[Nota: Ensayo sobre el desarrollo de la obra de William Blake, preparado para el ciclo Exposiciones (Biblioteca Regional de Murcia, 2003), y publicado ese mismo año en la revista Caracteres Literarios, Año VI, nº 7. En él se avanzan algunas de las nociones y criterios interpretativos que posteriormente desarrollaría en mi Tesis Imaginación, deseo y libertad en William Blake, publicada en 2008 con libre acceso en la Biblioteca Virtual Cervantes, cuyo enlace puede encontrarse en esta misma página.
Dado que este texto permaneció varios años en la web Escritores Complutenses, por el momento suspendida, he podido comprobar que existen diversas copias alojadas en páginas varias de Internet. Nada tengo que oponer, pero me ha parecido conveniente incluirlo aquí, como referente contextual, a la espera de la publicación de mi traducción de las anotaciones blakeanas a Berkeley y Thornton, que serán las siguientes en aparecer. El núcleo de la Marginalia, en cualquier caso, son a mi juicio las anotaciones a Bacon, Watson y especialmente Reynolds, que por su extensión y complejidad, necesitada de una cuidadosa revisión del aparato crítico, iré publicando en los próximos meses.]
William Blake, vidente
de este cielo
Durante las décadas de 1920 y 1930, coincidentes con el auge
internacional de su reputación, la obra de William Blake gozó de una notable
difusión en España, siendo traducido y comentado, entre otros, por autores tan
destacados como Salvador
de Madariaga –que ya en 1922 lo juzgaba superior a Wordsworth y comparable a
Shakespeare y Shelley-, Juan Ramón Jiménez, Miguel de Unamuno, Luis Cernuda y
Federico García Lorca. Pablo Neruda, asimismo, publicó en 1934 una espléndida
versión de Visiones de las Hijas de Albión en la revista Cruz y Raya,
texto que, unido a la traducción efectuada en 1928 por Edmundo González-Blanco
de La boda del Cielo y del Infierno. (Primeros libros
proféticos), donde se incluían
versiones en prosa del llamado “ciclo profético de Lambeth”, y las diversas Canciones de Inocencia y Experiencia
vertidas al castellano por varios de los autores arriba mencionados,
permitieron el desarrollo de una incipiente controversia crítica acerca del
arte visionario de Blake, polarizada entre una interpretación “satanizante”,
heredada del surrealismo francés, y la reivindicación por Juan Ramón de la
herencia blakeana como ‘poesía pura’. Desgraciadamente, tras el final de la
guerra civil la obra de Blake, cuyo carácter heterodoxo no debió parecer
adecuado a la moral imperante, cayó en un casi total olvido, paliado apenas por
el interés de dos escritores excepcionales, Juan Eduardo Cirlot y Cristóbal
Serra, cuya visión esotérica del poeta y artista británico constribuyó no obstante
a ubicarlo en el panteón de los ‘grandes marginales’ de la literatura.[1]
Viene a cuento esta pequeña
introducción histórica porque, tal vez debido a esas décadas de olvido, la
paulatina reaparición de Blake en la escena literaria española y el espectacular incremento de sus traducciones en los últimos
tres años no se ha visto acompañada por
la difusión de las principales tendencias críticas acerca de la obra del
poeta, grabador y pintor británico[2]. Dada la práctica inexistencia de estudios monográficos en castellano sobre
Blake, pues, aquellos lectores que desean familiarizarse con su poética suelen
recurrir a los estudios introductorios –en ocasiones auténticos ensayos- de sus
diversas traducciones, cuyas visiones resultan a veces tan dispares que pueden
inducir a la confusión. Así, por ejemplo, mientras uno de sus antólogos nos
informa de que las esporádicas referencias de Blake al mal social provienen
siempre de “algo más profundo, anterior a lo histórico, …un mundo de
espiritualidad total”[3],
y otro lo corrobora afirmando que el poeta rechazaba las veleidades panteístas
y carencía “de genuina dimensión social”, a no ser “la fabulación de un Edén
medievalizante” [4], un
tercero no sólo considera a Blake panteísta sino que advierte acerca de la
“ceguera de tantos comentaristas (...) incapaces de advertir que la fuerza
motriz del pensamiento de Blake es de índole política y no religiosa”, pues
“Blake no sólo no propone una restricción de la realidad del mundo temporal,
sino, muy al contrario, una revalorización de la misma” [5].
No es mi propósito, por supuesto, juzgar aquí estas presentaciones, pues de
hecho cada una de ellas es perfectamente asumible dentro de corrientes
específicas de la llamada Blake Industry,
generadora de una ingente bibliografía[6]
y controversía crítica en torno a representaciones reduccionistas del artista
como “poeta revolucionario simpar”, “precursor del marxismo”, “hereje
luciferino”, “último gran poeta religioso de Inglaterra”, “místico
neoplatónico” o “profeta de la nueva Era”. Dada la mencionada carencia de una
tradición crítica propia, no obstante, quizá la mejor forma de acercar la obra
de Blake al público español sería proporcionar una visión panorámica que, sin
menoscabo de la expresión de las propias opiniones del crítico, favoreciera
también la no menos necesaria libertad del lector. Un buen ejemplo en este
sentido lo constituye la postura adoptada por Bel Atreides en su introducción y
comentarios a Milton (2002), donde el análisis personal y el
manejo competente de las fuentes bibliográficas ofrecen, además, una lectura poética
–y no meramente ideológica- de Blake, lectura respecto a la que
evidentemente se puede disentir, pero cuya visión proporciona las claves
necesarias para que cada cual pueda extraer sus propias conclusiones tras la
lectura del poema.
A la luz de estas
consideraciones, mi propósito en este trabajo ha sido proporcionar, dentro de
los límites impuestos por su extensión, una visión general acerca del
desarrollo de los Libros Iluminados de William Blake, mediante una breve
síntesis histórica de las principales corrientes críticas que han dominado su
estudio y una interpretación evolutiva de su trabajo. En aras de la claridad
expositiva, cuestión siempre difícil al tratar de la obra de Blake, he dedicado
especial atención al comentario de sus dos obras más conocidas, El matrimonio del Cielo y el Infierno y
las Canciones de Inocencia y Experiencia,
pues en ellas se prefiguran las
concepciones estéticas -lo que en Blake
equivale a decir también éticas y políticas-
que condujeron al autor a la compleja elaboración mítica de sus
profecías tardías. A este respecto, debo señalar que, si bien he mantenido la
división tradicional de su obra en dos etapas, discrepo por completo respecto a
quienes distinguen un Blake radical en su primera época y un supuesto converso
espiritual en la segunda, pues considero que el desarrollo orgánico de su
producción posee una absoluta coherencia, constituyendo el fruto evolutivo de
unos planteamientos ideológicos y estéticos que, patentes desde sus inicios,
adquirieron consistencia y radicalidad a medida que el artista exploraba
diversos recursos expresivos, hasta alcanzar pleno desarrollo en sus poemas
proféticos finales. Las visiones y profecías blakeanas, pues, lejos de
constitur meras ensoñaciones escapistas, poseen un firme arraigo en la
realidad vital, y como el propio autor manifestó en diversos ocasiones, su
objetivo último no es otro que “despertar
las facultades a la acción”[7], es
decir, despertar la capacidad visionaria latente en todos los seres humanos (“todo hombre honrado” afirmó, “es un profeta”[8]), lo
que implica no la mera transmisión de imágenes y conocimientos, sino el
estímulo de los poderes creativos inherentes a la Imaginación. En este sentido, se ha señalado,
los poemas de Blake “satisfacen su propósito poético y visionario sólo en el
propio lector”, pues su propósito no es simplemente “ofrecer” visiones sino
“inducir a la visión”[9],
y por tanto a la transformación activa de la realidad. Quizá el reconocimiento
de este profundo vitalismo fue lo que llevó a Miguel de Unamuno, en su poema de
1929 “Al volver a escuchar a William
Blake”, a abandonar sus anteriores calíficativos del autor como “místico”
en favor de “vidente de este cielo”, precisa y poética definición de la
naturaleza del arte blakeano que me he permitido adoptar como título de este
trabajo:
“Y yo que no sabía, Blake mío,
lo que me ibas diciendo...
Vidente de este cielo, pues no hay otro,
señor de tu sendero.”[10]
Blake y sus críticos.
Prácticamente ignorado en su tiempo excepto
por un pequeño círculo de admiradores -entre ellos el grupo de pintores The Ancients, que creyeron encontrar en
Blake un “arte primitivo” de pureza virginal y transmitieron su entusiasmo a
los hermanos Dante Gabriel y William Rosetti, impulsores de la Hermandad
Prerrafaelita-, las escasas opiniones contemporáneas sobre la obra de Blake
siguieron en general la línea apuntada por el crítico y dietarista Crabb
Robinson, quien, aun reseñando algunas opiniones elogiosas de Wordsworth,
Coleridge o Lamb sobre las canciones blakeanas, destacaba que en ellas era
posible encontrar “la más alta belleza y sublimidad” junto a muestras de “excesivo
infantilismo”[11], y
juzgaba los libros proféticos un batiburrillo incomprensible, en particular
“cierto poema completamente enloquecido llamado Jerusalén”[12].
Los pocos que conocían los escritos blakeanos, en definitiva, tendían a
considerar que su demencia le había impedido elaborar una obra acorde a las
disposiciones de su genio.
Sorprendentemente, la publicación de la
aclamada biografía de Gilchrist Life of William Blake, Pictor Ignotus (1863)[13],
que incluía una antología de poemas y grabados seleccionados por los hermanos
Rossetti, supuso la inmediata revalorización crítica de Blake y su ascenso
póstumo a la notoriedad, si bien, con excepciones como las del poeta Swinburne,
continuó predominando la idea del "genio intuitivo" y con frecuencia "delirante",
imagen por lo demás muy del gusto victoriano. Incluso el gran poeta irlandés
W.B.Yeats, coeditor de la primera edición crítica e ilustrada de su obra en
1893[14]
y pionero en observar las afinidades entre Blake y Nietzsche, fue incapaz de
apreciar las deliberadas innovaciones estructurales y lingüísticas llevadas a
cabo por el autor inglés en sus grandes poemas proféticos, y no dudó en
considerar Jerusalén un "álbum
de recortes" inconexo y contradictorio. Sólo la publicación por
Geoffrey Keynes de Poetry
and Prose of William Blake (1925, 3 vols.; 1927)[15],
texto considerado canónico en sus sucesivas versiones hasta la edición de
Erdman[16],
sentaría las bases para el desarrollo de una labor crítica rigurosa, y, desde
sus primeros momentos, enormemente polémica. Por motivos evidentes, me limitaré
a ofrecer aquí una breve consideración de las corrientes predominantes en los
estudios blakeanos hasta 1980 -la “escuela trascendentalista”, la
interpretación “arquetípica” de Northorp Frye y los estudios neohistoricistas-,
así como de los nuevos enfoques que han transformado su interpretación en las
dos últimas décadas.
Por lo que respecta
a la escuela trascendentalista, suele agruparse bajo esta denominación a un
conjunto de importantes autores, encabezados por S. Foster Damon, que siguiendo
la estela marcada por Yeats acerca de un Blake "esotérico" tendieron
en la primera mitad del siglo XX a destacar el misticismo de Blake, ya fuera
desentrañando con notables dificultades las raíces de su visión
cristiana, o enfatizando la influencia ejercida sobre su reinterpretación
heterodoxa de la Biblia por parte del neoplatonismo, la Cábala, las corrientes
gnósticas heréticas y el pensamiento de "místicos" como Eckhart,
Boehme o Swedenborg. En líneas generales, la mayor parte de estos autores
parten de una visión ideológica preestablecida de Blake e interpretan su obra
como una especie de “código simbólico” cuya explicación ha de buscarse en
fuentes ajenas al propio texto, debido a lo cual, pese a ofrecer aportaciones
de gran interés, tienden a ignorar los pasajes inconsistentes con dicho código
y a centrarse en testimonios ajenos o en fragmentos de su obra cuidadosamente
seleccionados y descontextualizados. Un claro signo de este apriorismo lo
constituye el hecho de que, pese a su coincidencia en juzgar a Blake como un autor absolutamente alejado de la
política e inmerso en una renovación espitual ajena a las baladíes
contingencias históricas, los distintos representantes de la ‘teoría de la
trascendencia’ ofrecen interpretaciones abolutamente divergentes, e incluso
incompatibles entre sí, acerca de las fuentes de tal espiritualidad blakeana.
Así, J.G.Davies
defiende que, aunque “ocasionalmente heterodoxo… la teología de Blake (….) y
sus doctrinas entran dentro de la tradición general del cristianismo”[17]; Kathleeen Raine mantiene la absoluta primacía
dentro de la obra de Blake del neoplatonismo y la alquimia –lo que por extraños caminos conduce a la afirmación de que “Blake
fue el profeta de una ‘Nueva Era’ antimaterialista… naciente en nuestro tiempo
como la ‘Era de Acuario’”[18]-;
y Charu Sheel Singh convierte a
Blake en un defensor del sistema de castas y considera que su obra
“distorsiona, adapta y adopta libremente motivos de la historia y la cultura
occidentales con el fin de lograr que expresen el pensamiento hindú que
constituyó su inspiración”[19].
En cualquier caso, si bien la teoría de la trascendencia mantiene hoy una
vigencia relativa gracias a la popular biografía de Blake por Peter Ackroyd y a
los trabajos académicos de Sheila Spector, , son pocos los críticos que
consideran válido reducir la obra del artista a este ámbito, aun reconociendo
la influencia que sobre determinados aspectos de su pensamiento tuvieron las
tradiciones esotéricas.
