domingo, 17 de noviembre de 2024

GUILLERMO CONTRA EL LORD CANCILLER

 

[Nota: he eliminado las notas a fin de hacer menos farragoso el texto; y también, a qué negarlo, por mi manifiesta incapacidad digital. Todas las referencias pueden encontrarse en el cap. II de mi Tesis Imaginación deseo y libertad en William Blake https://www.cervantesvirtual.com/obra/imaginacion-deseo-y-libertad-en-william-blake--0/  ]



                 “Primero exhaló la luz sobre el rostro de la materia; después exhaló

                  la  luz en el rostro del hombre; y por último exhaló e inspiró la luz

                  en el rostro de sus elegidos.”

                                                                 Francis Bacon, Essays[1].

 

                ¿Acaso no descendió Jesús para convertirse en un siervo? El

                  príncipe de las tinieblas no es un Hombre, es un Caballero: es el

                 Lord Canciller.

                                                              William Blake, Annotations to Bacon[1].

 

            ¿No soy yo como Bacon, Newton y Locke, que predican humildad al hombre?

                                                               

                                                   William Blake, Jerusalem[1].

 

 

 

Conviene recordar, por otra parte, que Bacon y Locke no sólo desempeñaron cargos importantes en el desarrollo efectivo  de la política inglesa, sino que ambos sentaron en buena medida las bases de la consideración del mercado libre capitalista     –las “wheels of trade” (“ruedas del comercio”) lockeanas- como una ley natural, circunstancia quizá hoy poco recordada, pero bien patente entre sus contemporáneos. Los escritos económicos de Locke acerca de la reducción del interés y la concesión de privilegios a los terratenientes, por ejemplo, fueron reiteradamente citados en los debates parlamentarios de 1637 como argumento autoritario[1]. Pero es más, ya en plena época victoriana, un artículo editorial aparecido en el Blackwood’s Edimburgh Magazine en 1849,  “Free Trade at its Zenith”, sostenía la necesidad de favorecer el libre comercio combinando la libre circulación de capital con el establecimiento de medidas proteccionistas en favor de hacendados e industriales, y apoyaba sus tesis en la línea ideológica desarrollada durante los dos siglos anteriores por Bacon, Locke y Malthus: así, tras señalar que “si nuestros gobernantes hubieran seguido el consejo de los sabios de antaño (…) hubieran evitado esta acumulación de desastres sin precedentes”, ofrece diversas citas de los Essays de Bacon, “el más grande y sabio de los hombres”, y de las Considerations de Locke, para culminar su argumentación señalando que “nos limitaremos a añadir la opinión de una de las mayores autoridades entre los defensores del librecomercio, Mr. Malthus”[1].

 

(…)

 

Aun cuando la centralidad de la Providencia divina y la jerarquización social en el pensamiento de Bacon puede encontrarse en muchos de sus escritos, entre ellos la utopía inconclusa La Nueva Atlántida, por motivos metodológicos me atendré aquí exclusivamente al ejemplar anotado por Blake de sus Essays Moral, Economical and Political  (1798), cuyos distintos escritos constituyen una perfecta síntesis de la doctrina teológica y social baconiana que hará, sin duda, mucho más comprensible la inclusión por Blake del barón de Verulam en su “tríada” Bacon-Newton-Locke. Dado que en la Introducción apuntábamos las glosas del autor a la expansión imperialista, nos centraremos ahora en sus concepciones acerca de la estratificación social, que ya desde el primer ensayo, On Truth (cuya crítica a la Imaginación, no recogida por Erdman, tendremos ocasión de tratar en el Cap. V), establece sin ambages, como cabe apreciar en la cita que encabeza estas páginas, su absoluta convicción de la existencia dentro de la humanidad de una grupo privilegiado de “elegidos” por Dios. Por si cupiera alguna duda acerca de quiénes son esos elegidos, On Praise nos aclara –en un texto tampoco incluido por Erdman, pero que constituye la continuación de un párrafo anotado por Blake- que: El pueblo es incapaz de comprender las más excelentes virtudes: las más bajas obtienen su alabanza, las virtudes medias medias les producen asombro o admiración, pero carecen de sentido para percibir las más elevadas”[1].

