden religioso
–dígase la “mano invible” del mercado-, sería culminada en 1795, un año después
de que Blake grabara The (First) Book of Urizen, por
el propio Burke, quien, en nombre del mismo pueblo al que en otros momentos no
dudaría en tildar de “multitud porcina” (swinish
multitude), supo dar un nuevo significado a las palabras de Locke acerca de
la sujeción de todos los hombres “a la ley de la naturaleza, es decir, la
voluntad de Dios”[xiv],
insistiendo en la necesidad de mantener los principios de la estratificación económica y social
dentro del nuevo modo de producción: “es preciso resistirse humanamente
a la idea, especulativa o práctica, de que está dentro de las competencias del
Gobierno, en cuanto tal Gobierno, o incluso de los ricos, por el hecho de ser
ricos, proporcionar a los pobres
aquellos bienes necesarios que la Divina Providencia ha querido arrebatarles
temporalmente. Nosotros, el pueblo, deberíamos ser juiciosos, y comprender que
no es mediante la ruptura de las leyes del comercio, que son las leyes de la
naturaleza y por tanto las leyes de Dios, como podremos tener esperanzas de
mitigar el Divino disfavor”[xv].
La conexión
establecida por Blake entre la epistemología empirista y su separación
sujeto-objeto, la reificación de la naturaleza impuesta por el mecanicismo
newtoniano y la opresión social no era, pues, en absoluto ingenua. Además, el
artista era plenamente consciente de que tales concepciones constituían asimismo la base de
la “estética de la sublimidad” elaborada por Joseph Addison, Samuel Johnson y
el propio Burke, cuya visión de lo sublime como “vasta, inmensa
uniformidad” radicaba en la oposición entre la “sobrecogedora naturaleza” y una
“precariedad humana” sólo mitigada por la gracia e intervención divinas. No bastaba, pues, como hemos señalado, con
limitarse a distorsionar los modelos tradicionales, ni era tampoco posible crear
las condiciones para una libertad plena empleando la misma racionalidad
excluyente que había conducido a la opresión social. Era preciso forjar una “lengua
nueva”, una forma diferente de pensamiento y actividad creativa, que permitiera
la supresión de las “cadenas forjadas por la mente” e integrara los
aspectos positivos de la razón dentro del
fecundo poder creativo de la Imaginación; y para ello resultaba necesaria la
subversión de los esquemas linguísticos y plásticos tradicionales y, lo que es
más importante, la elaboración de nuevos modelos y arquetipos sujetos a
continua renovación, lo que implicaba la creación de un nuevo lenguaje plástico
y poético. Así, en su intento de romper con el dualismo teocéntrico, Blake elaboraría
una visión de lo sublime fundada en la convicción de que “todo lo existente es Humano, poderoso, sublime”[xvi] y
la consideración de cada “minute
particular” como un microcosmos de la Humanidad Divina, una “estética de la exuberancia” inspirada en el reconocimiento
de la sublime inmensidad inherente en cada individuo, cuya renovada percepción
imaginativa –y no la intervención de una entidad trascendente- debe constitur
el agente de su regeneración.
[i] Willey, Basil: The Eighteenth Century Background,
Penguin, Hardsmonworth, 1962; pg. 133.
[ii] Bacon, Sir Francis: Essays
Moral, Economical and Political, Londres, 1798.
[iii] Ann. Bacon’s Essays
Moral, Economical and Political; Erdman,
620-632. [Conviene aclarar aquí el
sistema que seguiremos en lo sucesivo para nuestras citas de los ejemplares
anotados por Blake. En aquellos cuyo original no he podido consultar, cuando el
pasaje corresponda sólo a Blake o citemos el texto anotado a partir de la selección
realizada por Erdman, mencionaremos únicamente, excepto en la primera cita, el
título abreviado del texto (por ejemplo: Ann. Watson) y la referencia
correspondiente de paginación del original proporcionada por Erdman. En aquellos casos en que he podido
acceder a la consulta directa del original, cuando el pasaje se limite a la
anotación de Blake o el texto original citado aparezca incluido en los breves
fragmentos recogidos por Erdman, procederemos igual que en el caso anterior (Ann.
Bacon); en tanto que, una vez proporcionada la referencia bibliográfica
completa de la obra en la primera cita, incluiremos la referencia a la edición
original (por ejemplo: Bacon, Essays, 1798) cuando citemos
párrafos no recogidos en la selección de Erdman. V. también, como ejemplo
relativo a aquellos casos donde las anotaciones de Blake corresponden tanto a
los textos del autor como del editor, nota V.212.]
[iv] Bacon, Essays, 1798; pg. 144: “But above all, for empire and greatness
is importeth most, that a nation do profess arms as their principal honour,
atudy and occupation”.
[v] Íbid.; pg. 147: “A civil war, indeed, is like the heat of a fever;
but a foreign war is like the heat of exercise, and serveth to keep the body in
health”.
[vi] Christianson, Gale E: Newton, Salvat, Barcelona, 1986; Vol.
2, pg. 416.
[vii] Milton, 4, 11; Erdman, 98: “Art thou not
Newtons Pantocrator weaving the Woof of Locke”. [Sobre la interrelación establecida por Blake
entre el teísmo newtoniano y el lockeano, v. Apartado V.1.2.1, en particular
las notas V.79-90.]
[viii] Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil,
trad. prólogo y notas de Carlos Mellizo, Alianza Editorial, Madrid, 2000; V,
36, pgs. 63-64.
[ix] Cranston, Maurice:
John Locke, Longman, Greens & Co., Londres, 1969; pg. 28.
[x] Four Zoas, Noche VI, 73, 20; Erdman, 350: “all futurity be
bound in his vast chain”.
[xi] Burke,
Edmund: Reflections on the Revolution in France, Penguin,
Hardmonsworth, 1986; pg. 195: “Each contract of each
particular state is but a clause in the great primæval contract of eternal
society, linking the lower with the higher natures, connecting the visible and
invisible world (…) each in their appointed place.”
[xii] Íbid; pgs. 193 y 196: “whole chain and continuity” (…) “the institutor, and author and protector of civil society”.
[xiii] Íbid; pgs. 194-95: “those who are
living, those who are dead, and those
who are to be born”.
[xiv] Locke, Segundo Tratado, 2000; XI, 135, pg.
144.
[xv] Burke, Edmund: Thoughts and Details on Scarcity, Originally
Presented to The Right Hon. William Pitt, in the Month of November, 1795,
incluido (pgs. 61-92) en el Vol. IV. de Select Works, Miscellaneous Writings,
Liberty Fund, Indianápolis, 1999; pg. 81: “but manfully to resist the very
first idea, speculative or practical, that it is within the competence of
Government, taken as Government, or even of the rich, as rich, to supply to the
poor, those necessaries which it has pleased the Divine Providence for a while
to with-hold from them. We, the people, ought to be made sensible, that it is
not in breaking the laws of commerce, which are the laws of nature, and
consequently the laws of God, that we are to place our hope of softening the
Divine displeasure”.
[xvi] Jerusalem, 34, 38; Erdman,
180: “every thing is Human, mighty!
sublime!”
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