La consolidación definitiva de los estudios
sobre William Blake tuvo lugar con la aparición de los magistrales estudios de
Northrop Frye: Fearful Symmetry
(1947), y David V. Erdman: Blake. Prophet
against Empire (l954), que marcaron dos líneas aparentemente diversas
de investigación, la primera de ellas apegada al “texto”, y la segunda
encaminada a incardinar la obra del autor en su marco de referencia histórico.
El libro de Frye, inspirado en su convicción de que la literatura occidental
responde a una "iconografía
universal de la imaginación” cuyo modelo arquetípico esencial sería la
estructura literaria de la Biblia, supo sintetizar las diversas referencias
simbólicas presentes en la obra de Blake para mostrar cómo éste las había
integrado en un "sistema imaginativo" propio, a fin de sustituir el
viejo mito bíblico por un nuevo mito igualitario. La aportación decisiva de la
obra de Frye fue, en definitiva, ofrecer por primera vez una visión unitaria
del conjunto de la producción blakeana, aunque para ello tuviera que recurrir a
ir elucidando de manera un tanto forzada las claves de su ‘sistema’. Desde otra
perspectiva muy diferente, Erdman logró
identificar con enorme precisión y rigor las continuas alusiones históricas de
la obra blakeana, situándola no sólo en el contexto de de los círculos radicales
británicos de la época sino también en el marco de las terribles
conflagraciones europeas de la época. El trabajo de Erdman –cuyos frutos se han
recogido sobre todo en las dos últimas décadas- tuvo el extraordinario valor de
establecer de manera indiscutible las dimensiones políticas de la obra de
Blake, pero presentaba significativas lagunas: su tendencia, por ejemplo, a
destacar aquellos pasajes donde la alusión histórica o social es más patente,
motiva que sus análisis se centren de manera esencial en las piezas líricas y
las “profecías continentales” escritas a mediados de la década de los noventa,
pero, si bien es cierto que advirtió que los contenidos políticos y
revolucionarios de la obra de Blake se extendían también a sus grandes poemas
profeticos finales, Milton y Jerusalén, lo cierto es que su
tratamiento de estos últimos no aborda en ningún momento el problema de la
elección por parte blakeana de una complejidad estructural y simbólica en
apariencia poco acorde con sus
propósitos de denuncia social.
En cierto sentido, pues, los trabajos
de Frye y Erdman, pese a su aparente disparidad, podían considerarse complementarios pues, aun
cuando diferían respecto a la "intencionalidad" del mensaje blakeano
coincidían en considerarlo un sistema esencialmente consistente y acabado, cuyo
valor radicaba ante todo en el significado
subyacente y no en la propia forma simbólica adoptada. El problema de estas
interpretaciones residía, no obstante, en que, al asumir que Blake se había
limitado a alterar los contenidos del mito tradicional sin modificar su
estructura y lenguaje–lo que conduciría a la paradójica creación de un sistema
mítico a un tiempo “finito” y “revolucionario”-, dejaban de lado todos aquellos
elementos de la poética blakeana encaminados a la deliberada subversión del
discurso tradicional y la idea de un “texto cerrado”, y dejaban sin respuesta
lo que David Punter llamaría “el problema (...) de las intenciones de Blake:
qué pretendía al sostener, por un lado, creencias violentamente radicales, y
por otro expresarlas mediante un lenguaje y unas formas tan intrincados que
sólo podían proporcionarle una mínima audiencia”[20].
Esta cuestión, que involucra tanto los aspectos históricos como estilísticos de
la obra de Blake y reconoce la necesidad de estudiar su obra como un diálogo
entre el mensaje y la forma expresiva elegida, está presente de una forma u
otra en los principales estudios recientes sobre el autor británico, marcados
por las intrincadas bifurcaciones de la crítica literaria anglosajona:
formalismo, postestructuralismo, deconstruccionismo, estudios culturales, etc.
Sin entrar en
distinciones academicistas, en todo caso, podemos señalar dos grandes vías
interpretativas, ejemplificadas en
sendos trabajos cuya influencia, según el gran bibliógrafo y biógrafo de
Blake, G.E.Bentley, ha sido decisiva en la última década: Witness Against the Beast: William Blake and
the Moral Law (1993), del historiador E..P. Thompson, excepcional ensayo
acerca de la influencia del antinomianismo disidente sobre Blake, que consigue
mostrar la vinculación entre el ideario político radical y la obra blakeana
salvaguardando su singularidad extrema; y Blake and the Idea of the Book (1993) de Joseph
Viscomi, pieza clave en una serie de estudios sobre los procedimientos
creativos de Blake en su triple faceta de autor, ilustrador y grabador de los
Libros Iluminados, que han arrojado nueva luz sobre el extremo rigor de su arte
compositivo. A estas dos líneas críticas es imprescindible añadir, cuando menos,
lo que cabría denominar la vía lingüística-epistemológica, centrada en el
estudio de la deliberada distorsión por Blake de las convenciones cognoscitivas
de su tiempo, ya fueren el mecanicismo newtoniano, la estética clasicista de lo
sublime o la temporalidad narrativa, y tendente a resaltar el carácter absolutamente deliberado
de esa “indeterminación textual” que, según Jerome McGann, constituye el rasgo
esencial de la obra tardía del autor.
Quizá sea conveniente, en fin, concluir esta
introducción crítica con las palabras de un autor “externo” a la Blake
Industry, Richard Bradford, cuyas palabras en A Linguistic History of
English Poetry (1993), resumen en buena medida
los argumentos arriba expuestos y apuntan hacia la difícil recepción que, aún
hoy, existe de los libros proféticos finales de William Blake: “William Blake encarna y
sobrepasa a un tiempo el arquetipo romántico de innovación. Más que cualquiera
de sus contemporáneos, intentó reconstituir, o más precisamente remitologizar,
toda la tradición occidental de escritura poética, teológica y filosófica. De
acuerdo con el estatus funcional de la poesía, buscó romper las distinciones
estilísticas e interpretativas entre esos tres discursos ( ...) yuxtaponiendo
los códigos habituales, los modelos referenciales y las convenciones
estílisticas de manera que ... los
elementos y estructuras lingüísticas familiares fueron reorganizados en una
forma que carecía de precedentes y, según algunos comentadores , resultaba
incomprensible”.[21]
La década radical: The Marriage,
las Songs y el ciclo profético de Lambeth.
Nacido en 1757 e hijo de un mercero, Blake
creció en el seno de la clase media artesana y la tradición disidente inglesa,
cuyas tendencias antinomianas* más radicales –que no sólo rechazaban la ortodoxia
anglicana sino que se oponían, en nombre de la libertad individual, a toda
autoridad y doctrina moral institucionalizadas[22]-
influirían perdurablemente en su pensamiento. Tras formarse como grabador,
estudió durante algún tiempo en la Royal Academy, donde inició su duradera
amistad con los artistas Thomas Stothard y John Flaxman, y pronto comenzó a
ganarse la vida como grabador e ilustrador de libros, trabajando asiduamente
para Joseph Johnson, editor y amigo del círculo progresista formado entre otros
por William Godwin, Mary Wollstonecraft, Thomas Paine, Joseph Priestley y el
pintor de origen suizo Henry Fuseli. La enumeración de estas amistades del
autor no resulta aquí ociosa, pues es importante destacar que, pese a su
formación autodidacta y a la aureola de “genio anacrónico” con que en algún
momento se pretendió singularizar la figura de Blake, éste poseyó una notable
cultura y conoció destacados intelectuales de su tiempo, gracias a lo cual su obra recogió, confrontó y transgredió tradiciones
y discursos de signo muy diverso: la disidencia artesana y radical, la estética
elitista predominante en la Royal Academy y los debates ideológicos y
epistemológicos de la época.
Desde 1788, fecha en
que grabó los pequeños panfletos iluminados No existe la religión natural
(There is no natural religion) y Todas las religiones son una (All
religions are one), Blake
decidió, con independencia de su trabajo como grabador comercial, adoptar un control absoluto sobre su obra
artística propia imprimiendo en su prensa manual sus “libros iluminados”,
piezas singulares en las que el autor, mediante una técnica de creación propia
basada en ‘pintar’ con un barniz resistente al ácido sobre la plancha de cobre,
grababa en relieve tanto el texto como las ilustraciones de sus composiciones,
coloreadas en sucesivas impresiones y retocadas a mano. Este procedimiento
autografo le permitió una inusual libertad creativa, así como la reelaboración
de su propia obra a lo largo de años posteriores en diferentes sesiones de
impresión[23].
Dado que sólo ocasionalmente podremos incidir en esta temática, quizá sea
conveniente precisar aquí algunos aspectos esenciales acerca de la concepción
blakeana de los Libros Iluminados que arrojan una importante luz sobre el
desarrollo general de su obra y concepciones estéticas. En primer lugar, es
importante destacar que este peculiar sistema compositivo hace de cada ejemplar
de las obras blakeanas una pieza única, a menudo con importantes divergencias
respecto a las realizadas en otras impresiones, no ya sólo por la alteración
del cromatismo, que tendió a hacerse más cálido y dominante en sus versiones
tardías, sino también gracias a la
reordenación de láminas y consiguiente reestructuración del discurso narrativo
(como ocurre en varios de sus poemas proféticos), o la inclusión de nuevos
motivos iconográficos, circunstancias ambas de evidente relevancia
epistemológica; en segundo, debe tenerse en cuenta que las diseños no se
limitan a “ilustrar” el texto, sino que que a menudo desarrollan aspectos latentes en aquél, e
incluso abren nuevas interrogantes acerca de su interpretación. En el caso del Matrimonio
del Cielo y el Infierno
(1790), por ejemplo del que sólo se conservan nueve ejemplares, , los dos
impresos tardíamente, el G (h.1817) y el I (1827), introducen en diversas
láminas una variación sustancial mediante la adición del contorno de una cueva,
lo que en el contexto de esta obra, caracterizada por su rechazo absoluto de la
distinción alma/cuerpo y la reivindicación de la energía, parece apuntar a que
la “voz” que describe ese pasaje concreto está limitada por su propia visión dualista
de la realidad, cuestión, según veremos, de suma importancia, que realza la
tendencia de Blake a relativizar su propio discurso mediante la continua
introducción de lo que se ha dado en llamar “herejías a su propio
sistema”. La concepción de los libros
iluminados, en suma, donde el ‘texto’ original no existe como tal sino en manifestaciones
individualizadas irrepetibles que ofrecen al lector/contemplador la posibilidad
de desarrollar interpretaciones divergentes, nos remite ya a dos aspectos
esenciales de la estética blakeana: la primacía de lo individual y concreto
sobre lo abstracto, que dará pie a su humanización de lo sublime; y, frente a
la férrea ‘sistematicidad’ defendida por Frye, la evidencia de que Blake
consideró que toda obra artística, y por tanto toda actividad humana, no
constituye nunca un orden cerrado, sino un proceso en continua reelaboración.
Retomando el hilo de
su producción, cabe apuntar de forma harto esquemática que la obra de Blake
puede agruparse hasta 1795 en tres apartados: las colecciones de piezas líricas
–Esbozos
poéticos (Poetical Sketches), Canciones de inocencia y Experiencia
(Songs
of Innocence and Experience)- y textos visionarios en prosa –El matrimonio
del Cielo y el Infierno (The Marriage of Heaven & Hell)-;
los poemas narrativos El libro de Thel (The
Book of Thel), Tirie) y Visions of the Daughters of
Albion-; y el llamado “ciclo profético de Lambeth”, que, según la clasificación establecida por los editores
del Blake Trust, podríamos dividir de acuerdo con dos líneas temáticas
dominantes: las llamadas ‘profecías continentales’ (America, a Prophecy,
Europe, a Prophecy y The Song of Los
–subdividida en ‘Africa’ y ‘Asia’-), intento de reconstrucción
mítica imaginativa de la historia humana; y los ‘libros de Urizen’ (The (First) Book of Urizen, The
Book of Los y The Book of Ahania), donde comeinzan a integrarse los
ámbitos cosmogónico, psíquico e histórico. Constituye un error, por tanto, suponer
que Blake privilegió inicialmente las piezas cortas en detrimento de los
grandes temas, pues desde un principio simultaneó ambos campos: baste señalar,
por ejemplo, que la edición conjunta de las Canciones, Europa,
una profecía y El
libro de Urizen fueron grabadas en el mismo año de 1794, y que durante
toda su vida continuó escribiendo poemas líricos que, si bien no grabó, se
encuentran entre sus más apreciados logros: Augurios
de Inocencia, El viajero mental (h.
1804-7).. En realidad, si tenemos en cuenta el conjunto de
obras elaboradas por Blake en este período inicial, cabe concluir que su
diversidad de sus formas y temática responden al deseo del autor de explorar
diferentes caminos expresivos que le permitieran conciliar dos aspectos indisociables de su pensamiento:
por un lado, la búsqueda de la libertad política, y la consiguiente denuncia de
las injusticias sociales de la Inglaterra de su tiempo, agudizadas por los
albores de la revolución industrial; por otro, la convicción de que
para lograr dicha liberación era necesario romper con una concepción de
la realidad basada en una filosofía puramente pasiva de la percepción (asociada
por Blake en su tiempo al empirismo de Bacon y Locke y a la física de Newton,
pero cuyas raíces consideraba germinadas en la “filosofía abstracta” oriental y
griega), en el predominio de la razón lógica "excluyente" y en la
moral cristiana ortodoxa, elementos todos confluyentes en el desarrollo del
mercantilismo industrial y la opresión social.