Resulta evidente, en fin, que el pueblo no parece pertenecer para Bacon al grupo de los elegidos, reservado al Rey y la nobleza. Así, Of a King, tras establecer que “el Rey es un dios mortal en la Tierra, sobre quien el Dios viviente ha conferido como gran honor su nombre”[1], sienta las bases sobre las que el poder real debe establecerse: “Aquel Rey que no es temido no es amado; y si quiere que su mandato sea apreciado debe poner los medios para ser tan temido como amado”[1] para concluir que “quien honra al Rey es lo más lejano al ateo, que carece del temor a Dios en su corazón”[1]. Las anotaciones de Blake a las dos primeras afirmaciones: “¡Oh esclavo abyecto y despreciable” (…) “El temor no puede amar”,  son suficientemente indicativas de su ideario político y existencial y de su opinión sobre Bacon; mientras que la contundente “¡Blasfemia![1] descalificadora de la tercera constituye una muestra de la concepción absolutamente heterodoxa que, según tendremos ocasión de analizar en detalle en los Capítulos IV y V, poseía Blake acerca de las nociones de religiosidad y ateísmo. Sin mayor comentario, en fin, cabe señalar la posición otorgada por Bacon a la nobleza en Of Nobility (que Blake, agudamente, considera contradictoria con su glosa anterior del derecho divino de los reyes):  “La monarquía, cuando no existe la nobleza, es siempre pura y aboluta tiranía (…) pues la nobleza modera la soberanía, y de alguna manera desvía los ojos del pueblo de la línea real (…). Por otro lado, los nobles poseen la capacidad de extinguir la pasiva envidia de los demás, gracias a su posesión del honor. Ciertamente, los reyes que poseen hombres capaces entre su nobleza harán bien en emplearlos y ello facilitará su gobierno; pues el pueblo tiende por naturaleza a inclinarse ante ellos reconociendo su innata capacidad para el mando”[1]. Desde luego, el apóstol de la empiria tenía claro tanto quiénes eran los elegidos para el conocimiento como quiénes debían gobernar por designación divina, y, puesto que no consideraba al pueblo capacitado para tan elevadas misiones, sin duda consideraba más conveniente que desarrollara su limitada experiencia sensible yendo a combatir al extranjero en aras de la salud nacional. Ironías aparte, lo cierto es que frases similares abundan a lo largo del libro y, si bien cabría objetar que no eran inusuales en la época, desde luego no justifican en absoluto la consideración por Wood de Bacon como un liberal avant la lèttre.

En un aspecto, sin embargo, sí sorprende la modernidad de Bacon, y es precisamente en su elogio de la combinación de imperialismo y comercio como fuentes de la riqueza nacional, incluido en el ensayo Of Seditions and Troubles: Es importante recordar, puesto que el engrandecimiento de cualquier estado debe ser a costa de otro, que son tres las cosas que una nación vende a otra: los productos que la naturaleza le ha concedido; las manufacturas; y el transporte. De manera que, si esas dos ruedas van bien, la riqueza fluirá como un torrente en primavera[1]. La evidente anticipación contenida en estas frases de las doctrinas de Locke y Burke, así como de la política expansionista del imperialismo británico en tiempos de Blake, no pasó sin duda inadvertida para el poeta, cuya anotación marginal refleja una indignación semejante a la que expresara en tantos otros pasajes respecto a la oligarquía terrateniente y comercial de su tiempo: 

 

El engrandecimiento de un Estado, como el de un hombre, tiene su origen en una mejora interna o en la instrucción intelectual. El hombre no mejora gracias al daño de otro. Los Estados no mejoran a expensas de los extranjeros.

Bacon no sabe de nada excepto de Mammon.[1]

 

La teoría política de Bacon, en suma, parece constituir un intento incipiente de conjugar la doctrina del derecho divino de los reyes con el reconocimiento del ascenso de la aristocracia y oligarquía comercial como fuerzas motoras del desarrollo económico. Según vimos anteriormente, la resolución final de esta tensión interna iba a tener lugar gracias a la Restauración de 1660, consolidada en 1688; pero ello no significaría en absoluto una democratización del gobierno, sino, por el contrario,  el asentamiento de la unión entre la Corona, la clase oligárquica y la Iglesia como rectores absolutos de la sociedad. Nada tiene de extraño, pues, que el Lord Canciller Clarendon, heredero del cargo de Bacon, lo fuera también de su desprecio por el pueblo en su declaración al Parlamento tras la primera Restauración:

“Es privilegio (…) y prerrogativa del común del pueblo (common people) en Inglaterra ser representado por las personas más elevadas, instruidas, ricas y sabias que puedan elegirse en la nación; y confundir los Comunes de Inglaterra (…) con el pueblo común de Inglaterra constituyó el primer ingrediente de ese maldito veneno (…) una república (Commonwealth)”[1].

Si la alternativa entre una monarquía absoluta y una moderada representatividad parlamentaria restringida a la clase dominante fueran, en suma, las únicas opciones que se hubieran planteado en la política inglesa hasta los tiempos de Blake, tal vez serían comprensibles las críticas hacia el poeta por su descalificación de Locke, quien, al fin y al cabo, refutó con contundencia el absolutismo de Hobbes y de Filmer. Lo que parece olvidarse con frecuencia es que existía una tercera alternativa, planteada por los sectores más radicales de los levellers, que rechazaba tanto la monarquía absoluta como el parlamentarismo oligárquico,

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