Sin ninguna duda las obras más conocidas de William Blake, El matrimonio del Cielo y el
Infierno y las Canciones de Inocencia y Experiencia constituyen también, por la
complejidad subyacente en su prosa y lírica, una de las muestras más claras
tanto del radicalismo político del autor como de su aproximación absolutamente
idiosincrática a la crítica social, que no se contenta con limitarse a razonar
acerca de unos hechos sino que intenta subvertir el mismo lenguaje subyacente
en la ideología que los ha generado. A este respecto, tanto la crítica a las
convenciones morales y religiosas tradicionales llevadas a cabo en el Matrimonio
como las sutiles implicaciones subversivas de las Canciones poseen en común
un procedimiento absolutamente característico de Blake: la continua confrontación
a que somete las expectativas del lector, obligándolo a poner en cuestión sus
ideas convencionales acerca de los temas tratados, ya sea la distinción entre
Cielo e Infierno, la hipocresía de los códigos civiles y religiosos o la
piadosa moralidad de los libros infantiles de la época, todo ello conducente a
una creciente complejidad simbólica que puede llegar a malinterpretarse como
ausencia de contenido social. Trataremos ambos libros por separado, para luego proporcionar
una visión conjunta de ambos susceptible de enlazar con el “ciclo profético de
Lambeth” y las profecías finales.
Por lo que respecta
al Matrimonio,
constituye sin duda el texto más inmediatamente radical de Blake, que toma como
punto de partida dos concepciones sintetizadas en sus primeros y fragmentarios
libros iluminados: “Las religiones
de todas las Naciones derivan de la diferente recepción por cada Nación del
Genio Poético, al que en todas partes se llama el Espíritu de Profecía“; “El
GenioPoético es el Hombre verdadero, y el cuerpo o forma externa del hombre
procede del genio poético[24]. Así, por medio de una recreación de la figura
rebelde del Satán de Milton, se identifica la figura del artista creador con la
del portador de la energía infernal, y adoptando “la voz del Diablo” Blake satiriza bajo la imagen de los ángeles
celestiales toda la moral religiosa represiva, tanto la de las Iglesias
establecidas como la de aquellos visionarios, muy en particular Swedenborg
(antaño admirado, pero ahora objeto principal de la sátira), cuya aparente
heterodoxia había terminado por adoptar nuevas formas de institucionalización. Los
dos rasgos más característicos del Matrimonio son, por tanto, la constatación de la existencia de una capacidad creativa primigenia,
el “Genio Poético” (concepto que
Blake sustituirá mas tarde por Imaginación o Intelecto), perdida tras el
establecimiento coercitivo de la abstracción y los códigos morales religiosos,
cuya recuperación resulta el único camino para lograr la liberación individual
y social; y la identificación entre ese Genio Poético y lo que más tarde
llamará la Divina Humanidad: “Así los
hombres olvidaron que todos los dioses habitan en el corazón humano”…”Dios sólo actúa y es los seres existentes u
hombres”. Esta afirmación de la identidad entre Hombre, Dios e Imaginación,
por cierto, que Blake mantendrá a lo largo de toda su obra, ya sea en sus
escritos (“Eres un Hombre, Dios no es
más/Aprende a adorar tu propia Humanidad”[25])
o en sus anotaciones marginales (“El
Hombre es todo Imaginación. Dios es hombre, existe en nosotros y nosotros en él”[26]), ha
dado lugar a una controversia sobre la teología blakeana quizá no demasiado
relevante para la interpretación de un poeta visionario y deliberadamente
inconclusivo acerca de muchas cuestiones, pero cuya decidida ‘opción’ por lo
humano, en cualquier caso, resulta evidente en la impresionante anotación
realizada, un año antes de su muerte, al “Padrenuestro” conservador del Dr
Thornton: “cada cosa existente tiene
tanto derecho a la Vida Eterna como Dios, quien es el sirviente del Hombre”[27]. En
directa relación con su revalorización de lo humano, por último, Blake ofrece
asimismo en el Matrimonio (frente a lo que una lectura apresurada de sus
críticas al “materialismo” mecanicista podría hacer creer) una inspirada invocación
a la liberación del cuerpo y la “humanización” de la naturaleza (“cada cosa existente…”), concebida no
como algo dominable por el hombre sino como una extensión de la propia
humanidad. Pues, no lo olvidemos, desde sus primeros escritos Blake estableció
la identidad de cuerpo y espíritu y reivindicó las energías materiales,
afirmación que, contrapuesta al dualismo de “todas las biblias o códigos
sagrados”, aparece expresada de manera memorable en esta obra:
“1. El hombre no
posee un cuerpo diferente a su alma, pues el llamado cuerpo constituye una
parte del alma percibida por los cinco sentidos, principales aperturas al alma
en esta era.
2. La energía es la única vida y procede del
cuerpo, mientras que la razón es el límite o circunferencia exterior de la
energía.
3. La energía es el
goce eterno.”[28]
Según cabe apreciar en el texto, pues, Blake
no rechaza la razón, sino únicamente su uso restrictivo y dominante, y de ahí
que adopte una actitud combativa contra sus abusos, patente en la exaltación de
la energía instintiva que caracteriza algunos de sus célebres “Proverbios del
infierno”: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría”, “Los
tigres de la ira son más sabios que los caballos de la instrucción”.
Conviene señalar, no obstante, que estos
proverbios encierran mucho más que una mera teoría emocional, y que,
como el propio autor se encarga de recordarnos en otro pasaje, la auténtica
liberación no consiste en expulsar a la razón, sino en su “reintegración” dentro de una
concepción más amplia del saber humano, considerándolo no sólo receptivo sino
también, y esencialmente, creativo.
Pues en definitiva, y éste sería quizá el mensaje más acuciante de la obra
blakeana, sólo mediante una re-creación continua y liberadora de su naturaleza
y su historia podrá el hombre recuperar la integridad perdida:
“Sin contrarios no
existe el progreso. Atracción y repulsión, razón y energía, amor y odio, son
necesarios a la existencia humana”[29]
Este carácter dialéctico de la visión blakeana
aparece de forma igualmente manifiesta en las Canciones de Inocencia y Experiencia*. Resulta sorprendente, a este respecto, que
todavía algunos intérpretes sigan atribuyendo a Inocencia un carácter
primordialmente “edénico” y “angelical”, lo que en absoluto hace
justicia a la relación dialéctica entre ambos estados. Inocencia, representada por la niñez, constituye para Blake un germen
sin desarrollar de Imaginación, correspondiente al estado que en los libros
proféticos se denominará Beulah; es decir, un estado pasivo, aunque
potencialmente creativo, que debe ser superado e “integrado” mediante la
dolorosa travesía por Experiencia, donde aparecerá, si bien todavía limitada,
la voz “profética”... Ambas series, pues, se satirizan y complementan; y frente
a las teorías “ingenuistas” que sostienen que esta idea apareció en Blake con
posterioridad a su redacción de la primera serie, debe señalarse la práctica
unanimidad de la crítica moderna[30]
acerca de su presencia en el tratamiento a un tiempo lírico e irónico de las
canciones de Inocencia, modeladas en deliberado contraste con las colecciones
de himnos religiosos y poemas didácticos de la epoca, cuya deliberada
ambigüedad semántica y sintáctica encierra una voluntad radical de transgresión
respecto a los discursos ideológicos dominantes. Esta radicalidad, desde luego,
se hace aún más patente considerando el libro en su conjunto y las
interrelaciones dialécticas que Blake introduce entre Inocencia y Experiencia,
dando así nueva dimensión a poemas homónimos de ambas series como El deshollinador y Jueves Santo, enmarcados en la crítica a la doctrina de la
jerarquización natural de la sociedad y la explotación laboral de la
infancia.
En su versión de Inocencia, The Chimney Sweeper se inicia con el lamento de un
niño deshollinador que expresa concisamente su condición:
“Cuando mi madre murió era
yo muy joven
y mi padre me vendió
antes de que mi lengua
pudiera apenas gritar:
limpia, limpia, limpia, limpia.
Así que vuestras
chimeneas limpio y en hollín duermo”[31]
Pues bien, Martin K. Nurmi ha mostrado lo poco de literario y mucho de
literal que hay en la expresión blakeana “y
mi padre me vendió…”: “Aunque la edad usual en la cual los niños se convertían
en aprendices, o deshollinadores, era de seis o siete años, algunos lo eran a
los cinco o incluso a los cuatro. Y la palabra ‘vendido’ debe ser tomada casi
literalmente. A diferencia del aprendizaje habitual, en que se pagaba una
tarifa al maestro, la cesión de niños a un maestro deshollinador comportaba un
pago entre veinte chelines y cinco guineas por parte del maestro al padre, de
existir éste, o bien a quien tuviera a su cuidado al niño (…) Cuando el
deshollinador de Blake dice ‘en hollín duermo’, no está hablando
metafóricamente. El hollín es su elemento día y noche. No existía desahogo
alguno, pues los pequeños pasaban a menudo seis meses sin lavarse”[32]. Su futuro era igualmente
negro: concluido el supuesto aprendizaje, los niños, demasiado crecidos para
trepar por las chimeneas, se encontraban sin oficio y con su salud quebrantada
por los años pasados entre el hollín: deformaciones de columna y extremidades,
insuficiencia respiratoria, el llamado “cáncer de deshollinador” en el escroto…
Por tanto, su destino habitual era el asilo parroquial y la muerte a temprana
edad. Si estremecedora resulta la descripción de este modo de vida, no lo es
menos el desprecio social existente hacia estos estos niños deshollinadores,
considerados indignos de asistir a la Iglesia e incluso de recibir cualquier
tipo de enseñanza religiosa, según la despiadada frase pronunciada por el
vizconde Sidmouth en 1811 contra la extensión de la educación “a cualquier
persona depravada o iletrada, ya descendiera de una picota o de una chimenea”[33]. El evidente sarcasmo de esta
primera estrofa, pues, resultaría patente para cualquier lector de la época, y
sólo una lectura en verdad “inocente” lo consideraría paliado por el sueño
posterior del pequeño Tom, donde miles de pequeños deshollinadores, encerrados
en ataúdes, son liberados por un “ángel”, que, tras permitirles correr y jugar al sol “por un verde prado”, promete a Tom que,
en caso de ‘portarse bien’, “tendría a Dios por padre, y nunca le faltaría
alegría”:
“Entonces Tom despertó; y
levantándonos en la oscuridad
con nuestros cepillos y sacos fuimos a
trabajar.
Aunque la mañana era fría, Tom
estaba feliz y caliente;
así que si todos cumplen con su
deber, ningún daño han de de temer”.
Todo el poema, en suma, constituye una crítica demoledora de la
manipulación social: el niño se siente seguro bajo la protección divina, pero
ese Dios no es, de hecho sino una figura ficticia, injusta y vengativa, creada
para justificar su opresión. Sin embargo, según señalamos, una lectura superficial
podría considerar este hecho mitigado por la alegría con que Tom acepta su
destino (baste apuntar, por ejemplo, que Kathleen Raine se limitó a interpretar este poema como la visión idílica de “los
cuerpos limpios de los deshollinadores de Londres, que se lavan en el río de la
vida y juegan al sol”[34]). Por
ello, en la sombría canción homónima de Experiencia el deshollinador desvela
amargamente las raíces de su condición, afirmando que los padres que lo han
vendido “se han ido a la iglesia a rezar”,
pues:
“Porque soy feliz, y bailo, y
canto,
creen que no me han hecho daño
alguno,
y han marchado a alabar a Dios, a
su Sacerdote y su Rey,
que construyen un cielo con nuestra
miseria”[35]
Un procedimiento similar se sigue en las dos versiones deJueves Santo, poema que complementa al
anterior esclareciendo los métodos mediante los cuales se inculcaba la doctrina
del origen divino de la jerarquización social en la mente de los hijos de los
trabajadores pobres (en otros términos, el 90% de la población). Su educación,
cuando existía, era impartida por las escuelas parroquiales y caritativas, de
acuerdo con los criterios apuntados por John Locke en su calidad de secretario
del Consejo de Comercio: “deberían establecerse en todas las parroquias
escuelas para pobres que capacitaran a madres e hijos para trabajar
productivamente. Como dieta económica para los niños, Locke recomendaba pan,
complementado en las épocas frías con ‘un poco de agua con cereales; pues el
mismo fuego que calienta la habitación serviría para hervir un tazón’. De esta
forma, “considerando todas las ganancias proporcionadas por el trabajo del niño
desde los tres a los catorce años de edad, ‘su alimentación y enseñanza durante
ese tiempo no costaría nada a la parroquia’, en lugar de las cincuenta o
sesenta libras que le costaba con la Ley de Pobres vigente”[36]. Otra ventaja, añadía Locke, es
que así podía obligárseles a acudir a la Iglesia cada domingo, garantizando su
educación religiosa y su conformidad con el plan divino. A fin de ser
instruidos en estos principios, en fin, los niños de las escuelas de caridad
londinenses era conducidos cada Jueves Santo a una reunión conjunta en la
catedral de San Pablo, donde recibían sermones cuyo tenor queda ejemplificado
por el pronunciado en 1743 por el arzobispo de Canterbury Thomas Secker:
“Como prolongación de los deberes que tenemos para con Nuestro Hacedor, el
Cristianismo requiere la obediencia a nuestros gobernadores terrenales. Y el
gobierno con el que ahora somos bendecidos, es tan necesario para la preservación
de todo lo que nos es valioso, que las personas de cualquier rango deberían
habituarse desde temprana edad a rogar por él, a honrarlo, y a vivir
satisfechas y agradecidas bajo su protección; y los de más bajo rango, en
particular, a ser pacíficos, y ejercer su
propia labor (1Tesalonicenses, 2) y no
inmiscuirse en materias demasiado elevadas para ellos (Salmos 23.1) … La
humildad, en particular, ha de serles
inculcada con el mayor cuidado. Deberían comprender … que ninguna educación,
recibida como una limosna, puede servir de fundamento para poseer una opinión
elevada de sí mismos, y su conducta debe ajustarse a dichas lecciones… Pues,
además de que la frugalidad constituye uno de los aspectos más importantes para
la administración de la caridad, es bueno
que soporten el yugo desde pequeños (Lamentaciones, 3.27) y que se
acostumbren al tratamiento que pueden esperar recibir en el futuro; una errónea
indulgencia supone la mayor crueldad que puede ejercerse sobre ellos”[37].
En este marco desolador, en fin, se desarrolla Jueves Santo, que si en su versión de Inocencia contrapone la
pureza de las voces infantiles -inquietantemente descritas, por otra parte,
como “armoniosos truenos entre los
cimientos del Cielo”- con la sombría
descripción de sus mentores, “los
ancianos, sabios guardianes de los pobres” que “alaban la misericordia”[38],
en Experiencia adopta este punto de partida para elevar una indignada requisitoria contra la hipocresía
de la clase dominante inglesa, que predica la misericordia en beneficio propio
y ha creado una sociedad miserable, capaz de confundir un trémulo lamento con
una canción:
“¿Es una cosa santa contemplar
en una tierra rica y fértil,
niños reducidos a la miseria
nutridos con fría y usurera
mano?
¿Y tantos niños pobres?
¡Es un país de pobreza!”[39]
Lo que las Canciones parecen mostrarnos, al cabo, es que, si bien Inocencia
posee la ‘potencialidad’ de vislumbrar el Edén, sólo el paso por Experiencia
puede “reorganizar” aquélla y hacer posible su reintegración en un estado
superior. Experiencia, no obstante, constituye en sí misma un estado terrible y
destructivo, que si no se supera sólo genera dolor, venganza y culpa. La voz
del pequeño deshollinador, por ejemplo, ha adquirido en ella consciencia al
riesgo de perder toda su espontaneidad, y la voz de Blake –o del bardo
seudoprofético- en Jueves Santo posee
innegables acentos sombríos. Esta
desesperanza se acentúa aún más si comparamos la canción de Inocencia “La imagen divina” -inconformista
refutación de toda ortodoxia religiosa, que reivindica el amor universal por la
“divina forma humana” frente a los
distintos credos- con su contrafigura prevista para Experiencia, tal vez uno de
los poemas más pesimistas y desesperados de Blake, cuya angustia ante la
represión salvaje de la época y los horrores de la guerra lo llevan casi a
renegar de la naturaleza humana: “La crueldad tiene corazón humano/.. el
terror la divina forma humana, y el
secreto la humana vestidura./ La humana vestidura es hierro forjado…”[40].
Este último poema, en cualquier caso, junto con otros incluidos en
Experiencia como “El tigre” o “La esencia humana”, revelan el creciente
interés de Blake por ir más allá de la mera descripción de los males sociales
para desvelar los mecanismos psíquicos e ideológicos latentes bajo ellos. En
ningún poema del ciclo, sin embargo, se hace tan evidente la conjunción entre
la incidencia directa de la temática social y el análisis de las raíces
universales de la opresión como en el portentoso “Londres”, bajo cuya aparente sencillez e intensidad emocional late
un entramado de alusiones simbólicas que nos conduce desde los proverbios
infernales -“Las prisiones están
construidas con las piedras de la Ley, los burdeles con los ladrillos de la
Religión”- a los titánicos esfuerzos de regeneración emprendidos en las
profecías finales por la Imaginación Humana, “goce y visión Divina”, para rescatar al hombre de la tiranía
mecanicista de Satán, el espectro de Albión: “sangre de guerra y sacrificio… cadenas de confinamiento... rocas informes
que sólo conservan la matemática Santidad de Satán: longitud, anchura y altura”[41]. Comencemos, pues, por
ofrecer una de las posibles versiones castellanas del poema:
Londres
“Camino a través de las calles aforadas
cerca de dónde el Támesis de los
privilegios fluye.
Y en cada rostro que encuentro
observo
signos de debilidad, signos de
infortunio.
En el lamento de cada hombre
en cada grito infantil de miedo
en cada voz, en cada prohibición
las cadenas forjadas por la mente
escucho.
Cómo el lamento de de los
deshollinadores
cada oscurecida iglesia empalidece,
cómo el suspiro del soldado infeliz
se desliza sangriento por los muros
de Palacio.
Pero a medianoche, en las calles, sobre todo escucho
cómo la maldición de la joven puta
se eleva sobre el llanto del recién
nacido
y en plagas agosta la carroza
fúnebre del matrimonio”[42]
Probablemente la mejor manera de aproximarse a los diferentes comentarios
críticos del poema sea llevar a cabo un breve análisis de la interpretación
dada aquí a sus términos fundamentales. Para ello, es imprescindible tener en
cuenta que Londres, al igual que
otras Canciones de Experiencia, es un poema cuya primera versión,
conservada en el Notebook, presentaba notables diferencias: el empleo de ‘dirty’ (sucio) en lugar de ‘chartered”
(aforado); la expresión “los grilletes (links) de germana forja
escucho” en lugar de la célebre
octava línea, “las cadenas (manacles)
forjadas por la mente..”; y, entre otras variaciones menores, la
inexistencia de la cuarta estrofa[43]. Esta primera versión, por
su mayor sencillez y brevedad, hace más evidente la crítica política, pues la
referencia a los “grilletes de germana
forja” alude directamente al origen germánico de la monarquía británica y
su alianza con el Emperador y el rey de Prusia contra la Francia
revolucionaria, clarificando además la alusión de la línea 7, que reflejaría la
Proclamación Regia de 1792 y su prohibición (ban) de las actividades sediciosas, todo ello enmarcado en el
infrahumano entorno de las calles pobres de Lambeth, barrio londinense en que
Blake residió durante la década de 1790,
donde el autor pudo encontrar los “signos
de debilidad e infortunio” y los llantos infantiles que subrayan la
desolación del entorno.
Todos estos rasgos, en definitiva, parecen seguir latentes en la
redacción definitiva del texto; pero en ésta aparece algo más, un nivel
superior de abstracción realzado no sólo por la alusión a las cadenas forjadas
por la mente sino por la inquietante cuarta estrofa. Ahora bien, ¿desdibuja ese
‘algo más’ la intención de denuncia social patente en el primer borrador, o,
por el contrario, la intensifica y sitúa dentro de una requisitoria más
profunda contra los fundamentos de la jerarquización? Veamos, al hilo de los
cambios más significativos, las diferentes interpretaciones del texto
definitivo de London ofrecidas por
los críticos.
El primer elemento significativo del poema es, sin duda, la elección del
adjetivo charter’d (en sustitución
del más genérico dirty), cuya interpretación antagónica por los dos grandes
críticos ‘clásicos’ de Blake, Frye y Erdman, nos permitirá acercarnos a las dos
líneas interpretativas, llamémoslas metafísica e historicista, que han dominado
las aproximaciones a este texto. Así, Frye remonta su análisis del uso de ‘charter’d’ a la connotación positiva
dada por el autor a este término en un
poema juvenil como emblema de la insurrección popular, y consiguientemente
deduce que es empleado en London “con
todo el poder de su ironía subyacente” para expresar la creencia del autor en
la futilidad última de toda rebelión política, pues sólo “el mucho más radical
alzamiento entrevisto por los profetas”[44]
servirá como medio de restaurar la perdida unidad de la psique humana. Erdman,
por su parte, apoyado en otro breve fragmento contemporáneo, considera el
empleo peyorativo del vocablo como prueba del acuerdo blakeano con la condena
de los privilegios de las “charters and
corporations” por Paine en Rights
of Man: “Comenzaré por las cartas otorgadas (charters) y las corporaciones. Es una contradicción de términos
afirmar que una carta otorga derechos. Actúa con efecto contrario: arrebata
derechos. Los derechos pertenecen de forma inherente a todos los habitantes;
pero las cartas otorgadas, al suprimir esos derechos a una mayoría, dejan el derecho, por exclusión,
en manos de unos pocos.”[45].
Desde luego, si tenemos en cuenta las acerbas críticas de Blake a los
efectos destructivos del librecomercio sobre la libertad y las artes, y que el
conjunto del poema concuerda con la descripción por Paine de la sociedad
inglesa: “una banda de parásitos que viven en la indolencia a costa de los
impuestos públicos… mientras los recursos del país se despilfarran en reyes, cortes, mercenarios,
espías y prostitutas”[46], todo apunta a favorecer la interpretación de
Erdman. Éste, sin embargo, movido por su deseo de refutar las lecturas
idealistas o metafísicas del texto, va mucho más allá en su interpretación
histórica, pues afirma que las “cadenas
forjadas por la mente” aluden exclusivamente a la reacción popular ante las
prohibiciones y proclamas del gobierno, y recurre a la variante rechazada ‘grilletes de germana forja’ para
interpretarlas como un producto de la mente del hannoveriano rey Jorge y su
política de alianzas[47]. Interpretación, en fin,
que reduce a una sola de sus muchas connotaciones simbólicas una expresión tan
sugerente como "cadenas forjadas por
la mente" , deja sin explicar por qué Blake optó por ella en lugar de
la mucho más directa redacción original, e ignora la complejidad estructural y
polisémica de este texto, cuyo repetido
‘I hear’ parece aludir al
menos a las tres últimas estrofas del poema, donde singularmente es posible
‘oir’ tanto la ‘mente’ de los viandantes como sus lamentos y maldiciones, por
no mencionar sus consecuencias físicas: sangre, eclesiástica palidez, plagas….
Nos encontramos, así, frente a dos líneas definidas y, a mi entender,
igualmente parciales por sus pretensiones exclusivistas: la de Frye, intentando
restar a Londres un carácter de
denuncia política evidente, y la de Erdman, que al leer el mismo texto en clave
estricta de alusiones históricas contemporáneas elimina toda su profundidad
existencial. El problema subyacente radica, una vez más, en el intento de
esquematizar el pensamiento de Blake de acuerdo con coordenadas ideológicas
prejuzgadas por el crítico, que por tanto ‘elegirá’ aquellos aspectos del poema
que coincidan con su opinión ignorando los demás. No resulta nada sorprendente,
por tanto, que, al hilo de discusiones sobre si, por ejemplo, las “signos de debilidad” (marks of weakness) hacen
referencia al Libro de Ezequiel o al Apocalipsis,
otros autores afines a corrientes interpretativas metafísicas o historicistas
hayan llegado a conclusiones tan divergentes que, en ocasiones, nos hacen dudar
de que hayan leído el mismo texto. Así, dentro del primer campo, se ha
insistido en mostrar que Londres no
constituye una una denuncia de la “realidad social” sino de la propia condición
humana, culpable de su propia debilidad y esclavitud; mientras que, en pleno
paroxismo de su conocida teoría sobre la “ansiedad de la influencia”, Harold
Bloom llegó a desvincular por completo el poema de su contexto político e
histórico, interpretandolo como la asunción por Blake del carácter degradante
de la sexualidad humana, la futilidad del mundo terrenal y el propio fracaso de
su visión profética, al intentar en vano
una reescritura "del texto precursor de London: el capítulo nueve
del Libro
de Ezequiel”[48]. Estas tesis, desde luego, resultan insostenibles,
tanto por su omisión de elementos esenciales del poema como por su
inconsistencia respecto a los textos contemporáneos de Blake. Argüir, por
ejemplo, que los londinenses son representados como culpables de su propia
condición mediante sus ‘marks of
weakness, marks of woe”, es ignorar pasajes similares en los textos
proféticos contemporáneos America (1793) y Europa
(1794), cuya descripción de la depauperada condición de los habitantes de los
suburbios en las urbes protoindustriales (“Sobre las puertas escrito ‘No lo
harás’; y sobre las chimeneas ‘Miedo’:/ Con yugos de hierro sujetos sus cuellos
a los muros, /los ciudadanos: en sus grilletes de plomo, los habitantes de los
suburbios/ caminan pesadamente; débiles y aplastados los huesos de sus
moradores)[49],
se atribuye sin ambages, en
términos muy similares a los usados en Londres, a la represión y la
desigualdad social. Asimismo, sostener que la “maldición de la puta”
constituye una proclama contra la naturaleza y la sexualidad resulta incompatible tanto con la persistente
reivindicación del deseo en toda la obra blakeana como con otros textos de las
propias Songs of Experience,
entre ellos El jardín del amor, cuya descripción de la imposición de la
moral religiosa sobre la expresion natural de la sexualidad adopta la misma
forma de mandamiento mosaico –“¡No lo harás!”[50]-
reiterada en los libros proféticos: “Fui al jardín del amor/ y vi lo que
nunca viera/ una capilla construida en su centro/ donde solía yo jugar en la
hierba/ Y las verjas de esta capilla estaban cerradas/ y ‘No lo harás’ escrito
sobre la puerta;/ (…)/ y sacerdotes en negros hábitos rondaban sus paseos/
ciñendo con zarzas mis alegrías y deseos”[51]. Ahora
bien: el hecho mismo de que existan en Londres elementos susceptibles de
dar pie a tales interpretaciones, debería advertir de que caer en el extremo
contrario y reducir el poema a
una mera codificación de eventos históricos supone cercenar la profunda
singularidad blakeana, perspicazmente apuntada por E.P.Thompson al señalar que,
si bien es evidente que tales alusiones reflejan la indignación de Blake ante
la destrucción de las libertades políticas, no lo es menos que esa misma
indignación nunca hubiera conducido a Paine ni a los radicales de London
Corresponding Society a escribir acerca de cadenas originadas en la propia
mente, pues las habrían considerado “algo totalmente exterior, impuesto por la opresión
del clero y la realeza”[52].
Si recapitulamos los
diversos argumentos aportados hasta ahora, podremos obtener una lectura
equilibrada de Londres semejante a la
resumida por Andrew Lincoln en su edición facsímil de las Canciones para el Blake
Trust: en la visión del narrador del poema “el Támesis no aparece representado
como una fuente de energía natural, sino como parte de un sistema social
profundamente antinatural. El reconocimiento de que todos los canales de
comunicación están ‘aforados’ (chart’rd)
podría resultar reconfortante para aquellos que creen en los beneficios de la
ley y el comercio, pero para este narrador la ciudad está apestada por las
mismas instituciones y creencias que supuestamente la mantienen unida. No
parece haber posibilidad de huida de las ‘cadenas forjadas por la mente’, que
ejercen su influencia sobre cada niño. Las primeras dos estrofas crean una
impresión de aherrojamiento universal; las dos últimas establecen conexiones
específicas entre las fuentes de opresión y sus victimas. Una iglesia que
permite la brutalidad del trabajo infantil; un estado monárquico que depende
del sacrificio humano para su defensa; leyes matrimoniales que promueven la
prostitución y la transmisión de las enfermedades venéreas. El ritmo
reiterativo y la sugerente imaginería confieren a esta condena del Londres
contemporáneo una gran fuerza emocional…”[53].
Todo esto, desde luego, aparece en el poema, y su énfasis crítico sirve de caja
de resonancia a las sombrías versiones de Experiencia de El deshollinador y Jueves
Santo. Sin embargo, ¿se reduce a ello Londres?
Por supuesto que no; pero lo que hay ‘además’ en este poema es ya materia de
sugerencia, interpretable pero no constatable: el polisemismo de chart’rd, que nos remite a ‘restringido,
censado, medido’ y despierta en nosotros el eco del mecanicismo; la ambigua
presencia de ‘man’ en ‘manacles’, apuntada, al igual que la
presencia del acróstico HEAR formado con la primera letra de cada línea de la
tercera estrofa, por Nelson Hilton; o, dentro ya de su consideración como texto
iluminado, la sugerencia de Heather Glen de que el poema, en su evolución desde
el reconocimiento abstracto de las fuentes de desigualdad a la plasmación de
imágenes concretas de opresión en las estrofas finales, podría emular el propio
proceso de creación del grabado en relieve[54],
así como la tal vez deliberada contraposición entre la inconclusión del poema
–cuyo develamiento de las fuentes de la opresión nada nos dice acerca de si
existe una posibilidad real de llegar a romper las cadenas mentales- con la
aparente imagen de esperanza ofrecida por el dibujo del niño guiando al
anciano, que reaparecerá en la lámina 37 de Jerusalén.
Todas estas implicaciones nos muestran la
necesidad de entender la obra de Blake como un proceso orgánico en continua
evolución, donde cada nuevo trabajo reinterpreta y fagocita en cierto modo los
anteriores, y donde cada minute particular (cada individuo, cada pequeño
detalle) constituye un microcosmos del universo blakeano. London,
sin duda, es un poema poderoso por sí mismo, pero sólo adquiere pleno sentido
si lo contemplamos en el marco de la dialéctica Inocencia-Experiencia, y más
precisamente en el contexto de las Songs of Experience, uno de
cuyos rasgos más distintivos es, de hecho, la multiplicidad de voces, donde la
figura del narrador, la ‘voz’ que habla en el poema, aparece a menudo
indeterminada, y asume las limitaciones propias de su estado. Precisamente por
ello, resulta posible apuntar otra interpretación aún más compleja de London,
pues, según señala Lincoln en su arduo intento por sintetizar las diversas
aproximaciones al texto, “como muchos críticos han notado, el narrador parece
verse afectado por la misma desolación que describe…: todo en su visión está
reducido a ‘una medida’. Si hay ironía en ello, no debilita necesariamente el
vigor de su condena, pues podría confirmar su visión de que las ‘cadenas
forjadas por la mente’ pueden escucharse ‘en cada voz’”[55].
Esto supondría la asunción por el narrador de su propia condición de
Experiencia, previa a la verdadera visión profética, en un intento, aventura
Nelson Hilton, de quebrar las convenciones impuestas y “desaherrojar al
lector mediante la multiplicidad de significados, rompiendo las cadenas del
pensamiento y el habla por su eslabón más debil, la idea de un significado
único, de un signo unívoco”[56].
Nada
en Blake, en definitiva, es del todo lo que parece. Incluso sin entrar en
interpretaciones polisémicas o deconstructivas, entender London
–y, por tanto, entender su significado político, en el profundo sentido que
Blake daba a este término- implica, cuando menos, concebirlo como un texto en
el que se cruzan las dos series de poemas carácterísticas de Experiencia: una histórica, centrada en exponer imágenes concretas
de opresión en la sociedad inglesa y revelar sus fuentes contemporáneas
–iglesia, nobleza, corporaciones comerciales- y otra abstracta, representada por poemas comoLa
esencia humana, donde, sin referencias específicas, se intenta ‘mostrar’ en
el propio desarrollo del texto el proceso por el que el espíritu humano ha
degenerado hasta el punto de generar tales sistemas opresivos. Cabría apuntar así
que las Canciones constituyen, en su conjunto, un texto
‘sincrónico’, centrado en exponer los distintos estados de la naturaleza humana
en su presente condición, pero en el que
a la vez se sugieren, sin argumentarlos discursivamente, los orígenes
diacrónicos de tal condición, ya apuntados en el Matrimonio; pues
las ‘cadenas forjadas por la mente’ nos remiten, inevitablemente, a la
descripción en La esencia humana del nacimiento del árbol del
misterio, aquél que ‘crece en el cerebro humano’ y cuyas raíces se
hunden una vez más en la prohibición original: “¡No lo harás!”: “Pues del árbol
del conocimiento del bien y del mal, no comerás” (Génesis, 2..27).
Cabe señalar, pues, que más allá de sus
diferencias temáticas y estílisticas, el Marriage y las Songs se hallan vinculados por
dos rasgos definitorios: en primer lugar, ambos libros constituyen un ataque a
las abstracciones y convenciones morales de la cultura dominante, recurriendo
para ello tanto a la sátira como a la recuperación de un lenguaje directo y
preciso cercano a la sensibilidad popular e inspirado en los modelos de una
“cultura plebeya” sometida a un auténtico proceso de acoso y derribo; y, en
segundo lugar, ambos textos corresponden a una fase del arte de Blake en que
éste denuncia las contradicciones e hipocresías de su tiempo y señala sus fundamentos
ideológicos, pero no ha elaborado aún una “alternativa” propia. A este
respecto, tanto ‘la voz del diablo’ –pese al epítome revolucionario del Matrimonio
titulado Un canto de libertad- como el bardo de Experiencia se
encuentran sometidos al poder de una energía destructiva necesaria, pero
insuficiente para alcanzar la anhelada liberación, que adoptará en el ciclo
profético de Lambeth la forma del “terrible Orc”.
En lo que puede considerarse un primer intento
de expresar esa alternativa, Blake emprendió entre 1793 y 1795 -paralelamente a
la culminación de la edición conjunta de las Canciones y las
excepcionales Visiones de las hijas de Albión, donde aparece la
primera mención de Urizen- la elaboración de una serie de libros
iluminados conocidos como “el ciclo profético de Lambeth”. Según vimos, este
ciclo suele considerarse formado a su vez por
dos series coordinadas: las ‘profecías continentales’, cuya exaltación
de las revoluciones americana y francesa, articulada en torno al enfrentamiento
del espíritu rebelde Orc con las Ángeles de Albión y las fuerzas reaccionarias
de la alianza Iglesia-Estado, se complementa en La canción de Los con una genealogía de la transmisión
histórica de las leyes urizénicas; y los propios ‘libros de Urizen’, deliberada
inversión del Génesis donde la historia se inserta en la cosmogonía y la
reflexión en torno a la naturaleza humana, y se desarrollan con mayor detalle
las figuras de Urizen (probablemente
de your reason,
tu razón, y horizon, el horizonte limitado por esa misma razón), a un
tiempo vengativo y colérico Dios bíblico, moralista y arquitecto geómetra del
mundo, y Los, el poeta-profeta. Ambas series, de hecho, “parecen haber sido
concebidas como parte de un proyecto más o menos coordinado de investigación
poética acerca de los orígenes del hombre, la religión y el desarrollo de los
sistemas políticos, sociales y sexuales... ”[57], y,
consideradas en conjunto, constituyen
tanto un relativamente fallido
intento de elaborar la “Biblia del
Infierno’ anunciada por Blake en El
matrimonio, como un esbozo de las complejas elaboraciones
características de los tres grandes profecías tardías. Conviene tener en
cuenta, de cualquier forma, que la separación entre ambas líneas temáticas
posee un valor esencialmente metodológico y retrospectivo, pues no sólo Blake
no estableció criterios definidos de separación entre ellas, sino que con
frecuencia los acontecimientos descritos en un ciclo dependen para su
comprensión de pasajes incluidos en el otro, al igual que las acciones de los
personajes aparecen iluminadas en muchas ocasiones por escenas o ilustraciones
de otra obra. Nada más ilustrativo de la deliberada vinculación establecida por
el autor entre las profecías históricas y los libros de Urizen que el
frontispicio de Europa, el
célebre grabado conocido tambien en diversas versiones como “The Ancient of Days”, cuya
representación de Urizen creando el ilusorio cosmos mecanicista con ayuda del
compás supondría la más ajustada ilustración para la descripción de este mismo
hecho en El libro de Urizen: “Los tiempos dividió en tiempo, y
mensuró/ el espacio en espacio, en su nónuple tiniebla“..”construyó compases
dorados, y comenzó a explorar el abismo”[58].
Ateniéndonos, en cualquier caso, a la mencionada división, cabe señalar
que el rasgo común definitorio de ambas series lo constituye la decidida integración de los
estamentos represivos de la sociedad británica identificados por Blake en las Songs
–Iglesia, Rey, Oligarquía- dentro de un ámbito de opresión universal, mediante
un tratamiento que combina la descripción de sus manifestaciones económicas
contemporáneas –factorías (mills), cadenas, forjas y yugos férreos,
esclavitud, colonialismo- con la exposición histórica de sus orígenes
ideológicos; por el contrario, su
elemento diferenciador más acentuado es el papel concedido a la figura mítica
de Orc, que si en las profecías continentales ocupa un lugar preeminente como
heraldo y artífice de la revolución, en la serie de Urizen cede su papel como
adversario del sacerdote y dios geómetra a su padre Los, el poeta-profeta. Este
hecho, por cierto, si recordamos la contemporaneidad de ambas series, no hace
sino resaltar que la práctica desaparición de Orc en las dos profecías finales,
empleada a menudo como argumento a favor de la supuesta conversión espiritual
de Blake, no fue producto de ningún arrepentimiento repentino, sino parte de
una concepción más general que, en estos años radicales, formaba parte ya de su
incipiente cosmogonía. Es interesante apuntar al respecto que la figura de Orc
aparece aquí tratada con una ambigüedad característica del autor, quien, no lo
olvidemos, utiliza siempre una técnica dramática, donde cada personaje actúa y
se expresa de acuerdo con su estado. De ahí, por ejemplo, que Orc, pese al
aparente carácter liberador que se le concede en su primera aparición en America, no dude en asociar su nacimiento al “árbol maldito’ que, para
Blake, simboliza los orígenes de la religión estatal, lo que implicaría que la
‘ira’ de Orc, aun cuando dialécticamente imprescindible, no deja de estar
contaminada por las mismas fuentes a las que combate:
“El Terror respondió: Soy Orc, enroscado en torno al árbol maldito”[59]
Pese a encerrar pasajes e ilustraciones de
extraordinaria belleza y profundidad, la impresión general que produce el
“ciclo profético de Lambeth” es quizá la de una excesiva abstracción, pues las
fuerzas sobrehumanas y las representaciones colectivas del ‘pueblo’ que
impulsan los eventos revolucionarios no se hallan equilibradas por las intensas
experiencias individuales de las Songs, hecho que probablemente
movió a Blake a desestimar su continuación para iniciar la redacción de Los
cuatro Zoas. Resulta especialmente significativo que la oposición entre
los dos personajes más característicos del ciclo, Urizen y su
adversario Orc, parezca articularse en una relación “negadora” y excluyente más
que dialéctica (Blake distinguió siempre entre negaciones y contrarios) que
imposibilitaría toda futura reintegración. Por el contrario, en sus profecías
tardías los cuatro Zoas constituyentes de la psique humana (Tharmas, cuerpo;
Luvah, pasión; Urizen, razón; y Urthona-Los, Imaginación), pese a sus continuos
enfrentamientos, se conciben siempre como escisiones de la unidad original cuya
reinstauración es, de hecho, el objetivo final de la labor regeneradora de
Imaginación.
Dos ejemplos permitirán quizá,
más que mis propias abstracciones, clarificar estos aspectos. En uno de los
pasajes más significativos del Libro
de Urizen, donde se describen los principios del orden universal establecido por Urizen, Blake muestra su precisa
identificación de los aspectos negativos del ‘imperio de la razón’, el enemigo
al que, por su absoluto dominio de este mundo temporal, es preciso sobreponerse
para lograr tanto la liberación social como individual:
“Sobre
esta roca con fuerte mano afirmo mi libro
de
bronce eterno, en soledad escrito
(…)
Leyes de paz, de amor, de unidad,
de piedad, de compasión, de perdón:
que cada uno escoja una habitación,
su antigua e infinita mansión:
una sola orden, una alegría, un deseo,
una maldición, un peso, una medida,
un Rey, un Dios, una Ley”[60]
Este ‘evangelio de
Urizen’ refleja en su irónica concisión la profundidad con que Blake había
captado la interrelación entre las leyes mosaicas (cuya instauración
ejemplificaba el modelo de institucionalización de la ley moral y de la
opresión aristocrática y sacerdotal, presente en todas las religiones), el
mecanicismo y la uniformidad represora del imperialismo mercantilista. De hecho,
el unico elemento esencial que añadirán las profecías tardías a esta síntesis
es su identificación con la deshumanización creciente de la revolución
industrial. Sin embargo, en el transcurso del ‘ciclo profético’ apenas se
ofrece a este universo urizénico otra respuesta que la energía destructiva,
ejemplificada en América con la enfática enfática proclamación por Orc de
su victoria sobre Urizen:
“La dicha ardiente que Urizen
pervirtió en diez mandamientos
aquella noche en que sus huestes estelares condujo por el vasto
desierto,
esa pétrea ley pisoteo y pulverizo, y esparzo la religión
a los cuatro vientos, libro desgarrado que nadie volverá a reunir”[61]
El ciclo profético de Lambeth, por tanto, parece constituir en el
conjunto de la obra de Blake una vía alternativa a las Songs que, si bien
desvela con mayor rigor las fuentes históricas de la opresión universal, carece
de la profunda humanidad de aquéllas y está ausente aún de la “visión imaginativa”
que constituirá la respuesta del artista en sus obras finales. Orc, en suma,
permanece en un estado similar al de la ‘voz del diablo’ del Matrimonio
y el bardo de Experiencia, capaces de revolverse con fiereza contra las
constricciones urizénicas, pero no de elaborar una solución creativa, un camino
propio que eluda la replicación eventual de esas mismas leyes urizénicas. No
creo que quepa duda, en todo caso, por esas ‘acotaciones’ que hemos ido
señalando de Blake a su propia obra, de que el artista era conciente de no
haber elaborado aún tal alternativa. A este respecto, nunca se insistirá lo
bastante en que los indudables aspectos
políticos del pensamiento
de Blake se vieron siempre acompañados por su convicción de la necesidad de romper
las convenciones del discurso tradicional. En palabras de Jon Mee, gran parte
de la complejidad del trabajo de Blake desde 1790 radica en que, si bien su
tendencia a yuxtaponer diversos modelos discursivos para crear un “bricolage”
presenta rasgos en común con los procedimientos de Paine y otros radicales, la
poética de Blake se halla profundamente involucrada en la “ruptura y
transformación de los discursos hegémonicos”
y marcada por la “hostilidad a la noción misma del texto puro, del texto
que obtiene su autoridad proclamando ser sagrado, invariable y original”[62]; hostilidad
extensible por igual a las religiones constituidas –ya fueran el cristianismo,
el hinduismo o el druidismo- como a las concepciones positivistas que, en la
estela de Newton, afirmaban haber encontrado la “verdad” definitiva acerca de la naturaleza
del universo. Es en esta ruptura con la epistemología experimental donde se
encuentra probablemente, según veremos, el aspecto crucial que diferenciaría a
Blake de otros radicales de su época. Sin embargo, aun cuando las tesis de Mee
clarifican ciertos aspectos de la producción blakeana hasta su abandono del
ciclo de Lambeth, resultan por completo
insuficientes para comprender la evolución posterior del artista
británico, sabedor, sí, de que el logro de la libertad no podía alcanzarse mediante
el mero empleo de una ‘razón’ que, de hecho, había conducido al estado de
injusticia vigente; pero consciente asimismo de que para romper esas “cadenas
forjadas por la mente” no bastaba la mera distorsión o contraposición de los
modelos precedentes, ni era posible crear las condiciones para una libertad
plena empleando el mismo lenguaje que había conducido a la opresión social. Era
preciso forjar una “lengua nueva”, una forma diferente de pensamiento y
actividad creativa, que integrara los aspectos positivos de la razón dentro del fecundo poder creativo de la
Imaginación; y para ello resultaba necesaria la subversión de los esquemas
linguísticos y plásticos tradicionales y, lo que es más importante, la
elaboración de nuevos modelos y arquetipos sujetos a continua renovación, lo
que implicaba la creación de un nuevo lenguaje plástico y poético. Esta es la
labor que el artista emprenderá en sus vastas profecías finales.
Las profecías mayores: Los cuatro Zoas,
Milton, Jerusalén.
Llegados a este
punto, es preciso hacer referencia a ciertos aspectos polémicos del pensamiento
de Blake, entre ellos la supuesta contradicción inherente a, mientras que manifestara una apasionada defensa de la libertad política, rechazara ideologías
“liberadoras” como las de Bacon o Locke –inspiradores de la crítica ilustrada
al dogmatismo religioso- entregándose al cultivo de una visión profética y
apocalíptica que, por definición, excluiría la posibilidad de crítica y minaría
las propias bases de la crítica social blakeana. Esta opinión, no obstante,
peca a mi entender de un claro anacronismo o, cuando menos, de una escasa
consideración a las coordenadas ideológicas e históricas de la Inglaterra del
siglo XVIII. La elección blakeana de la tríada Bacon, Newton y Locke como simbolo de la
conexión entre mecanicismo, mercantilismo y ley moral no fue en modo alguna
azarosa pues, en primer lugar, los tres desempeñaron importantes cargos
públicos y favorecieron la política de la oligarquía terrateniente. El lord
canciller Bacon de Verulam, por ejemplo, escribió en un ejemplar de sus Essays
anotado por Blake que “lo más importante para alcanzar el imperio y
la grandeza es, por encima de todo, que una nación profese el ejercicio de las
armas como su principal honor, estudio y ocupación”[63]
(frase que suscitó a Blake el comentario de que “Bacon
conoce la sabiduría de la Guerra si es
que eso es Sabiduría (...) el rey Jacobo era el Primum Mobile de Bacon”[64]) y expresó claramente su creencia en la
jerarquización natural de la sociedad (“El pueblo es incapaz de comprender las más
excelentes virtudes: las más bajas
obtienen su alabanza, las virtudes medias medias les producen asombro o
admiración, pero carecen de sentido para percibir las más elevadas”[65]), creencia compartida por Locke, sobre cuyo
polémico liberalismo me limitaré a recordar su propuesta de endurecimiento de
la Ley de Pobres, su admonición de que cualquier intento de disminuir el
interés o aumentar los impuestos a los grandes propietarios supondría deterner
“las ruedas del comercio”, y, en fin, las palabras de su más reputado biógrafo,
Maurice Cranston: para Locke “los trabajadores estaban excluidos de las
plenas responsabilidades y privilegios de la sociedad política… Es absurdo que
se hable de Locke, como a menudo se hace, como un filósofo de la Democracia”[66]. La vinculación de
estos pensadores al clasismo dominante, pues, que desde nuestra perspectiva
actual puede resultar atenuada por su vinculación posterior a la modernidad
ilustrada, era desde luego patente en la Inglaterra de la época. En segundo
lugar, la idea de que Blake atacó a estos autores porque rechazaba su
“materialismo” constituye un absoluto equívoco, pues de hecho compartían un
ferviente teísmo antitrinitarista, incompatible con la Divina Humanidad
blakeana, y el sistema newtoniano
postulaba expresamente la existencia de un Dios creador garante del
mantenimiento de las leyes inmutables del Universo. La mano invisible de la
Providencia Divina, por tanto, sostenía la inmutabilidad del orden social y confería un sustento
‘trascendente’ tanto a la jerarquización social como a conversión progresiva
del hombre en mercancía por el capitalismo mercantil, cuya progresiva asunción de las metáforas del
orden religioso – dígase la “mano invible” del mercado-, sería culminada en
1795, el mismo año en que Blake grababa su Libro de Urizen, con las memorables
palabras de Edmund Burke: cualquier intento de “proporcionar a los pobres aquellos bienes necesarios que la Divina
Providencia ha querido arrebatarles temporalmente” constituiría “la ruptura de
las leyes del comercio, que son las leyes de la naturaleza y por tanto las
leyes de Dios”.
La conexión
establecida por Blake entre la epistemología empirista y su separación
sujeto-objeto, la reificación de la naturaleza impuesta por el mecanismo newtoniano
y la opresión social no era pues, pues, en absoluto ingenua. Como ha señalado
el premio Nobel polaco Czeslav Milosz, “Bacon, Newton y Locke estaban
estrechamente vinculados a los teólogos de un cristianismo falsario, y se
arrodillaban ante los pies de Urizen, el Dios de este mundo. Blake, en otras
palabras, estableció una precisa analogía entre la visión de un universo
mecanicista y la religión concebida como un código moral. Ambas proclamaban lo
universal a expensas de lo particular e individual, ya fuera un momento
concreto del tiempo, singular e irreductible, los matices de color de una planta particular, o la vida de
un hombre individual. Urizen, en efecto, es el Dios de la reducción, que reduce
todo a sus términos cuantitativos”[67]. Estas
mismas concepciones constituían la base de la ‘estética de la sublimidad’
elaborada por Addison, Samuel Johnson y el propio Burke, cuya visión de
lo sublime como “vasta , inmensa uniformidad ” radicaba en la oposición entre
la “sobrecogedora naturaleza” y una “precariedad
humana” sólo mitigada por la gracia e intervención divinas. En su intento de
romper con este dualismo, por tanto, Blake elaboraría una visión de lo sublime
fundada en los minute particulars
(los “pequeños detalles” o
individuos, en el el doble sentido del término inglés particular), una “estética de la exuberancia” inspirada en el
reconocimiento de la sublime inmensidad divina inherente en cada individuo,
cuya renovada percepción imaginativa –y no la intervención de una entidad
trascendente- debe constitur el agente de su regeneración:
“Pues las Formas generales no
poseen otra vitalidad que la de sus pequeños detalles,
y cada pequeño detalle es un hombre, un divino
miembro del Divino Jesús”.[68]
La noción de lo humano como umbral
perceptivo donde se entrecruzan lo individual y lo universal, la multiplicidad
y la unidad, contituye, en suma, el eje vertebrador de las profecías finales,
cuya trama abstracta se ve siempre equilibrada, a diferencia de lo que ocurría
en el ciclo profético de Lambeth, mediante la introducción de “minute particulars” que reflejan las
experiencias individuales. Así, su trama general común -basada en la visión imaginativa de un
Cosmos-Hombre-Dios multidimensional, el Albión de Jerusalén, cuya caída se manifiesta en la desunión de los cuatro
Zoas, y cuya reintegración es narrada en los tres profecías mediante la
superposición continua de eventos cosmogónicos, históricos y psíquicos- resulta
extraordinariamente compleja y, por que no decirlo, a menudo desconcertante; pues
Blake, además de esa multidimensionalidad espacial y temporal que desarticula
la linealidad narrativa , recoge e invierte en su desarrollo toda una serie de
“textos autoritarios” –desde el propio newtonianismo a religiones como el
hinduismo y el druidismo, y, por supuesto, la Biblia- mostrando tanto sus
aspectos positivos como sus derivaciones opresoras, y relativiza asimismo su
propio texto mediante una continua alternancia de voces y estados donde cada
Zoa y sus emanaciones femeninas, de acuerdo a su estado temporal, contemplan la realidad mediante una visión
doble, triple o cuádruple, y con frecuencia comenten acciones contrarias a su
naturaleza eterna. Este vasto devenir
cosmogónico, no obstante, encuentra continuo contrapunto en esos “minute particulars” profundamente
evocadores de las Canciones de Inocencia y Experiencia: “¿Cuál
es el precio de la Experiencia? ¿Se compra con una canción/ o la sabiduría con una danza por las calles?
No, se adquiere a cambio/de todo lo que un hombre posee, su casa, su esposa,
sus hijos/La Sabiduría se vende en el mercado desierto al que nadie acude/y en
los campos agostados donde el campesino ara en vano por su pan/Es fácil
sentirse triunfante bajo el sol del estío/Y cantar en la vendimia sobre el
carro repleto de trigo.(…) Entonces el lamento y el dolor se olvidan por
completo, y el esclavo que trabaja/ en la factoría, el pobre en prisión, el cautivo encadenado, el soldado
tendido/ en
el campo de batalla, quebrados los huesos,
entre muertos más felices que él./Sí, es fácil regocijarse en los días de
prosperidad./Así podría hacerlo yo y cantar; pero ese no es mi camino.”[69].
Cada elemento de las profecías
tardías, en suma, esta encaminado a a destacar la “humanidad esencial” de todo lo existente. Así, la
eternidad se nos representa como un
diálogo creativo, incesante, de unos hombres con otros:
“Entonces apareció Jesús
………. Y Albión supo
que era el Señor, la Humanidad universal; y Albión reconoció su Forma,
un Hombre, y conversaron como Hombre con Hombre, en las eras de
Eternidad.
Y la Apariencia Divina era en todo semejante a Los
(…)
Y los cuatro rostros de la Humanidad, frente a los cuatro puntos
cardinales
del Cielo, irrestibles avanzan de Eternidad en Eternidad.
Y juntos conversaron en un diálogo de formas visionarias,que brillantes
brotaban de sus lenguas en atronadora majestad, con visiones
y nuevas expansiones, creando ejemplares a partir de
la Memoria y el
/ Intelecto,
creando Espacio, creando Tiempo, acordes a las Divinas maravillas
de la Imaginación Humana…”[70]
Una eternidad sin
duda singular, capaz de expanderse, contraerse y regenerarse “de eternidad en eternidad”, poseedora
de un dinamismo opuesto a todo orden estático, donde los hombres se hallan en
una perpetua actividad mental cuya creación de nuevos “ejemplares” (exemplars)
remite ineludiblemente a la incansable reelaboración de sus Libros Iluminados
por el autor. La eternidad, al cabo, parece decirnos Blake, no se “alcanza”, sino
que constituye un proceso en continua renovación, y su propio e ingente empeño
profético reside en lograr que los hombres “abran los ojos” a la eternidad que
habita en ellos:
“….¡No descansaré de mi gran labor!
Abrir los mundos eternos, abrir los ojos
inmortales
del Hombre a los Mundos del Pensamiento en su
interior; a la Eternidad
simepre expandiéndose en el seno de Dios, la
Imaginación humana.”[71].
Tal complejidad estructural y
simbólica no debe llevar a pensar, sin embargo, como sostienen algunos autores,
que Blake había abandonado las
preocupaciones sociales en favor de una interpretación exclusivamente idealista
y atemporal de la naturaleza humana. Muy al contrario, estas profecías finales
constituyen de hecho una “ampliación de campo” en lo que a su temática social
se refiere, pues su lectura atenta y sin prejuicios ideológicos permite
encontrar encontrar en ellas un
análisis de la revolución industrial y el expansionismo colonialista sin
precedentes en la propia obra blakeana ni en la literatura de la época. Muestra
de ello es el siguiente pasaje de Los cuatro Zoas, donde todas
las concepciones esbozadas por Blake en sus profecías anteriores aparecen
anudadas con referencias históricas, y cuyo desvelamiento ideológico del imperialismo
expansionista mantiene aún hoy una vigencia sobrecogedora:
“…en sus arraigadas entrañas,
en la más oscura noche,
donde Urizen tiene su asiento,
la sombra germinó.
Y Urizen vio, y triunfó, y
proclamó a sus guerreros:
‘El tiempo de la Profecía ha
terminado, y todo
este universal atavío ahora
poseo, los hilos del cielo
que mis manos tejerán como una
túnica sobre mis hombros.
Consumiendo en poder y gloria
lo que debe ser consumido
caminaré a través de los
vastos campos de Eternidad.
Un Dios, no un hombre; un
Conquistador arrebatado de gloria…’
Construyó primero las
corporaciones, navíos comerciales y buques armados
para surcar los mares,
mientras en tierra los niños se venden a la industria
en las más penosas
condiciones, trabajando día y noche,
hasta que su vida extinguen, y espectrales formas
adoptan en su sombría
desesperación.
A miles los esclavos,
amontonados en las bodegas, cruzan el bronco mar.
Rechinantes sus cadenas, el Imperio Universal gime.”[72]
Resultaría imposible elucidar aquí las pertinaces referencias de Milton
y Jerusalem
a la enumeración de instrumentos represivos policiales y económicos –“Los Telares y Factorías y Cárceles y Casas
de Trabajo de Og y Anak”[73]-, o desenredar la
urdimbre metafórica mediante
la que un vasto complejo de ruedas y engranajes, encarnación de la física
mecanicista, la expansión bélica imperialista y la deshumanización industrial,
se opone dialécticamente a una trama similar de referencias orgánicas –nervios,
venas, fibras-, trabajos artesanales y experiencias individuales. Baste
con este pasaje de la lámina 98 de Jerusalén, ubicado en plena coda
final visionaria tras la reintegración de todos los Zoas (y por tanto también
de “Bacon y Newton y Locke y Milton y
Shakespear y Chaucer”) en el Hombre Eterno,
plenamente revelador de que, si para Blake la liberación implicaba un
cambio radical de la percepción humana, dicho cambio se hallaba estrechamente
interrelacionado con la abolición de los sistemas opresivos concretos de su
tiempo: Iglesia, Estado oligárquico e Imperio:
“¿Dónde está el Árbol del Bien y
del Mal, que arraigara bajo el cruel talón
del Espectro de Albión, el
patriarca druídico? ¿Dónde sus sacrificios humanos
expiatorios, perpetrados en la
guerra y en los templos druidas del Inquisidor,
los robledales de Albión que bajo
su Espectro la Tierra oscurecían?
¿Dónde están los Reinos del Mundo
en toda su gloria, edificados sobre la
/desolación,
fruto del Árbol de la Pobreza de
Albión, cuando su tricéfalo gigante Gog-Magog
imponía tributos a las naciones
instaurando en ellas la desolación….?”[74]
Como vemos en este texto, la realidad humana inmediata, la injusticia social, mantiene siempre en la visión imaginativa de Blake
una estrecha relación con las alusiones psíquicas y cosmogónicas. Así, sus
críticas a los sacrificios druídicos, simbolizadas aquí en los “robledales” y en otros pasajes en el Árbol del Misterio, se unen mediante
una intrincada polisemia con la crítica a todas las religiones y dogmas
establecidos: el hinduismo (cuya Higuera Sagrada y sistema de castas conocía
Blake por las traducciones de Wilkins y Jones); la religión griega, que había
permitido a la teoría abstracta tomar el lugar de la realidad; y, por supuesto,
el cristianismo, con su terrible imagen del Árbol del Bien y del Mal, al que Blake responsabilizaba además del Árbol de la Pobreza, encarnado a su vez
en numerosos fragmentos en el árbol de
Tyburn; patíbulo londinense donde
se colgaba a vagabundos, ladrones y, por supuesto, falsificadores de moneda,
condenados en otro tiempo por el celoso responsable de la casa de la Moneda, sir Isaac Newton, asiduo asistente a las
ejecuciones. Expresiones y alusiones, en fin, repetidas y desarrolladas en
innumerables variaciones en la eclosión poética que constituye Jerusalén,
cuyo final (lámina 99) constituye una
auténtica apocatástasis antropomórfica, donde el conjunto de la realidad asume su
libertad y humanidad esenciales en una dialéctica constante entre tiempo y
eternidad:
“Todas
las Formas Humanas se identificaron, Árbol, Metal, Tierra y Piedra,
todas desveladas como Formas Humanas
vivientes, perseverando, retornando
cansadas a las vidas planetarias de Años,
Meses, Días y Horas, reposando
hasta despertar en su propio seno a la Vida de
la Inmortalidad.
Y oí el Nombre de sus Emanaciones, y su Nombre
es Jerusalén.”[75]
Nada más lejano, insistamos, a una supuesta
eternidad extática que la arrebatada exaltación al devenir y la vida con que
Blake cierra su último poema. Exaltación corroborada por la lámina final,
donde, en lugar de mostrarnos la imagen escatológica de un Dios o un Orden
inmutables, el artista elige representar al poeta-profeta Los, la Divina
Humanidad, personificación del Intelecto y de su más alta facultad integradora,
Imaginación, cuya plenitud vital aparece enfatizada mediante la restauración de
los genitales ausentes en su condición caída.
Al lector y contemplador de la obra de Blake
corresponde, al cabo, juzgar si todo este impresionante aparato metafórico
consigue dar expresión imaginativa a principios que el propio autor había
sintetizado, años antes, en sus proverbios infernales: “Un pensamiento llena la inmensidad”; “Donde el hombre no existe la naturaleza es estéril”; “La Eternidad está enamorada de las
producciones del tiempo”. Si pudiéramos preguntárselo al artista, quizá nos
respondiera con la ambigua ironía del último de esos proverbios: “¡Bastante! O demasiado.”
NOTAS
* Es decir,
opuestas a la nomós, la ley.
* El hecho de que las canciones
de Inocencia se imprimieran en 1789 no debe llevar a engaño, pues todo indica
que Blake las escribió ya con la idea de crear su contrario, y concibió desde
el principio ambas series como un conjunto unitario. De hecho, aunque las canciones de Experiencia fueron
grabadas por separado en 1793, el título de la edición conjunta en 1794“Songs
of Innocence and Experience, Shewing the two Contrary States of the human Soul”
muestra claramente que sólo entonces consideró Blake la obra acabada (lo que no
le impidió, de acuerdo con su práctica habitual, proceder a diversas
reordenaciones de láminas en impresiones posteriores).
[1] Cfr. Gimeno Suances,
Francisco: “Notas sobre la difusión,
influencia y recepción crítica de Blake en España durante las décadas de 1920 y
1930”, Los Papeles Mojados de Río Seco, año V, nº 6, Estepa, 2003;
pgs. 38-45.
[2] El
Matrimonio del Cielo y del Infierno, traducción, introducción y notas
de José Luis Palomares, Hiperión, Madrid, 2000; El matrimonio del cielo y el
infierno, trad. e introducción Fernando Castanedo, Ediciones Cátedra,
Madrid, 2002; Los bosques de la noche, ed. y notas Jordi Doce,
Pre-Textos, Madrid-Buenos Aires-Valencia, 2001; Milton, un poema,
edición y traducción de Bel Atreides DVD, Barcelona, 2002; Prosa escogida,
edición y traducción de Bel Atreides, DVD, Barcelona, 2002. En el transcurso
del siglo XX, de hecho, apenas se tradujeron en nuestro país un par de estudios
de reconocido prestigio sobre la obra de Blake, la sección dedicada a este
autor por Harold Bloom en su estudio Los poetas visionarios del Romanticismo inglés., (1ª ed. inglesa, "The Visionary Company",
1971); Barcelona, Barral Editores, 1974; y, dentro del ámbito de su
trabajo como grabador y pintor, William Blake, artista; Swan, San
Lorenzo de El Escorial, 1989 (1º ed. inglesa: Blake as an Artist, Phaidon, Oxford, 1977.), de David
bindman, texto hoy agotado cuyo autor, David Bindman,
sería posteriormente el responsable de la extraordinaria edición facsímil de
los Illuminated Books de Blake llevada a cabo por el Blake Trust en la
década de 1990: Bindman, David (gen. ed.): Blake's
Illuminated Books.; 6
vols. The William Blake Trust
and Princeton University Press,
Princeton; y The William Blake Trust and Tate Gallery
Publications,Londres:1991-95. En adelante, B.I.B. La aportación hispana al
estudio de Blake se reduce prácticamente al trabajo especializado de Aquilino
Sánchez Pérez Blake’s Graphic Work and the Emblematic Tradition (Universidad
de Murcia, 1982), única obra de autor español incluida en la bibliografía del
archivo digital BlakeArchive.org, y
al Pequeño
diccionario de William Blake de Cristóbal Serra, ampliación de sus notas introductorias a su antología de 1971.
[3] William
Blake. Antología
bilingüe.,
introducción y traducción de Enrique Caracciolo Trejo; Alianza, Madrid, 1987;
introducción, pg. 11.
[4]Doce, op. cit., pg. 22.
[5] Palomares, op.cit., pgs.
162-3 y 78.
[6] Baste citar, a este respecto, la monumental e
imprescindible obra bibliográfica de G.E Bentley Jr., recogida en:Blake Books,(en adelante, BB), 1977; Blake Books Supplement. 1995; y la
publicación anual en la revista Blake: An Illustrated Quarterly de "Blake and His Circle: A
Checklist of Recent Scholarship". Dada la dificultad de
encontrar estos textos en las bibliotecas españolas, no obstante, puede
consultarse on line una excelente bibliografía seleccionada acerca de
cada uno de los aspectos de la obra blakeana en
The William Blake Archive
(www.blakearchive.org), extraordinario archivo digital patrocinado por la
Biblioteca del Congreso estadounidense, junto a otras instituciones, y dirigido por tres de los
mayores especialistas en la obra de Blake –los profesores Morris Eaves, Robert
Essick y Joseph Viscomi-, que, además de su caudal bibliográfico y crítico,
incluye un creciente número de reproducciones digitales de las diferentes
copias realizadas por Blake de sus libros iluminados, y tiene previsto
incorporar paulatinamente la totalidad de sus grabados comerciales.
[7] Carta al Dr. Trusler; Erdman, David V., ed: The Complete Poetry and Prose of William
Blake. 1965.Edición revisada: Anchor Books, Doubleday, Nueva
York, 1988, 702. En adelante, Erdman
[8] Anotaciones a Watson; Erdman, 617.
[9] Mc Gann, Jerome: “The Aim of Blake´s Propecies”; incluido en Blake´s Sublime Allegory,
Curran y Wittreich, Madison 1973, pgs. 3-21, pg.. 5.
[10]
Unamuno, Miguel de: Cancionero. Diario poético., edición y
prólogo de Federico de Onís, Losada, Buenos Aires, 1953; pg. 217-18.
[11]Bentley, G. E., Jr. Blake Records. Clarendon Press, Oxford: 1969, pgs.448-455;
pgs 453-54. en adelante, BR.
[12] Ibid., pg. 69.
[13] Gilchrist,
Alexander: Life of William Blake, Pictor Ignotus MacMillan and Co.,
Londres y Cambridge, 1863. (Última reedición: Dover Publications, 1998).
[14] The Works of William Blake, Poetic, Symbolic, and Critical. Edwin John Ellis & William Butler Yeats,
eds, 3 vols., Londres, 1893.
[15] Poetry and Prose of
William Blake, ed. Geoffrey
Keynes, Londres, 3 vols. 1925.
Keynes publicó en 1927, Londres y Nueva York, una edición en un solo
volumen, la más generalizada en
sucesivas reediciones.
[16] Ver nota 8.
[17] Davies, J. G. The Theology of William Blake. ,Clarendon
Press, Oxford, 1948; pgs. 160-61.
[18] Raine,
Kathleen: Blake and Antiquity, Routledge & Kegan Paul, Londres y
Henley, 1979; introducción, pg. VIII.
[19] Singh,
Charu Sheel: The Chariot of Fire. A Study of William Blake in the light of Hindu
thought.; Universität Salzburg, Salzburgo, 1981; pg. 183.
[20] Punter, David: introducción a William Blake, David Punter (ed.),
Londres 1996; pg. 4.
[21] Bradford, Richard: A
Linguistic History of English Poetry, Routledge, Londres, 1993; pg. 111.
[22] Una visión general de las
actitudes y doctrinas comunes a la Disidencia inglesa puede encontrarse en la
introducción de Palomares al Matrimonio; v. nota 1. Conviene
hacer notar que el “antinomianismo” blakeano, exaltado por Palomares y
rechazado por Doce como expresión ‘apocalíptica’ de rechazo a todo compromiso
social, fue más sutil y autocrítico de lo que ambos autores afirman.
[23] Una
discusión en detalle de las técnicas de Blake, objeto de innumerables debates,
resulta imposible aquí. El
estudio “canónico” al respecto es Blake and the Idea of Book
(Princeton University Press, 1993) del profesor Joseph Viscomi, que impuso
definitivamente la tesis de la técnica autógrafa –es decir, la grabación del
texto directamente por Blake sobre la plancha- frente a la de la
“transferencia”, y estableció además una nueva datación de los Libros
Iluminados, seguida en este trabajo. El proceso exacto de elaboración de cada
impresión, no obstante, sigue siendo objeto de discusión, y los posteriores
estudios de Michael Phillips (The Creation of the Songs, British
Library, Londres, 2000) apuntan hacia un proceso más “lento” y elaborado de
cada obra de lo sugerido por Viscomi.
[24] All Religions are One, Principios V y I; Erdman,
1.
[25]The Everlasting
Gospel, Erdman 520: Thou art a
Man God is no more/ Thy own humanity learn to adore”
[26] Ann. Berkeley; Erdman,
664: “Man is All Imagination
God is Man & exists in us & we in him”
[27] Ann. Thornton; Erdman 669: “Every Thing has as much
right to Eternal Life as God who is the
Servant of Man”
[28]Marriage,
5; Erdman, 34.
[29]Marriage , 3; Erdman, 33.
[30] Andrew Lincoln, responsable de
la edición de las Songs en la edición del Blake Trust, resume
claramente el “estado de la cuestión” refiriéndose a Inocencia: “aunque este
estado del ser resulta aparentemente idílico, no carece de limitaciones. Su
inmediata apacibilidad y seguridad implican pasividad, dependencia, incluso en
ocasiones un sentimiento de resignación”, lo que es resaltado por Blake
mostrando “un mundo en el que la ambigua sintaxis y las elusivas ironías
estimulan y al tiempo frustran el logro de conclusiones definidas”. (Introd. a Songs of Innocence
and Experience, B.I.B.vol.
2, Blake Trust, Princeton, 1998; pgs. 10 y 15).
[31] “The Chimney Sweeper”, Songs
of Innocence; Erdman, 10: “When my mother died I was very young,/ And
my father sold me while yet my tongue,/ Could scarcely cry weep weep weep weep/
So your Chimneys I sweep & in soot I sleep”.
[32] Nurmi, Martin K: “Fact and Symbol in ‘The Chimney Sweeper’ of
Blake’s Songs of Innocence”, incluido en Frye, Northrop (ed.): Blake.
A Collection of Critical Essays, Prentice Hall, New Jersey, 1966, pgs.
15-23.; pgs. 15 y 17.
[33] Citado en:
McCalman, Iain: Prophets, Revolutionaries and Pornographers in London, 1795-1840.; Oxford University Press, Oxford,
1993; pg. 51.
[34] Raine,
Kathleen: William Blake, Longmans, Green & Co., Harlow, 1969; pg. 22.
[35] “The Chimney
Sweeper”, 4, 9-12; Songs of Experience,
Erdman 22-23: “They are both gone up to
the church to pray. (…)/And because I am happy, & dance & sing,/ They
think they have done me no injury:/ And are gone to praise God & his Priest
& King/ Who make up a heaven of our misery.”.
[36] Cranston, Maurice: John Locke,
Longman, Greens & Co., Londres, 1969; pg. 27.
[37] The Works of Thomas Secker, V. III, Edimburgo, 1792, pags. 501-5; recogido en
Sylvester, D.W: Educational Documents 800-1816; Methuen &
Co., Londres, 1970; pgs. 184 y 185.
[38] “Holy Thursday” 11-12, Songs
of Innocence, Erdman 13: “Beneath them sit the aged men wise
guardians of the poor /They cherish pity, lest you drive an angel from your
door”.
[39] “Holy Thursday”, 1-4, 7-8, Songs
of Experience, Erdman 19: “ Is this a holy thing to see,/ In a rich
and fruitful land, /Babes reduced to misery, /Fed with cold and usurous hand?
(....) And so many children poor?/ It is a land of poverty! “
[40] La
contraposición entre ambos poemas se hace más evidente si comparamos la
esperanzada descripción de la “divina
forma humana” en Inocencia: “And
Love, the human form divine,/ And Peace, the human dress” (Erdman 13) y la amargura de Experiencia:
“Cruelty has a Human Heart/ And Jealousy
a Human Face… Terror, the Human Form Divine/ And Secrecy, the
Human Dress” (Erdman 32). El hecho de que
Blake no incluyera esta segunda versión, compuesta hacia 1792, en las ediciones
originales, y sin embargo grabara dos planchas con ella para ediciones tardías
(de impresión póstuma), sugiere, primero, que el autor no quiso romper el
equilibrio dialéctico entre ambas series con un poema que, constituyendo de
hecho una invocación a la renovación humana, podría ser malentendido como
muestra de un pesimismo radical; y segundo que su indignación respecto a una
‘lógica de la guerra’ que, por desgracia, mantiene plena vigencia en nuestros
días, no había disminuido en absoluto en sus últimos años.
[41] Milton, 32; Erdman, 132.
[42] I wander thro' each charter'd street,
Near where the charter'd Thames does
flow.
And mark in every face I
meet
Marks of weakness, marks of woe.
In every cry of
every Man,
In every Infants cry of
fear,
In every voice: in every
ban,
The mind-forg'd manacles I
hear
How the Chimney-sweepers cry
Every blackning Church
appalls,
And the hapless Soldiers sigh
Runs in blood down Palace walls.
But most thro' midnight streets I
hear
How the youthful Harlots curse
Blasts the new-born Infants tear
And blights with plagues the Marriage
hearse*
[43] Cfr. Erdman, David V., ed, con
asistencia de Donald K. Moore: The Notebook of William Blake. A Photographic and Typographic Facsimile.; Readex Books, Nueva
York, edición revisada, 1977; N 109, donde aparecen la fotografía de la página
del Notebook y la transcripción por Erdman, numerando el orden en que fueron
escritos los diversos poemas y fragmentos incluidos en aquélla, así como los
diversos tipos de tinta empleados en las sucesivas correciones de London. Un análisis aún más detallado de
las sucesivas correcciones dentro del Notebook
puede encontrarse en: Phillips, Michael : The Creation of the Songs,
British Library, Londres, 2000, pgs. 54-60 y 64-67.
[44] Frye, Northrop: Fearful Symmetry: A Study of William Blake.,
Princeton University Press, Princeton:,1947; pg. 181.
[45] Paine, Thomas: Rights
of Man, Wordsworth Editions, Ware, 1996, pgs. 173-74.
[46] Ibid, pg. 171.
[47] Erdman, David V: Blake.
Prophet against Empire; 3ª ed. revisada, Princeton University Press,
Princeton, 1977; pg. 277.
[48] Bloom, Harold. Poetry and Repression: Revisionism from
Blake to Stevens. Yale University Press, New Haven, 1976; pg. 34.
[49] Europe, 12.26-31: “Every house a
den, every man bound; the shadows are filld/With spectres, and the windows wove
over with curses of iron: /Over the doors Thou shalt not; & over the
chimneys Fear is written./With bands of iron round their necks fasten'd into
the walls/The citizens: in leaden gyves the inhabitants of suburbs/Walk heavy:
soft and bent are the bones of villagers” (trad. mía).
[50] Esta
fórmula imperativa, reptida en diversos paisajes de la Biblia, es la empleada
por la Biblia del Rey James en la formulación de la ley mosaica en Éxodo
20; 7-17: “Thou shalt not take the name
of the LORD thy God in vain…”.
[51] “The Garden of Love”, 1-6, 11-12; Songs of Experience, Erdman, pg. 26: “I went to the Garden of Love,/ And saw what I never had seen:/ A
Chapel was built in the midst,/ Where I used to play on the green/ And the gates
of this Chapel were shut/ And Thou shalt not. writ over the door;/(…)/ And
Priests in black gowns, were walking their rounds, And binding with briars, my
joys & desires.” (trad. mía).
[52] Thompson, E.P.: Witness
against the Beast. William Blake and
the Moral Law, Cambridge University Press, 1993; pg. 193. [V. cap.I,
nota 14.]
[53] Lincoln, A[ndrew] W. J., :
introducción a B.I.B, vol 2, William Blake: Songs of Innocence and of
Experience., 1991; pg. 193.
[54] Cfr. Glen, Heather: Vision
and Disenchantment: Blake's Songs and Wordsworth's Lyrical Ballads;
Cambridge University Press, Cambridge, 1983; pg. 256.
[55]
Lincoln, introducción a B.I.B, vol
2; pg. 109.
[56] Hilton, Nelson: “Blake, Songs
of Innocence and Experience”, incluido en: Wu, Duncan (ed.), A
Companion to Romanticism, pgs. 103-112; Blackwell Publishers, Malden,
Massachussets, 1999; pg. 109.
[57] Worrall, David: William Blake: The Urizen Books.,
B.I.B. vol 6., 1995; introducción, pg. 9.
[58] The Book of Urizen, 3. 9-10 y 20. 40-41; Erdman:
70 y 81: “Times on times he divided,
& measur'd Space by space in his ninefold darkness”…”He formed golden
compasses/ And began to explore the Abyss” .
[59] America, 8.1. Erdman, 54.: “The terror answerd: I am Orc,
wreath'd round the accursed tree:”
[60] Urizen, 4,
33-39; Erdman, 72.
[61] America, 8. 3-6; Erdman, 54: “The fiery joy, that Urizen perverted to ten
commands, What night he led the starry hosts thro' the wide wilderness That
stony law I stamp to dust: and scatter religion abroad: To the four winds as a
torn book, & none shall gather the leaves;”.
[62] Mee, Jon: Dangerous Enthusiasm, Oxford, 1992.
[63] Bacon: Essays moral, economical and political. Londres, 1798. [Ejemplar anotado por Blake, consultado en la
Biblioteca Universitaria de Cambridge,
julio 2001]; pg. 144.
[64] Annotations to Bacon; Erdman, 629 y 632.
[65] Essays, 1798: pg. 239.
[66] pg. 28.
[67] Milosz, Czeslaw: The land of Ulro, Farrar Strauss
Giroux, Nueva York, 1984. (Traducción por Louis Iribarne de Ziemia
Ulro, Institute Littéraire in Polish, 1977).; pg. 171.
[68] Jerusalem, 91.30; Erdman, 251.
[69] The
Four Zoas, noche II, 35.11-32; Erdman, 325: “What is the price of experience? do men buy it for a song?/ Or wisdom for
a dance in the street? No, it is bought with the price/ Of all a man hath, his
house, his wife, his children/ Wisdom is sold in the desolate market where none
come to buy/ And in the wither'd field where the farmer plows for bread in
vain/ It is an easy thing to triumph in the summer's sun/ And in the vintage
and to sing on the waggon loaded with corn/ It is an easy thing to talk of
prudence to the afflicted/ To speak the laws of prudence to the houseless
wanderer/ To listen to the hungry raven's cry in wintry season/ When the red
blood is fill'd with wine and with the marrow of lambs/ Then the groan and the
dolour are quite forgotten, and the slave grinding at the mill,/And the captive
in chains, and the poor in the prison, and the soldier in the field/When the
shatter'd bone hath laid him groaning among the happier dead./It is an easy
thing to rejoice in the tents of prosperity: /Thus could I sing and thus
rejoice: but it is not so with me.”
[70] Jerusalem, 96: 3-7; Erdman, 255; y 98: 23-31, Erdman 257-8: “And the Four Faces of Humanity fronting the Four
Cardinal Points/Of Heaven going forward forward irresistible from Eternity to
Eternity/And they conversed together in Visionary forms dramatic which
bright/Redounded fron their tongues in thunderous majesty, in Visions/In new
Expanses, creating exemplars of Memory and Intellect/Creating Space, Creating
Time accordingto the wonders Divine/Of Human Imagination.”
[71] Jerusalem, 5: 18-21 Erdman 147: “I rest not from my great task! /To open the Eternal Worlds, to open
the immortal Eyes/Of Man inwards into the Worlds of
Thought: into Eternity/Ever expanding in the Bosom of
God. the Human Imagination”.
[72] Four Zoas, 7a-85.5 y 7b. 95(2) 15-31; Erdman,
360: “Thus they conferrd among the intoxicating fumes of Mystery/…/ But in
the deeps beneath the Roots of Mystery in darkest night/ Where Urizen sat on
his rock the Shadow brooded/ Urizen saw & triumphd & he cried to his
warriors/ The time of Prophecy is now revolvd & all/ This Universal Ornament
is mine & in my hands/ The ends of heaven like a Garment will I fold them
round me/ Consuming what must be consumd then in power & majesty/ I will
walk forth thro those wide fields of endless Eternity/A God & not a Man a
Conqueror in triumphant glory/ First Trades & Commerce ships & armed
vessels he builded laborious/ To swim the deep & on the Land children are
sold to trades/ Of dire necessity still laboring day & night till all/
Their life extinct they took the spectre form in dark despair/ And slaves in
myriads in ship loads burden the hoarse sounding deep/ Rattling with clanking
chains the Universal Empire groans” .
[73] Jerusalem, 13.57, Erdman, 157: “The Looms & Mills & Prisons &
Work-houses of Og & Anak” .
[74] Jerusalem, 98.47-53, Erdman 258: “Where is the Tree
of Good & Evil that rooted beneath the cruel heel/ Of Albions Spectre the
Patriarch Druid! where are all his Human Sacrifices/ For Sin in War & in
the Druid Temples of the Accuser of Sin: beneath/ The Oak Groves of Albion that
coverd the whole Earth beneath his Spectre/ Where are the Kingdoms of the World
& all their glory that grew on Desolation/ The Fruit of Albions Poverty
Tree when the Triple Headed Gog-Magog Giant/ Of Albion Taxed the Nations into
Desolation…”
[75] Jerusalem, 99. 1-5, Erdman 258: “All Human Forms identified even Tree Metal Earth & Stone. /all
Human Forms identified, living going forth & returning wearied /Into the
Planetary lives of Years Months Days & Hours reposing / And then Awaking
into his Bosom in the Life of Immortality. / And I heard the Name of their Emanations they
are named Jerusalem”